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DISQUISICIÓN ABSTRACTA

In articulo mortis: lo mejor es pensar, sufrir, amar y gozar mientras se pueda

Se va muriendo gente a mi alrededor. Cada vez más. Porque los que se van ya pertenecen a mi entorno, mi generación. Con lo que ahora se llega a vivir, pienso que se han ido demasiado pronto, de que aún no tocaba.

Hechosdehoy / Germán Loewe
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Así he perdido amigos, compañeros de colegio o de carrera, familiares. Con lo que ahora se llega a vivir, tengo la sensación de que se han ido demasiado pronto, de que aún no tocaba. Pero si echamos mano de la estadística y de la esperanza media de vida, entonces empieza a encajar. Por la banda baja, pero encaja. Es lo esperable cuando te levantas todas las mañanas caminando por la octava decena.

Pero lo que comprendes, no lo sientes como algo próximo. Está situado en el reino de lo posible pero no probable. No va contigo. Aunque quizá deberías prepararte. Pero prepararte para qué. ¿Para afrontar la muerte con naturalidad? ¿Para estar a bien con Dios de cara al más allá? ¿Para soltar equipaje y lastre antes de la despedida?

Sobre todo, pienso, se trata de desprenderse gradualmente de todo lo que poseo sin ser en el fondo mío, pero también de todo lo que aún deseo y hasta de todo lo que recuerdo que poseía y deseaba.

Como un estado espiritual ascético o budista. Debe ser muy difícil de alcanzar. Entre otras razones, porque mientras te esfuerzas en desnudar tu vida y tu mente para cuando te llegue el trance, puede que ya vayas perdiendo energía y motivación vital. Y que entonces precipites tu final, a falta de una vida sin pasado ni futuro, sólo en presente tedioso y vegetativo.

Entonces cavilo que a lo mejor sea preferible morir “con las botas puestas”. No preocuparse por un posible más allá, que no sabemos en qué consiste. Si hay vida después, se trataría de una transición y entonces no vale arrepentirse de prisa y corriendo por miedo a las consecuencias. Y quizás daría tiempo de arrepentirse de todo lo arrepentible a lo largo del viaje, puesto que parece que se trataría de un itinerario sin una auténtica solución de continuidad entre la muerte física y la vida en otra dimensión, que además afirman que es eterna.

Por otra parte, si no hay vida más allá, sino que nos reintegramos en el flujo universal de materia y energía,  entonces a qué andarse con preparativos. En tal caso es mejor desde luego vivir, pensar, sufrir, amar, gozar mientras podamos. Pero al propio tiempo recordar que tenemos conciencia moral, a la que nos debemos. Y si la tenemos, debe haber alguna razón para explicar por qué la necesitamos y si ella también desaparece con la muerte, o por el contrario ella es como el código genético que encripta nuestros actos, sentimientos y pensamientos.

Imagino que ese ADN quizá permanezca no se sabe dónde, que no se destruya. Aunque tampoco hemos de presuponer una noción espacial o temporal que se le pueda aplicar. Más bien sería una abstracción, un ser en vez de un no ser.

Así pues sigo imaginando cómo algo intangible de nosotros los humanos pudiera perdurar en el más allá. Ese algo que llaman el alma o la psique griega ¿se podría deslindar de nuestro cerebro, de manera que escape a la descomposición?
Si así fuera – como aseguran las religiones – habría miles de millones de almas vagando eternamente no se sabe dónde, aunque no ocuparan necesariamente ningún espacio.

Pero fuera de la fe religiosa hay que admitir la dificultad para asumir esta hipótesis. Más bien me inclino a pensar que todas o algunas de nuestras potencialidades cerebrales, como lo pensado, sentido, amado o creado a lo largo de la vida dejan quizá un rastro en forma de ondas electromagnéticas, que algo o alguien puede captar o percibir. Y cuanto mayor es el caudal de lo que se ha creado, sea arte, belleza, amor o sentimientos nobles, mayor será también el potencial de permanencia que se manifiesta en varios planos yuxtapuestos: ondas, vibraciones, recuerdos.

Así, cada vez que leemos una obra literaria o contemplamos una pintura o escuchamos la interpretación de una partitura musical, revive en nosotros el legado de su creador ya fallecido y en cierto modo también su personalidad. No sé si la huella o mensaje de cada cual es la misma para un pobre paria intocable de la India que para Beethoven. A lo mejor hay grados, pero eso es un misterio. Y si es verdad que todos los humanos somos iguales, entonces también hay que concluir que ninguna vida es irrelevante y ninguna muerte es inútil.

También habría que deducir en la misma senda de pensamiento, que puesto que nacemos iguales la muerte nos iguala a todos nuevamente.

Tiene que tener algún sentido que yo pueda pensar estas cosas. De otro modo mi razón resultaría un despilfarro de la naturaleza. Y la naturaleza es todo lo contrario, es la armonía, la belleza de un engranaje sin fisuras. Por eso estoy profundamente convencido de que debemos encarar la muerte sin temor, sin que nos domine el instinto de conservación.

La muerte como lo que es: un ciclo natural, un pájaro varado en la vida, que de repente despliega sus alas y sale a volar.
 

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