Será cuestión de gustos y cada cual debe aprender a soportar los suyos. A veces, pocas, intento por cabezonería, interés, esnobismo o porque sí, probar cosas que sé de antemano que no me gustaran.
Pienso que ocurrirá como en aquellos antiguos matrimonios de conveniencia, donde los padres intentaban convencer a los jóvenes y vendidos hijos diciéndoles que con el tiempo seguro se acabarían enamorando. Acostumbrando puede, pero enamorando, lo dudo…
Esta dificultad de conexión me ocurre, por ejemplo, con con las películas musicales a excepción de Mary Poppins: no logro tomarme en serio las tramas dramáticas que se resuelven cantando o bailando.
En literatura me pasa algo parecido con el denominado “realismo mágico”, salvo con la genial Pedro Paramo de Juan Rulfo. Nunca he sido hincha del llamado “realismo mágico”. Desde el siglo pasado existe la tendencia de relacionar o comparar casi toda la creación literaria hispanoamericana con el dichoso realismo mágico y no debería ser así: allí se escribe de todo y muy bien. Como por ejemplo, la siempre asociada al mundo anglosajón, novela policiaca. Acabo de disfrutar de lo lindo con El complot mongol de Rafael Bernal, editorial Libros del Asteroide.
El autor, hasta ahora poco conocido en España, nació en Ciudad de México en 1915 y murió en Suiza en 1972. Fue un viajero infatigable, escritor y diplomático. Dicen que con esta obra se inauguró este género en su país… menudo listón alto para empezar.
La acción se desarrolla en el México postrevolucionario, en plena guerra fría, donde una conspiración internacional planea atentar sobre el presidente norteamericano durante su visita al territorio azteca. Esto provoca unas alianzas imposibles, donde todos sospechan de todos. El país anfitrión aporta al personaje protagonista: Filiberto García. Es un tipo duro, un matón peligroso entrado en años, sin escrúpulos pero con memoria: mata pero no olvida, de gatillo facilísimo y desengañado de cualquier ideología.
Trabaja para el que mejor convenga, en el momento presente de la novela colabora con la policía estatal como especialista en resolver asuntos turbios de manera sucia. Posee un gran sentido del deber pero la prioridad es siempre su propio beneficio. Un individuo moralmente cuestionable, como un Alatriste tosco, sin el freno ético de la amistad. Comparten, eso sí, la obscena pesadumbre del sicario, pero en Filiberto es mucho más leve que en el héroe de los Tercios: en México se muere y se mata de otra manera, digamos más natural. Pinche muerte y pinche vida.
Entre todos los personajes de la novela merece prestar especial atención al pobre abogado y la lacerante crítica que representa.
Mucho humor, amor el justo para desear venganza, corrupción política, droga, conspiraciones, traición, poder… muy actual para ser escrita hace medio siglo. ¿Surgen las sociedades corruptas de políticos corruptos o son las sociedades enfermas las que los generan? La pregunta es si alguna vez hemos sido distintos y no me valen teorías utópicas como repuesta.
Perfecto para acabar el verano, un relato que supera en calidad a la mayoría de sus compañeros de temática actuales, tan de moda. Los tíos blandos como yo necesitamos leer buenas historias sobre tipos duros. Y que le den a la novela negra nórdica, ¡viva México cabr…!