Se trata de una cuestión casi de principios. Todos hemos empezado a desarrollar éste comportamiento desde que recordamos tener uso de razón. Ello se confirma cuando la gente se agarra a su caja de detergente como si fuera lo único que tiene sentido en este mundo, porque es el que ha usado toda la vida, y no quiere probar otro nuevo.
El síndrome del detergente afecta a todos los consumidores –porque eso es lo que somos en esencia- y aún así, hay gente que cambia, y que hace del cambio una actitud conservadora.
En casa de los De Toda la Vida, por ejemplo, eran de naturaleza conservadora. Ello quedaba demostrado por su negativa a cambiar de detergente. Sus vecinos, en cambio, los Volubles, habían logrado hacer del cambio una obligación. Nunca usaban el mismo detergente. Esta particularidad, en ellos, se había convertido en una curiosa tradición. Por tanto, los De Toda la Vida decían que sus vecinos eran unos conservadores del cambio.
“Vaya lío. Estamos perdidos”, dijeron los Volubles: “Somos animales de costumbres”. Se dieron cuenta de que la modernidad puede convertirse en el arte de conservar el espíritu del cambio, pero el progreso resulta al fin y al cabo conservador. Y cuando menos se lo esperaban, el cambio se transformaba en tradición. Preservaban los cambios, los sustituían por otros, pero, al final, caían en la tendencia de pensar que los tiempos pasados siempre fueron mejores y que el detergente también era mejor hacía cincuenta años, cuando aún los payasos no se metían en la lavadora.
¿Estamos equivocados?, se preguntaban los Volubles. No, simplemente queremos lavar más blanco, se consolaban. Y la familia De Toda la Vida añadía: por los siglos de los siglos nuestra ropa estará más blanca que la suya. No obstante, el destino jugó una mala pasada a los De Toda la Vida. Un buen día, la empresa de productos de limpieza cambió su fórmula, y aromatizó su detergente al jabón de lavanda. Los De Toda la Vida, avergonzados, nunca se lo dijeron a los Volubles, para no ser el blanco -eso sí, más blanco- de sus miradas.
– Enrique Mochales es un excéntrico de la literatura. Después de estudiar Bellas Artes dio el salto y se dedicó a escribir libros de relatos cortos, novelas y poesía, con los que consiguió varios premios literarios. En el colegio, fue descalificado del concurso de redacción de Coca Cola, porque no creían que un muchacho de tan corta edad fuese a escribir como un adulto. Vive en Bilbao.