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AÑORANZA DE SCHILLER

Los pueblos siguen a los políticos, en vez de escuchar a sus pensadores, artistas y poetas

Alemania y Europa entera veneran, leen y citan y recitan a Schiller aún hasta nuestros días. Pero Alemania y Europa no parecen haberle hecho mucho caso, a juzgar por la historia del siglo XX.

Hechosdehoy / Germán Loewe
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26 de mayo de 1789, Universidad de Jena, Alemania. La multitud de estudiantes se agolpa en el Aula Magna; no caben todos sentados y en los pasillos se apretujan de pie los que no llegaron a tiempo de ocupar asiento. Hay una gran expectación y al mismo tiempo un respetuoso silencio. De pronto se abre una puerta lateral y el conferenciante se dirige con paso firme al estrado, para sentarse junto a una mesa central.

Es un joven alto, de unos treinta años, cabellera color castaño, facciones nobles y tez pálida. Le acaban de conceder la cátedra de filosofía y el puesto de Profesor Extraordinario de Historia. Su primera lección magistral inaugural versará sobre “Qué significa y con qué fin se estudia la Historia Universal”.
Su fama de pensador y dramaturgo le ha precedido, desde que publicó Los Bandidos (Die Räuber) algunos años antes. Por fin los emocionados estudiantes tienen ante ellos a Friedrich Schiller en persona. Ellos no saben que van a escuchar al que sería el mejor historiógrafo de Alemania, uno de sus pensadores más insignes, su mayor dramaturgo y – junto con Goethe – su más excelso poeta.

El profesor Schiller les va a hablar de su visión de la Historia Universal, como evolución de la Humanidad a través de épocas turbulentas y crueles, desde el predominio del sentimiento y la ambición hasta llegar hacia finales del XVIII a un equilibrio cada vez mayor entre lo racional y el sentimiento, para lograr los ideales de razón, humanidad y libertad.

Schiller tampoco sabía, al igual que su devota audiencia de ese día, que tan sólo faltaban dos meses escasos para el estallido de la Revolución Francesa, el 14 de julio de aquel año. Los ideales de esa revolución, que marcó al mundo para siempre, eran los mismos que preconizaba Schiller. Pero aunque había de saludar con alborozo al principio lo que aconteció en Francia, pronto pasó a rechazarlo, ante el terror y la violencia que se desataron a los pocos años y que estaban muy lejos de las aspiraciones idealistas que siempre defendió Schiller, un hombre al que no le fue dado vivir más de 46 años.

Parece imposible que en tan poco tiempo fuese capaz de crear una obra literaria monumental y supiese aleccionarnos con su extraordinaria visión del necesario ennoblecimiento de la Humanidad a través del arte, la belleza como fundamento de la libertad.

En 1793, en su “Tratado sobre la educación estética del hombre” dice: “El hombre ha despertado de su larga indolencia y del engaño en que se complacía, y exige insistentemente la restitución de sus derechos inalienables. Pero no los exige sin más, se alza en todas partes para tomar por la fuerza lo que, según él, se le niega injustamente. El edificio del Estado Natural se tambalea, sus frágiles cimientos ceden, y parece existir la posibilidad física de sentar en el trono a la Ley, de honrar por fin al hombre como fin en sí y hacer de la verdadera libertad el fundamento de la unión política. ¡Vana esperanza! Falta la posibilidad moral y ese instante tan propicio pasa desapercibido para la ciega humanidad.”

Después, en 1798, Francia le declara Ciudadano Honorario de la República.

Goethe, su entrañable amigo, que le sobrevive 27 años, nunca se recupera del todo de la pérdida prematura de Schiller. Alemania y Europa entera le veneran, le leen y le citan y recitan a lo largo de todo el siglo XIX y aún hasta nuestros días. Pero Alemania y Europa no parecen haberle hecho mucho caso, a juzgar por la historia del siglo XX.

Mayo de 1955, Weimar, Alemania. El escritor y premio Nobel Thomas Mann escribe y lee en público un ensayo magistral sobre Friedrich von Schiller (el “von” nobiliario le fue concedido en 1802 por el Duque Carlos Augusto de Sajonia-Weimar), con motivo del 150 aniversario de su muerte. Han pasado sólo 10 años desde la capitulación y el hundimiento de la Alemania nazi. A Thomas Mann aún le quedan fuerzas, meses antes de su propia muerte, para invocar el legado inmenso de Schiller y exhortar a la audiencia y a sus lectores a regenerar a Alemania y a Europa. A recuperar la Alemania de la cultura y el humanismo, que nunca debió haber cedido a la locura colectiva.

En la línea de Thomas Mann pienso que acaso todos los desastres y las guerras que incesantemente han caído sobre el civilizado solar europeo, se deban a que los pueblos escuchan y siguen a los políticos y gobernantes, en vez de escuchar y seguir a sus pensadores, a sus artistas, a sus poetas.

Quizá podamos ahora concebir una nueva esperanza, cuando en los albores de la Unión Europea hemos rescatado a Schiller a través de Beethoven, al convertir en himno de Europa la melodía coral del último movimiento de la Novena Sinfonía del genio de Bonn, que incorpora los maravillosos versos de la Oda a la Alegría de Schiller.

Quiero citar como epílogo una de sus frases, que podrían encarnar su mensaje:
“La construcción de la auténtica libertad política es la más completa de las obras de arte.”

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