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EL DEDO CORAZÓN

Curiosa miniatura literaria en torno a una uña masculina

La vida está salpicada de misterios. Unos más trascendentales que otros. Pero tienen en común la dificultad -cuando no la imposibilidad- de desentrañarlos y hacerlos asequibles al entendimiento humano.

Hechosdehoy / Germán Loewe
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Aunque a veces me digo que es inútil tal intento.

¿A qué devanarse los sesos durante siglos y siglos de pensamiento y ciencia, para explicar el misterio de la vida después de la muerte o el misterio de la Trinidad o el misterio de la antimateria o el del origen del universo? Son todos ellos misterios insondables y como muy alejados del mundo tangible de cada día. No sé si vale la pena el tiempo y el desgaste neuronal para descifrar todo eso.

Además tenemos cerca de nosotros, a ras de suelo, algunos enigmas nada esotéricos pero fascinantes, que suponen un desafío a nuestro raciocinio. En mi caso uno de estos enigmas es el hecho comprobado de que la uña del dedo medio o corazón de mi mano derecha crece irregularmente.

En efecto, en vez de crecer a lo largo de la línea curva del extremo, la uña avanza en su crecimiento, pero de repente no crece igual en la parte central de la curva y se forma un entrante, una especie de muesca en el margen a mitad de la curva. Llevo tiempo intrigado con este fenómeno. Y cada vez que corto la uña para igualarla por debajo del entrante, sucede que al cabo de unos días, cuando la uña vuelve a crecer junto a las de los otros dedos, se reproduce el entrante nuevamente. Y así sucesivamente.

Como las uñas de las manos crecen unos 4mm al mes, he llegado a dejarme crecer la del dedo medio derecho mucho más que las del resto de dedos, para ver qué pasa. Esto me ha costado un sacrificio considerable, porque no soporto las uñas de hombre largas. Pero me ha servido para comprobar que el entrante sigue ahí, es decir que el mayor crecimiento no lo hace desaparecer.

No he sabido dar con una explicación plausible para esta anomalía. Es una malformación, no sé si congénita o no, que resulta increíble al repetirse una y otra vez como partiendo de cero. No es que deba ser preocupante, ya me lo imagino, en comparación con otras malformaciones del cuerpo humano que no tienen remedio. La mía al menos se remedia cada vez que me hago la manicura. Pero confieso que el asunto ocupa mi mente de manera recurrente. Incluso en mis ratos de duermevela, al amanecer.

A lo mejor debería ver a un médico especialista, o un psicólogo, un vidente, un nigromante que me sepa explicar por qué la queratina de mi uña no actúa por igual en toda su superficie de crecimiento. La verdad es que no lo he hecho por pereza. Por otra parte se me ha ocurrido mirar en Internet y he visto centenares de fotos de malformaciones en uñas, algunas horribles. Pero ninguna tan sutil e inocentemente enigmática como la mía. En mis continuas conjeturas he llegado a pensar que mi uña me está enviando una señal. ¿Pero una señal de qué?

A lo mejor de que las leyes físicas no son inmutables y por la misma razón tampoco lo  son las leyes morales. Esto ya lo vio Max Planck, cuando investigó el comportamiento de la materia y la energía. Aunque no se pronunció con la misma contundencia sobre la conciencia moral.

Pero volviendo a mi hipótesis de una señal en mi uña, tampoco descarto que se trate de un primer síntoma de un proceso evolutivo de nuestra especie, porque las uñas pronto ya no serán necesarias y por lo tanto esto es un aviso de que el crecimiento está llamado a desaparecer y quién sabe si toda la uña. En todo caso aún quedan algunos cientos de miles de años para que nuestro homo sapiens siga las leyes de Darwin.

Como las uñas siguen creciendo al poco de morir, sería interesante para mí poder observar si mi uña crece después de muerto con la misma malformación. Pero me temo que esa observación sólo sería factible a cargo de mis familiares. He pensado incluir esto en mis disposiciones testamentarias, por si puede servir al progreso de la ciencia.

Lo cierto es que las uñas, pese a su aparente irrelevancia, tienen un protagonismo indiscutible. Esto explica que se diga “son uña y carne”, o salir corriendo “a uña de caballo”, o defenderse “con uñas y dientes”. Quizá el protagonismo les venga a las uñas por ser la única materia dura externa visible del cuerpo humano. Como si fueran un último resquicio remanente de cuando éramos crustáceos. Es decir, cuando el esqueleto va por fuera y la carne por dentro. Ahora, tras millones de años, nos hemos convertido en mamíferos y nuestra envoltura exterior es la carne.

 Excepto las uñas. Y quizá los dientes, aunque éstos son menos evidentes y sólo son visibles cuando los desnudamos en una sonrisa. Las uñas, en cambio, las exhibimos siempre sin complejos. Las miramos continuamente (sobre todo las de las manos) a lo largo del día y casi sin saberlo constituyen algo esencial de nuestra identidad. A pesar de su escasa utilidad, ya que apenas nos sirven para rascarnos y poca cosa más.

Lo dicho se refiere naturalmente a las uñas masculinas, ya que las de la mujer son desde tiempo inmemorial un elemento ornamental de primer orden para realzar la belleza de la mano femenina. Hay toda una industria dedicada a la pintura de uñas,  a las diversas herramientas para hacer la manicura y la pedicura. Un pequeño mundo sujeto también a la dictadura de la moda.

Pero, adornos y manicuras aparte, el misterio de la uña de mi dedo corazón derecho sugiere toda clase de interrogantes y reflexiones, más allá de su aparente futilidad. La respuesta no la conozco y a lo mejor no existe. Porque hay efectos sin causa.

Otro misterio.
 

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