Este muerto se murió el día trece de septiembre de 1984. Después del presunto rigor mortis, antes de ser embalsamado, levantó un brazo sin avisar, dándole un susto de muerte al empleado novato de la morgue.
Recuperado el resuello, el empleado le maquilló la cara para que pareciera más gordo, en una postrera broma. Los familiares fueron a echarle el último vistazo, y su madre, repentinamente, dijo: “Mírale, mírale qué gordito lucía, qué mono, como si estuviera echando la siesta después de comer, hijo mío…”
Después del funeral y una vez arrojadas sus cenizas a las caras de todos a causa del viento, la familia se esparció como suele ocurrir, y, poco a poco se olvidó la pena que les había causado el fallecimiento y se restauró la normalidad.
Más tarde, tras las fases Q-W-E-R-T-Y de descomposición, el cadáver consiguió el master en eternidad y el doctorado en la dicotomía cielo-infierno, aunque él no se enterase de nada.
Por último, se convirtió en un fósil que estudiaron los antropólogos muchísimos años más tarde, cuando ya el cementerio se había dispersado por los avatares de la muerte, y cada difunto tenía un trabajo más o menos modesto, como dar de comer a las flores o a los cipreses que siempre señalan tumbas de jardín.