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La estrella de Belén. (Foto: analogicus/Pixabay)

La estrella de Belén. (Foto: analogicus/Pixabay)

LA ESTRELLA DE BELÉN

El silencio es el ámbito del nacimiento de Dios

Acontecía en Santa Isabel de Hungría, exactamente lo mismo que en Aurora, la costurera, y en su hermana, ciega y sordomuda, que calculaba el tiempo de las tareas con oraciones como unidades de medida.

Hechosdehoy / Juan Araluce Letamendía
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De niño conocí a Aurora, una costurera que iba a hacer arreglos de ropa a las casas de varias familias, entre ellas la de mis abuelos. Era soltera y vivía con su hermana que era ciega y sordomuda. Aurora le había enseñado las letras y para comunicarse con ella le cogía un dedo y le marcaba con él sobre la mesa las palabras. Niño entonces, me parecía normal este método de comunicación, pero ahora no puedo explicarme cómo lo lograron.

Mientras Aurora se ganaba la vida trabajando fuera, su hermana se ocupaba de las cosas de la casa: limpiaba, lavaba, planchaba, cocinaba. Me contaron que para calcular el tiempo de las tareas de la casa utilizaba oraciones como unidades de medida. En tantos padrenuestros se cocía un huevo, la limpieza de la casa le duraba tres rosarios, calentar la leche era un credo y tres avemarías…

Me he acordado de ella al leer un comentario que hace Benedicto XVI sobre Isabel de Hungría. Escribe cómo “el 16 de noviembre de 1231, cuando estaba en su lecho de muerte, pasó sus últimas horas relatando acerca de la vida de Jesús tal como había aprendido a verla y a entenderla en la Biblia y en la proclamación de fe de la Iglesia. Hacia la medianoche pidió a los que la rodeaban que hicieran completo silencio. ‘Hablemos sobre el Señor y sobre el Niño Jesús, pues se acerca la medianoche, hora en que nació el dulce Niño Jesús’, dijo. Cuando llegó la hora de su muerte, ella entró en la noche de la luz”.

“El ritmo de su tiempo -comenta el papa Benedicto– estaba marcado por la historia de la fe: las horas del tiempo no eran ya fases en el curso de los astros sino horas que narran la historia del amor de Dios con nosotros, de tal modo que las realidades de la fe llenaban por completo su alma y sus sentidos”. Acontecía en Santa Isabel, hija del rey de Hungría, exactamente lo mismo que en Aurora, costurera, y en su hermana, ciega y sordomuda, de la que lamento no recordar el nombre.

Santa Isabel pidió a las personas que guardaran completo silencio ante el nacimiento del Niño. “Eso podría aparecer a primera vista casi como un juego: el pequeño quiere dormir y no hay que molestarlo. Pero ese aparente juego -sigue el Papa- es en realidad expresión de un respeto, que es lo único que abre el camino hacia el misterio. El silencio es el ámbito de ese Niño. El silencio es el ámbito del nacimiento de Dios.  Sólo si nosotros mismos entramos en el ámbito del silencio llegamos al lugar donde acontece el nacimiento de Dios”.

El libro de la Sabiduría describe cómo será el nacimiento del Dios hecho hombre: “Cuando un sereno silencio lo envolvía todo y la noche estaba a la mitad de su curso, tu omnipotente Palabra desde el Cielo, desde el trono real […] se lanzó sobre aquella tierra desolada”.

El papa Francisco, en la encíclica Fratelli Tutti, escribe que “al desaparecer el silencio y la escucha, convirtiendo todo en tecleos y mensajes rápidos y ansiosos, se pone en riesgo la estructura básica de una sabia comunicación humana.  Se crea un nuevo estilo de vida donde uno construye lo que quiere tener delante, excluyendo todo aquello que no se puede controlar o conocer superficial e instantáneamente.

Esta dinámica, por su lógica intrínseca, impide la reflexión serena que podría llevarnos a una sabiduría común”.
La Navidad nos llama a entrar en ese silencio de Dios y mirar la estrella de Belén que no es otra cosa que el mismo Hijo hecho hombre, la luz que ilumina el sentido de la existencia y nos muestra el camino hacia la eternidad.

Las últimas palabras de santa Isabel de Hungría fueron: “Entonces, él creó una estrella nueva que nunca antes había aparecido”.  Con la mirada puesta en esa estrella -comenta Benedicto XVI- dio ella el paso al otro mundo.  La estrella que había seguido durante su vida la iluminó también en su hora postrera, en su último sendero, que, de ese modo, se convirtió para ella en un camino hacia la luz”.  Igual que siempre brilló en todos los luminosos días de la vida de la hermana ciega de Aurora, la costurera.

Gn 3, 6-15. ¡Feliz Navidad!


(*)  Juan  Araluce Letamendía es presidente del Consejo Editorial de Hechos de Hoy (part of MEDIA WORLD, la alianza de Periodismo de Calidad).

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