Reitero mi afición por la etimología. En este caso por la de los apellidos, que tanto explica sobre la mentalidad y las costumbres atávicas de los diversos pueblos. Uno de estos pueblos es el coreano. Una cultura, una lengua y una nación muy definida y singular, ubicada en una península lejana del este de Asia. Un país que recibió importantes influencias del gigante chino vecino y de las oleadas mongólicas invasoras. Que estuvo 35 años sometido al dominio japonés (1910 a 1945), pero que mantuvo y mantiene su esencia nacional, pese a verse escindido en dos mitades de momento irreconciliables: la República de Corea del Sur (democrática) y la República Popular de Corea del Norte (dictadura comunista dominada por un clan de corte hereditario). Todo ello como resultado de la Guerra de Corea (1950-53), que se saldó con la división por el paralelo 38, tras la Segunda Guerra Mundial.
Corea del Sur es hoy día un próspero país con economía de mercado, uno de los líderes en alta tecnología, que sobresale admirablemente en el campo de las computadoras, televisores, teléfonos móviles, smartphones, tabletas, etc. así como en la industria automovilística y en la construcción naval. Su vecino y hermano del norte se ha quedado aislado y estancado en la ruina económica, la pobreza y el militarismo agresivo, instigado por sus fanáticos dirigentes.
Pues bien, en uno de mis viajes a Corea del Sur, me presentaron al Sr. Kim en una feria comercial que visité por la mañana de un gélido día del invierno de la capital, Seúl. Tras recibir la tarjeta de visita del Sr. Kim, entré en un segundo stand, donde también conocí al Sr. Kim, naturalmente diferente del primero. Pero es que en los siguientes stands que visité volvía a estar el Sr. Kim, con diferentes tarjetas y diferentes caras, pero siempre el Sr. Kim.
Por un momento pensé que era una broma. Era como si me encontrara con los diferentes rostros y personalidades del Dr. Jekill y Mister Hyde, multiplicados exponencialmente. En el quinto stand me topé también con un Sr. Lee y un Sr. Park, además de un Sr. Kim. Luego, a lo largo de pasillos y pasillos de la feria, conocí todavía a un sinfín de Sres. Kim, seguidos de Lee, Park y Choi, también convenientemente multiplicados.
Imaginé que tanta repetición y coincidencia de apellidos se debiera quizá a alguna particularidad del gremio de comerciantes que allí se concentraba. Pero esa suposición pronto se demostró como falsa. Cuando tomé luego un taxi para ir al hotel, en la placa interior que identificaba al conductor figuraba de nuevo un Sr. Kim. Al llegar a mi hotel, me dirigí al conserje para hacerle unas consultas y pedirle me reservara mesa en un restaurante. Después de hacerlo, anotó todos los detalles en una pequeña tarjeta suya, que me entregó. Ahí estaba el Sr. Kim, esta vez en la persona del conserje. El recepcionista se llamaba Park. La empleada del “Business Center” se llamaba Lee y el maître del restaurante se apellidaba Choi.
Fui recapitulando: era como si los coreanos salieran todos de una fábrica que produjera individuos con una marca principal “Kim” y otras tres submarcas “Lee”, “Park” y “Choi”. Una especie de “Hyundais”, “Kias” y “Daewoos” que parecían identificar a toda la población.
Al desconocer el idioma y la escritura, además de la mentalidad y las costumbres de esa lejana cultura, deduje que mi asombro se debía probablemente a que yo daba como apellido algo que quizá no lo era del todo y respondía a algún otro misterioso atributo, ya que en unas tarjetas de visita figuraba Kim al final de otros nombres compuestos y en otras figuraba Kim al principio y seguido de nombres compuestos (p.ej. Seung Hyun Kim o Kim Seung Hyun).
Presa de un creciente nerviosismo, intriga y curiosidad, decidí finalmente intentar desentrañar el enigma. Lo primero que me aclararon es que se trataba efectivamente de sus apellidos, la mayoría de una sílaba, que ellos anteponían normalmente a sus nombres de pila, generalmente compuestos. Sin embargo, de cara a una mejor comprensión de los occidentales, solían ahora colocar el apellido detrás de los nombres, cuando la tarjeta estaba impresa en caracteres latinos.
En cuanto al origen y a la abrumadora reiteración de unos pocos apellidos, mis averiguaciones me dejaron estupefacto. Resulta que en Corea del Sur, con una población de más de 48 millones, sólo se manejan con menos de 300 apellidos. A título comparativo España, con 46 millones de población, maneja más de 100.000 apellidos, al igual que Holanda, que sólo cuenta con 16 millones de habitantes y asimismo 100.000 apellidos.
Y volviendo a los escasos 300 apellidos coreanos, mi perplejidad iba en aumento exponencial, porque el 54% de toda la población se apellida Kim, Lee, Park y Choi, por este orden. Más de 10 millones de personas llevan el apellido Kim. Esto explicaba mi primera experiencia del “hombre de las mil caras”. También averigüé que el fenómeno es idéntico en Corea del Norte.
En España los apellidos más frecuentes son – por este orden – García (1.350.000), López (940.000), Pérez (907.000) y González (675.000). Es decir, suman en total 3.872.000 personas, el 8,4% de la población total.
Buceando un poco en los orígenes de esta asombrosa concentración de apellidos en Corea, nos encontramos con la existencia de clanes o linajes que se remontan a los primeros siglos de nuestra Era y cuyos nombres y estructuras estuvieron fuertemente impregnados de las doctrinas de Confucio, el gran sabio y filósofo chino que vivió entre los siglos VI y V a.C. Sus enseñanzas y métodos de organización social perduraron largo tiempo en China y se extendieron a su vez a otros territorios y culturas colindantes, como la coreana.
Así se constituyeron los clanes Kim, Lee, Park y Choi. Ahora bien, no todos los Kim eran lo mismo, porque se dividían por clanes regionales (los Kim de Gimhae, los Kim de Gwansan, etc.). Lo mismo sucede con los Lee, Park y Choi.
Antiguamente hubo una ley en Corea que prohibía a las personas de un mismo clan casarse entre ellos. Hoy día existen unos 216 clanes y parece que ya no se aplica aquella prohibición.
Por lo que atañe a los nombres de pila compuestos, la mayoría deriva a su vez de fonemas chinos, de origen confucianista y luego “coreanizados”. Suelen tener significados relativos a suerte, felicidad, animales, paisajes, etc. y los padres escogen para sus hijos aquellos nombres que les vaticinen mayor bienestar. Averigüé que para este fin existen en Corea profesionales pagados y dedicados a recomendar a los padres los nombres más bonitos, que puedan influir en el destino de sus hijos. También aquí observo la influencia de la filosofía china del Yin y el Yang.
En suma, toda la complejidad inescrutable y maravillosa de estas culturas asiáticas choca frontalmente con nuestra mentalidad occidental, pragmática, racionalista y friamente cartesiana. A mí, que no tengo más remedio que pertenecer a ella, se me agolpan de inmediato terribles interrogantes: ¿Cómo se organizarán los coreanos para la identificación adecuada de sus millones de ciudadanos, habida cuenta además de que ellos no utilizan el segundo apellido o apellido materno? ¿Cómo se las arreglarán para individualizar a tantos Kim, Lee, Park, cuyo número es superior a toda la población de la capital Seúl?
No tengo las respuestas, pero seguro que las hay. Los que han creado la Samsung, no pueden fracasar ante un problema de apellidos, aunque su fundador se llame Lee, la presidente de Corea del Sur se llame Park y el dictador del norte se llame Kim.