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MAQUILLAJE

La mano azul y el puñetazo en la mandíbula

Pensé que eso era precisamente lo que se veían obligadas a hacer las mujeres cuyo marido les había golpeado: pintarse para disimular el moratón.

Hechosdehoy / Enrique Mochales
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El otro día, en el parque de Los Patos de Bilbao, un tipo trastornado que había volcado varios contenedores de basura, se acercó a mí y me pegó un puñetazo en la mandíbula, así como quien no quiere la cosa. El tipo se alejó silbando –medía uno ochenta y pico y era más joven que yo- y no pude menos que sacar mis pinturas de guerra para demostrar que me habían herido en la pelea.

Me pinté una mano de pintura en la mejilla, lo cual significaba darse una base de maquillaje de Revlon para tapar el moratón.

Allá donde me veían se decían: “Este hombre ha tenido una pelea importante”. Pensé que eso era precisamente lo que se veían obligadas a hacer las mujeres cuyo marido había golpeado: pintarse para disimular el moratón.

Luego le cogí el gustillo a la cosa, y utilicé el perfilador de ojos y una barra de labios color carmín. Después me coloqué una peluca, gafas negras, tomé mi navaja suiza y salí así a la calle.

Me dirigí hacia el parque, y encontré de nuevo –divina providencia- al individuo que me había dado el puñetazo. Le dije: “¿Todavía no te han metido en un psiquiátrico?”.

El hombre pareció alucinado, y me contestó: “Apártate, zorra”.

“Claro guapo”, le respondí, y le puse la zancadilla. “Si fueras un hombre te mataría”, musitó él, desde el suelo.

Y es que ser mujer es útil en algunos casos. Yo le contesté: “¿Quieres que vayamos a un lugar reservado, entre los arbustos, guapetón?”.

Él se rio y dijo: “Haber empezado por ahí”.

Metí la mano en el bolsillo: llevaba la navaja. Sólo le di un pinchacito en el culo cuando subíamos las escaleras hacia las tinieblas y recovecos de la Pérgola. Un leve pinchacito que atravesó su pantalón vaquero y penetro levemente en su nalga izquierda, provocando una minúscula mancha de sangre. Él ni siquiera se enteró. Después me disculpé mirando el reloj, argumentando que se me había hecho muy tarde, ante su estupefacción.

Cuando llegué a casa me pegué una ducha. Y una mano azul apareció pintaba en mi rostro. Era el signo del guerrero.

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