En un precioso documental, vi a los chinos pasear a sus pajaritos por la plaza de Tiannamen. La escena me conmovió. Los orientales mantenían en cautividad a sus pajaritos, pero, por lo menos, les sacaban a pasear en sus jaulas. Iluminado por una súbita inspiración, recordé que aquél primer domingo de mayo se celebraba, en Jardines de Albia, un concurso de pájaros cantores organizado por el Café Iruña, así que decidí darle una vuelta yo también a mi gorrión, que había comprado en la Plaza Nueva, de nombre Alfred Hitchcock.
Al llegar a la plaza el bichito se quedó inmóvil, en un estado de rigidez muscular y estupor semejante a la catatonia. Supongo que ver juntos a tantos virtuosos del canto le impresionó. Tengo que señalar que su presencia tampoco pasó inadvertida entre los plumíferos vocalistas: un jilguero le dedicó unos trinos que recordaban lejanamente a un tango, y dos canarios amarillos enmudecieron a su paso, lo cual provocó el enfado de sus dueños humanos, que no pensaban más que en el primer premio. Una vez hubimos visitado uno por uno a todos los participantes del concurso, me senté en un banco de la plaza con la jaula sobre mis rodillas.
Tras observar detenidamente a todos esos reclusos desgañitándose en sus jaulitas de 15×20, sentí pena por Alfred Hitchcock. Pasearle no era suficiente. Le debía algo más. Necesitaba estar absolutamente seguro de que Alfred permanecía conmigo por su propia voluntad. No lo dudé un instante: abrí la jaula.
Alfred no se hizo de rogar, moduló un trino que seguramente quería decir adiós y salió volando por la puerta de la jaula. Después de posarse en la mesa de la cocina y reconocer el terreno, voló hacia la ventana y se posó en el alfeizar. Me miró, como si fuera doloroso liberarse de su carcelero, y soltó otro trino, que yo interpreté como “Ahí te quedas, contreras”, antes de desaparecer definitivamente por el patio hacia el exterior.
Por la mañana, no escuché los trinos de Alfred, así que desperté más tarde. Esperé que hubiera encontrado más pájaros fugados o manumitidos, y que viviese con ellos allá donde ningún cazarecompensas pudiera encontrarles.
Aún conservo la jaula dorada de Alfred en la cocina, con su portezuela abierta.
– Enrique Mochales es un excéntrico de la literatura. Después de estudiar Bellas Artes dio el salto y se dedicó a escribir libros de relatos cortos, novelas y poesía, con los que consiguió varios premios literarios. En el colegio, fue descalificado del concurso de redacción de Coca Cola, porque no creían que un muchacho de tan corta edad fuese a escribir como un adulto. Vive en Bilbao.