La cebolla tiene su secreto. El simple hecho de pelarla consiste en constatar una serie de descubrimientos personales que se muestran como prendas interiores en la intimidad de la cocina. Después de un envoltorio cobrizo o amarillento, muy quebradizo, que sugiere la corteza terrestre que pisan nuestros pies, la primera capa contiene, según para cada quién, sentimientos dispersos y deseos cutáneos, realidades frívolas y nimiedades, mera ilusión de lo cotidiano o, tal vez, cosas más serias que se alojan en los poros del cuerpo, y que le producen heridas visibles.
Deben, por lo tanto, poner en esta fase especial atención los alérgicos, puesto que sus emociones más profundas pueden convertirse en un desgraciado sarpullido que no revela nada sobre el origen de las penas. Las cortezas posteriores comienzan a mostrar la blancura ingenua de adentro, un más allá de las palabras vanas y los disimulos, quizás por eso parecen desprender tiernamente, capa a capa, dulces caricias de niños y niñas avergonzados de sus temores. Puede que en esta etapa del proceso, los más impresionables se pongan a llorar, aunque se trate sólo de unas pocas lágrimas de felicidad.
Mientras dura el destape la cebolla se defiende como puede e intenta conmovernos. A nadie le gusta ser desnudado por la fuerza, así que es necesario reducir al mínimo la presión de las yemas de los dedos y tocar con suavidad, para no hacerse daño mutuamente, lo mismo que ocurriría con dos amantes.
Por supuesto, hay otros que optan por pelar la cebolla sumergida en el agua, para ahogar todo riesgo de borrasca, y también hay quien prefiere colocar una de sus mitades encima de la cabeza, intentando racionalizar cual equilibrista el irreversible proceso.
Pero los imprudentes que siguen adelante ven ya el exterior que precede al centro, donde se han detenido otros, incapaces de continuar el camino hacia el núcleo del instinto, turbados por ajenos estremecimientos que les han nublado la vista. Y cuando sus sentidos llegan al vórtice, el sabor emana de un aroma extraordinario que humedece la punta de los dedos y se mete dentro de las uñas, un jugo dramático que se dispersa por el ambiente y que contiene en sí mismo todo el amor y todo el aborrecimiento que hayan podido existir nunca en un corazón abierto.