Mi primera reacción al enterarme de que la CUP aceptaba investir al alcalde de Gerona, Carles Puigdemunt, como presidente de la Generalitat, cerrando el paso a la celebración de nuevas elecciones a la vez que daba un impulso al prusés independentista, ha sido pensar -quizá en un alarde exagerado de optimismo- que esta decisión podía servir para que los líderes políticos nacionales “volvieran en sí” y en un ataque de sensatez y sentido común pudieran llegar a un acuerdo entre los tres grandes partidos aceptables desde el punto de vista democrático -PP, PSOE y Ciudadanos- para abordar en común las grandes retos a los que se enfrenta la nación, empezando por el desafío secesionista en Cataluña.

Es la siempre natural tendencia humana a abordar las calamidades buscando un lado positivo y pensar que no hay mal que por bien no venga, aunque me temo que después el detenido análisis de la realidad haga surgir esa voz interior que te desanima: “desengáñate y mira los bueyes con los que tenemos que arar”. Y se te cae el alma a los pies.

La situación en Cataluña es esperpéntica, en el sentido valleinclanesco de obstinación de los políticos independentistas por presentar una imagen deformada y grotesca de la realidad en Cataluña. Personalmente pienso que la sociedad catalana nunca hubiera llegado hasta aquí si no hubiera sido por el empeño de sus gobernantes de llevar a la gente a esta situación insostenible con el único propósito de ocultar su corrupción e ineptitud.

A la vista de los resultados de las elecciones catalanas del pasado 27 de septiembre, Antonio Baños, cabeza de lista de la CUP, afirmaba: “La declaración unilateral de independencia iba ligada al plebiscito: no hemos ganado el plebiscito, luego no hay declaración unilateral de independencia”, reconociendo a continuación que las candidaturas independentistas (JxSí y al propia CUP) no habían llegado al 50% de los votos. Ahora, sin embargo, con su voto a la investidura de Puigdemunt dan vía libre al independentismo.

Mientras, la nación sin cámaras legislativas y con un gobierno en funciones. Para algunos los resultados de las elecciones legislativas del 20 de diciembre hacen que la nación sea prácticamente ingobernable, otros pensamos que se puede hacer de la necesidad virtud y que el reparto de fuerzas brinda una oportunidad preciosa para intentar un acuerdo de gobierno PP, PSOE y Ciudadanos con el que resucitar el consenso político, el diálogo y la leal colaboración mutua para trabajar por el bien común de los españoles, abordando en lo que sería una legislatura peculiar las reformas necesarias y de envargadura que consensuadas les den estabilidad en el tiempo.

Partido Popular y Ciudadanos parece que lo han entendido así. Paradójicamente el futuro de esta antigua y noble nación está en manos de la decisión de una persona que ha llegado ya a su máximo nivel de incompetencia. Con nuestro PdrSnchz creo que es imposible llevar a buen puerto un empeño de esta envergadura. Se necesitan actores políticos con sensatez, altura de miras, generosidad y sentido de la responsabilidad. Sinceramente pienso que el actual secretario general del PSOE no posee ninguna de estas cualidades… ¿y Rajoy? Quizá los dos tengan que volver la vista a Cataluña, concretamente a Artur Mas, aunque esta vez sea, sí, por el bien de España.

– Juan Araluce Letamendía es presidente del Consejo Editorial de Hechos de Hoy y de la alianza Media World.

– Carles Puigdemont, investido nuevo presidente de Cataluña. Fue elegido con los votos de Junts pel Sí y de la CUP tras calcar el programa político de Artur Mas. Oriol Junqueras, líder de ERC, el hombre fuerte de un Ejecutivo en el que también destacan Neus Munté y Raül Romeva. La CUP dijo que ha enviado a Artur Mas “a la papelera de la historia". Josep Manel Busqueta y Julià de Jódar son los diputados que renuncian a su acta en el Parlamento de Cataluña (ver en Hechos de Hoy, Mariano Rajoy habló con Pedro Sánchez y Albert Rivera antes de su declaración).