Ya sabemos cosas del Big Bang, de hace 13.700 millones de años. Al parecer fue el origen del Universo. ¿Y qué había hace 14.000 millones de años, o sea antes del “Big Bang”?
Por lo visto nada de nada, un concepto difícil de imaginar, por ponerlo suave.
¿Estaba Dios ahí detrás?
Ojalá.
Es tan difícil de imaginar como lo que la ciencia nos dice que pasó después y sigue pasando ahora, cada milésima de segundo. El Universo está en expansión, a velocidades medidas, pero inconcebibles. Miles de astrónomos y astrofísicos del mundo trabajan incansablemente en la investigación del espacio. Disponen para ello de observatorios y telescopios espaciales cada vez más sofisticados y precisos.
Al explorar desde el espacio y fuera de la atmósfera terrestre, se valen de técnicas basadas en los rayos ultravioletas e infrarrojos, o sea en radiaciones electromagnéticas, cuya longitud de onda es más corta que la de la luz visible y permiten ver lo invisible. Los resultados de estas investigaciones son a la vez maravillosos y apabullantes.
Ya no hablamos de planetas, sistema solar o Vía Láctea, es decir, nuestra propia galaxia, que sólo tiene – la pobre – 100.000 millones de estrellas.
Ahora sabemos que Andrómeda, otra galaxia cercana a la nuestra, contiene un billón de estrellas. Y la galaxia más grande conocida se llama IC 1101. Con este DNI tan prosaico, como cualquier localizador de billete electrónico, parece querer apartarse de las referencias mitológicas griegas, mucho más románticas. Pero lo que priva cada vez más es el pragmatismo anglosajón, que propende al numeralismo y la codificación, en detrimento de vinculaciones o recordatorios literarios e históricos. Como las calles de Nueva York.
Volviendo a IC 1101, está situada a más de 1.000 millones de años luz de nosotros (un año luz es la distancia que recorre la luz en un año, a una velocidad de 300.000 km por segundo, es decir, 9,46 trillones de kilómetros). Y además se aleja a 23.000 kilómetros por segundo, debido a la expansión del Universo. Tiene un diámetro de 6 millones de años luz (sesenta veces mayor que nuestra Vía Láctea) y contiene, según parece, cerca de 1000 billones de estrellas.
Pues bien, estiman que el Universo contiene 100.000 millones de galaxias.
Trato de superar el temblor de pulso, el parpadeo incontrolado y la sensación de mareo, que me producen estas cifras cósmicas.
Pero es que aún hay más.
Este verano nos hablaron de Laniakea. No se trata de una palabra vasca, sino del idioma hawaiano y quiere decir “cielo inconmensurable”. De modo que Laniakea es el nombre que le han puesto a un masivo supercúmulo de galaxias, descubierto hace poco y publicado por la revista Nature.
Nuestra galaxia, la Vía Láctea, es apenas un puntito situado a las afueras de Laniakea. Es como un mapa de galaxias que forman una red de más de 100.000, que navegan en la piscina cósmica Laniakea. Allí dicen que está el “Gran Atrayente”, que atrae las galaxias al núcleo de un supercúmulo, incluyendo a la nuestra. Tal supercúmulo tiene un diámetro de 520 millones de años luz, frente a los 100 millones de años luz que se creía que tenía el cúmulo al que pertenece la Vía Láctea.
Por lo tanto nuestra galaxia es sólo un pequeño apéndice en el borde exterior de Laniakea.
Y ahora viene la traca final: toda esta inmensidad sólo ocupa el 15 por ciento del Universo. El restante 85 por ciento lo ocupa la llamada “materia oscura”, que todavía apenas conocemos.
Después de darme una ducha helada para reaccionar, creo que mis constantes vitales han vuelto a sus valores normales. Pero los pensamientos se atropellan desordenados e inquisitivos en mi cabeza.
Es en el fondo casi un milagro que nuestro cerebro nos permita localizarnos – siquiera sea matemáticamente – en el Universo infinito al que pertenecemos y que seamos capaces de acercarnos un poco más al misterio de lo existente. Pero al propio tiempo me escandalizo pensando en cómo podemos tener la arrogancia y la desfachatez de seguir creyendo que el ser humano – ubicado en esta motita del planeta Tierra, dentro de esas coordenadas siderales – pueda tener algún protagonismo importante dentro de esta realidad. ¿Cómo puede alguien pensar que sólo en nuestra Tierra hay vida y seres inteligentes?
Si hay un Dios detrás de todo esto, o un “Gran Atrayente” (que suena más aséptico), ¿cómo se nos puede ocurrir pensar que su Providencia se va a entretener con todos y cada uno de nosotros?
¿Qué soberbia nos induce a dar como dogmático que desde Adán y Eva estamos hechos a imagen y semejanza del Creador?
Quizá más que soberbia se trate de necesidad espiritual, para soportarnos a medida que nos conocemos y nos vamos situando en el mapa. Como este mapa crece exponencialmente, todo nuestro pequeño mundo, nuestra pequeña historia y nuestro pequeño pensamiento se están viendo desbordados por la ola gigantesca del conocimiento del Universo.
Parece que ya nada vaya a encajar, ni nuestra civilización, ni nuestra fe religiosa, ni siquiera nuestro ateísmo militante e inmanente. Y sin embargo, el mero y desconcertante hecho de que dispongamos de nuestra facultad racional, podría ser quizá demostrativo de que todo tiene un sentido y de que somos un eslabón en el plan cósmico del “Gran Atrayente”, por diminuto que sea este eslabón. De otro modo no tendría explicación que nos hubieran dotado del don de interrogarnos, para que finalmente resultara inútil y no hubiera respuesta alguna.
Va contra toda lógica, y la lógica prevalece en el Universo.