Eso a veces me plantea un bueno número de dificultades a la hora de expresarme, como por ejemplo sobre la falta de moral, que yo identifico eufemísticamente como “corrupción”, y que encontré dentro de la caja acorazada de un banco suizo.
Seguí buscando, y en la basura encontré las palabras amor, felicidad, prosperidad. En cambio, me encontré una palabra que apareció en la caja de galletas. La palabra era “guerra”, pero no pude expresársela a nadie porque no tenía palabras adecuadas para ello.
Me fui a la montaña a encontrar las palabras, y di con unos cuantos árboles que tenían palabras en sus raíces. Se comunicaba entre ellos, como un gigantesco pulpo de saliva que emitía olores pegajosos y una inmensa paz espiritual.
Peor lo mejor de todo fue cuando, andando por la playa vacía, hallé la palabra “Lug”.
Desde entonces sé que las palabras vienen de los Atlantes, los surferos atlantes, civilización extinguida como las palabras de rabia que se habían secado en mi garganta convirtiendo mi discurso un cuero político correoso mi libertad de expresión.
Así que he dejado de buscar palabras. Ahora, las encuentro.