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HISTORIA Y MODERNIDAD

Lautaro, el audaz. Pinceladas de Chile, un país o un paisaje

Lautaro le puso también a su hijo el escritor Roberto Bolaño, autor de la monumental y póstuma "2666" y uno de los más grandes literatos latinoamericanos de nuestra época.

Hechosdehoy / Germán Loewe
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Debió ser sobre las siete de la mañana, hora local. Amanecía un día gélido de este junio en el hemisferio austral, puente del otoño al invierno. Yo lo intuía desde el aire. Mi avión sobrevolaba la cordillera andina rumbo a Chile; el espectáculo de la inmensidad montañosa con su manto blanco sobrecogía, pero la emoción llegó a su culmen al avistar el Aconcagua. Un coloso que emergía de repente de entre los muchos picos y parecía querer frenarnos amenazante, en la luz que lo iluminaba de madrugada.

Al poco rato el descenso a Santiago. Una ciudad extensa, con historia y modernidad. Y una omnipresencia, desde donde quiera que mires, de la imponente pared nevada de la cordillera, que parece que arrincona a la capital hacia el mar. Como a buena parte del país, una franja de más de seis mil kilómetros, separada del resto del mundo tras la barrera andina. Parece como si ahí tuviera que seguir siempre, olvidado y ensimismado. Pero no es así. Ahí está un país vivo y pujante, exportador de vinos, frutas, minería.

Tras catorce horas de vuelo me siento como en casa, el idioma y el ambiente son los mismos, o casi. Pero observo las caras y los rasgos de la gente y pienso en La Araucana de Alonso de Ercilla. La huella de los mapuches sigue viva, desde aquellos lejanos tiempos del siglo XVI, cuando el poeta español – que participó en aquella lucha – relata en versos maravillosos y épicos la conquista de los indios mapuches (o araucanos) por los tercios de Felipe II, al mando de Valdivia.

Me vienen los endecasílabos de dos octavas reales del Canto primero de La Araucana, que describen al Chile de entonces de mano maestra:

“Chile, fértil provincia y señalada
en la región Antártica famosa,
de remotas naciones respetada
por fuerte, principal y poderosa;
la gente que produce es tan granada,
tan soberbia, gallarda y belicosa,
que no ha sido por rey jamás regida
ni a extranjero dominio sometida.

Es Chile norte sur de gran longura,
costa del nuevo mar, del Sur llamado,
tendrá del este a oeste de angostura
cien millas por lo más ancho tomado;
bajo del polo Antártico en altura
de veinte y siete grados, prolongado
hasta do el mar océano y chileno
mezclan sus aguas por angosto seno.”

Será mi temperamento melancólico, pero al tiempo que me encuentro con el Chile de hoy, no puedo evitar rememorar aquella lejana historia contada por Ercilla, el español Valdivia enfrentado a Lautaro, el caudillo mapuche.

Lautaro, sonoro nombre. Nostalgia de una gesta, la rebeldía desesperada e inútil frente al dominio del más fuerte. La historia siempre se ha escrito así, pero hay naciones que han fundido dominación y derrota dentro de su ser identitario. Por eso hay muchos Lautaros en Chile y porque Lautaro significa “audaz”.

Ese nombre le puso también a su hijo el escritor Roberto Bolaño, autor de la monumental y póstuma 2666 y uno de los más grandes literatos latinoamericanos de nuestra época, nacido en Chile, mexicano un tiempo, catalán por residencia en sus últimos años en Barcelona y Blanes, hasta su muerte en 2003.

¿Por qué me estoy acordando de Bolaño al pisar Chile? En realidad se ha colado en mis pensamientos de manera quizá inoportuna, pues fue chileno tamizado por México y al fin fue universal. O a lo mejor no tan inoportuno, porque fue Chile quien lo forjó y lo proyectó al mundo.

Su novela más premiada, Los detectives salvajes, transcurre en México y su alter ego, Arturo Belano (en homenaje a Arthur Rimbaud, gran poeta francés del XIX), se pasea por esa gran obra literaria como protagonista y observador a un tiempo.

Más tarde publica Nocturno de Chile, ésa sí es novela chilena. Es la más traducida y Bolaño se inspira en los años de la dictadura, que él sólo conoció tangencialmente, aunque visitó su país pocos días antes del golpe de Pinochet, para solidarizarse con la Unidad Popular de Salvador Allende. Pienso que esa vivencia bastó a su poder creativo, para escribir y escribir sobre un país que le seguía doliendo.

Esto es lo que dice Bolaño de este libro:
Nocturno de Chile es la metáfora de un país infernal, entre otras cosas. También es la metáfora de un país joven, de un país que no sabe muy bien si es un país o un paisaje.”

A mí me parece que desde luego es un gran país, además de un gran paisaje.

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