Pida un deseo. Rilke decía que hay deseos que duran toda la vida, y que por eso no podía esperase su cumplimiento. Pero no caigan en la desesperanza del pozo lleno de monedas tristes en su fondo, las cuales acuden los buzos a buscar cuando en la plaza no hay gente.
En una fuente de pueblo, un cartel rezaba: “No tire monedas a la fuente. Los deseos no se cumplen”. Y digo yo que los funcionarios estarían hartitos de que les tapasen la fuente con una lluvia de monedas sin apenas valor. Claro que arrojar un billete a la Fontana di Trevi no estaría nada mal.
Mejor aún que quemar un billete de cien francos, que fue lo que hizo delante de las cámaras de la televisión francesa Sèrge Gainsbourgh (Je t áime, moi non plus), hecho por el cual fue muy criticado en los medios.
Pero no nos vayamos por las ramas. Usted ha formulado un deseo inmediatamente en este mismo momento. Piense. No hace falta que me lo cuente. Sencillamente, ponga todo de su parte para que ese deseo se haga realidad, y después, pase al siguiente.
La vida es una cadena de deseos o de caprichos, son lo que mueve el mundo. Ni el sexo, ni el dinero, ni el poder, sino la confianza en uno mismo y en sus propias posibilidades en hacer que esa moneda que ha arrojado a la fuente llegue a manos de un niño que no tiene dinero suficiente para un helado.
No rompa usted la cadena de deseos de los demás, y haga con ellos lo que los nudos de Salomón, que apretaban sin ahogar. Libérelos como pescaditos de plata, que diría Julio Cortázar, libérelos en su propia circulación sanguínea. Verá como le sienta bien, y el agua sabe encontrar el mar de los deseos cumplidos que se rompe contra la roca en una espumosa ola iridiscente de ala de mosca.
Así que cambiemos el cartelito y digamos: no pida deseos, deje que la vida se los regale.