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La reina emérita, Doña Sofía, en su visita a la capilla ardiente. (Foto: @CasaReal)

HUMILDE Y SABIO

Un alud de respeto a Benedicto XVI en la multitud que visitó la capilla ardiente

Gran sorpresa en Ciudad del Vaticano por la masiva asistencia a la capilla ardiente y la llegada a Roma de fieles de todo el mundo. La reina emérita Doña Sofía en el solemne funerale de este jueves en representación de los Reyes de España.

Hechosdehoy / Juan Araluce Letamendía
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En el año 1989 Joseph Ratzinger fue invitado a participar en los Cursos de Verano que la Universidad Complutense organiza todos los años en El Escorial. Entonces era rector de la Complutense Gustavo Villapalos. El entonces cardenal y Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe aceptó la invitación.

La Universidad le comunicó que para trasladarse de Roma a Madrid le facilitaría un billete de avión en clase business y que para su alojamiento reservaría una habitación en el hotel Villa Magna, establecimiento de cinco estrellas de Madrid. Creo recordar que fue el mismo rector Villapalos el que contó que Ratzinger les agradeció cordialmente su amabilidad pero les transmitió su deseo de viajar en clase turista, ya que siempre lo hacía así, y que no se preocuparan de reservarle una habitación en ningún hotel, ya que era su intención alojarse en el monasterio, conviviendo con la comunidad de padres agustinos de El Escorial. Así se hizo.

Casi diez años más tarde, el 31 de abril de 1998, aterrizaba el cardenal en el aeropuerto de Noáin de Pamplona. Venía a ser investido doctor honoris causa por la Universidad de Navarra, junto al economista norteamericano Julian Simon y el farmacólogo holandés Douwe Breimer. Ratzinger fue apadrinado por el profesor de teología de la UNAV, Pedro Rodríguez, presidiendo el acto el entonces Gran Canciller de la Universidad de Navarra y prelado del Opus Dei, Javier Echevarría.

Al finalizar la ceremonia universitaria, el cardenal Ratzinger compartió con los demás una reflexión sobre la experiencia vivida:

“Me ha parecido emocionante que en la ceremonia de los doctores honoris causa hubiera tres personas tan diferentes: un economista hebreo, un farmacólogo calvinista y un prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Esto es el resultado de un espíritu de apertura que, más allá de las confesiones religiosas, encuentra algo común en ese empeño por buscar la Verdad y el bien de la persona”.

Durante su estancia en Pamplona que se prolongó durante cuatro días se hospedó, fiel a sus costumbres sencillas, en el Colegio Mayor Belagua, conviviendo con doscientos estudiantes residentes en el mismo. Al entrar en su habitación a la mañana siguiente de su primera noche en el colegio, las personas que hacían la limpieza vieron a los pies de la cama las zapatillas de casa que utilizaba diariamente. Estaban algo deterioradas por el evidente uso de muchos años. Los responsables del Colegio Mayor decidieron, en una muestra de cortesía doméstica, comprar unas zapatillas nuevas similares a las que tenía, y se las dejaron a los pies de la cama retirando las viejas.

Según tengo entendido, en el Colegio Mayor guardaron las zapatillas viejas del cardenal, sin saber que algunos años más tarde sería elegido Papa. Algo intuirían. Es probable que dentro de algún tiempo en el Colegio Mayor tengan una reliquia de un santo elevado a los altares.

Sirvan estas anécdotas para dar una idea de cómo era la persona cuyas publicaciones alcanzaban más de 600 títulos, hablaba diez idiomas, tenía ocho doctorados honoris causa de universidades de todo el mundo: “Un humilde trabajador de la Viña del Señor”, tal como se definió a sí mismo el día que fue elegido Sumo Pontífice de la Iglesia Católica con el nombre de Benedicto XVI.

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