Tengo una serie de poemas que son como un caracol, no cambio nunca de tema del aire-brisa-sol. Ello a veces me incomoda porque repito siempre lo mismo: el beso-la oda-el abismo
La grandeza del gigante de Rodas
Todos tienen final perfecto, final triangular o redondo pero adolecen de un defecto: ¡Que no tienen ningún fondo!
He aquí la confesión de un poeta marginado un vate triste y sin perdón que por la calle he encontrado.
Su mejor verso decía: “No tengo para comer”. ¡Poeta! Le llamé un día cuando acababa de fallecer.
Su esquina era un agujero, nadie más quiso ocuparla hasta que llegó un extraño sin disposición a la charla. “Necesito para un bocadillo”, decía su cartel en el regazo, pero fuera de horas de trabajo se tomaba una cerveza y se fumaba un pitillo.
Se le escapó el tren de la vida, y ahora, junto a una caterva de mendigos, recorre las calles de la ciudad sin hogar, sin lecho ni amigos. Todo esto lo ha provocado el nuevo orden mundial, para que la miseria ajena, sea una cosa habitual.