Zeus estaba colérico. Prometeo le había desobedecido y había robado el fuego del carro del dios sol para dárselo a los hombres. Zeus trama venganza y castigo. Entonces ordena a Hefesto, el gran herrero del Olimpo, que modele con arcilla a una mujer y ordena a los Cuatro Vientos que le insuflen la vida y a todas las diosas del Olimpo que la adornen.
Así nace la bellísima Pandora, que Zeus le envía como regalo a Epimeteo, hermano de Prometeo, para seducirle y casarse con él. Pero Prometeo convence a su hermano de que no acepte el regalo de Zeus. Así que Epimeteo se excusa y rechaza a Pandora. Este desplante enfurece aún más a Zeus, que hace encadenar para siempre a Prometeo a una columna en una montaña, donde un buitre voraz le va desgarrando el hígado año tras año, en una tortura inacabable, pues su hígado se vuelve a regenerar por las noches.
Epimeteo, aterrorizado por el castigo de su hermano, se apresura a casarse con Pandora. Como regalo de boda Zeus le da a Pandora una caja cerrada y engastada de finos relieves. Prometeo había advertido a su hermano Epimeteo de que Pandora nunca abriera esa hermosa caja, porque su contenido era malo para los hombres y Prometeo lo había logrado encerrar con gran trabajo.
Pero Pandora, la malévola criatura moldeada por Hefesto a instancias de Zeus, no resiste a la curiosidad y decide abrir la caja. Y héte aquí que su contenido sale en forma de nube y todos los males que pueden infestar a la humanidad se esparcen por el mundo. La vejez, la fatiga, la enfermedad, la locura, el vicio y la pasión atacan a los mortales ya sin remisión.
Pandora se da cuenta y cierra la caja de golpe, pero ya es tarde. Sin embargo no todo sale de ella. Queda dentro atrapada la esperanza.
El poeta Hesíodo (siglo VII a.C.) nos ha regalado este bello mito que hemos convertido en metáfora universal, cada vez que algo difícilmente controlable nos amenaza. Porque Pandora y su caja siguen entre nosotros. Y a lo mejor no todos los males salieron, quizá permanecen ocultos y encerrados algunos más, agazapados junto a la esperanza, que ahí sigue dormida a través de los siglos.
Recientemente dos científicas relevantes, en Estados Unidos y Suecia, han desarrollado una técnica revolucionaria en el campo de la biogenética, que podría de nuevo encolerizar a Zeus. La llaman con unas siglas extrañas: CRISPR – CAS 9.
Es una técnica de manipulación del genoma, que está causando sensación en el mundo científico y podría liberar un día a Prometeo de sus cadenas. CAS 9 es una proteína que al parecer se utiliza para entrar en las células y modificar el ADN a conveniencia. Este proceso sirve para reparar las anomalías genéticas y prevenir y evitar la transmisión de enfermedades hereditarias. La manipulación se prolonga además en las generaciones siguientes, que quedarían exentas de esas anomalías genéticas.
Hasta ahora esta técnica no se ha aplicado más que de forma experimental en animales de laboratorio, pero los resultados son espectaculares. Permitirá en un futuro no lejano reparar y curar enfermedades hereditarias. Pero ¿acaso no permitiría también intervenir en el ADN de nuestras células y “mejorar” a los seres humanos? Y en un ulterior desarrollo ¿acaso no permitiría también alterar “a peor” a seres humanos o programar sus comportamientos, al ser posible intervenir en el ADN?
Ya se habla de urgentes reuniones de científicos y moralistas del mundo entero, para tratar de sujetar a este nuevo hallazgo y crear límites deontológicos que eviten el descontrol. Pero la ciencia es imparable y va más allá de normas, restricciones o condicionamientos. Quizá los progresos de la ciencia, cuando ya nos adentramos en la misma esencia de la especie humana, supongan riesgos muy graves y nos hagan temblar al acercarnos a desvelar el misterio de la vida. Pero no nos han dotado de raciocinio para que nos quedemos quietos de repente. No nos vamos a parar, para bien y para mal.
Jugaremos con fuego. Con el mismo fuego que Prometeo entregó a los hombres. Y – como Prometeo – nos enfrentaremos a la ira de Zeus. Entonces la bella Pandora, otra vez instruida por el más poderoso de todos los dioses, volverá a abrir su caja y una nueva oleada de males e infortunios se desparramará sobre nosotros los humanos rebeldes e irredentos.
Y cuando eso suceda, quizá esta vez se podrá también liberar de su largo encierro la esperanza.
O a lo mejor conviene que siga prisionera, porque Prometeo quiso precisamente que, al retenerla, nunca la pudiéramos perder.