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LIRISMO SUCIO Y VISUAL

Bukowski español en China. El sueño americano y la tontería europea

"Faltan moscas para tanta mierda" de Joaquín Campos, presenta un retrato terrible de China, realista hasta poder masticar la mugre pero a la vez, desesperadamente poético.

Hechosdehoy / Guillermo García Jiménez
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En la pubertad leí a Bukowski desenfrenadamente como solo un adolescente puede hacerlo, sin punto medio; o todo o nada. Leí sus novelas, sus repetitivos relatos y su prosa, que me enseñó que en la vida, si te lo propones, siempre se puede caer más bajo. También me atiborré de sus versos, que una vez digeridos, me enseñaron a valorar la poesía norteamericana: sencilla, potente y práctica.

El realismo sucio dejó de interesarme, cansado de leer buenos y malos imitadores. Aparqué a Heinrich Karl en las estanterías cuando me enteré de que la mayoría de las vivencias supuestamente autobiográficas que reflejaba el escritor eran inventadas: lo único cien por cien real eran sus recitales borracho. Perdí el interés por los libros desmitificadores del sueño americano cuando me di cuenta de que en Europa ni siquiera tenemos sueños, si acaso pesadillas a las que ignoramos igualmente. Como enfermos rencorosos intentamos inocular nuestra tontería a los estadounidenses disfrazándolo de superioridad intelectual, sin advertir los peligrosos efectos del contagio.

Pues bien, el libro que voy a recomendar es lo más parecido a los mejores momentos en prosa del viejo Charles. Se titula Faltan moscas para tanta mierda” de Joaquín Campos. No sé si todo lo que cuenta es real o si todo le ocurre a una sola persona, pero con la mitad ya sería estremecedor. Aviso a los futuros lectores: tardarán mucho tiempo en leer algo tan bruto; tan políticamente incorrecto. El protagonista es un ex camarero español, alcohólico, consumidor de drogas y adicto al sexo. Detrás de sus enfermedades, perversiones y vicios se esconde una enorme y dolorosa angustia vital: solo quiere ser feliz.

Trabaja en China como comercial de excedentes de vino malo a precio del bueno. Con base en Shanghái, nos describe sin cortarse un pelo, su vida allí y su luctuoso trabajo diario en, por llamarlo de alguna manera,  un grotesco mundo chino de los negocios.

Pornográfico, realista hasta poder masticar la mugre, palpar la contaminación en el aire, en las cosas y, lo que es peor, en el alma de la gente y sin embargo, desesperadamente poético al mismo tiempo.

Con un final rebosante de lirismo sucio muy visual, donde el autor logra que sintamos la escena tan nítidamente que deja incluso resaca y un regusto a alcohol en la boca, pero a su vez, también la brisa del amanecer y el comienzo de un nuevo día. Con el tiempo no recordaremos si lo leímos o si realmente estuvimos allí.

El libro nos presenta un retrato terrible de China, un país convertido en un gran pub de carretera, en una fábrica de mano de obra barata donde nos damos cuenta de cómo sus gobernantes han creado una población urbanita lobotomizada, pobre y sufrida, con un campesinado esclavizado tanto si se queda en el campo como si migra a la ciudad.

Las personas son despojadas de su humanidad porque no es útil y sobreviven como piezas de una cadena de montaje, mientras los miembros y amigos del Partido Comunista, cada vez más ricos, disfrutan del capitalismo más radical. Mao y sus herederos, en menos de un siglo, han conseguido diluir una cultura milenaria de la que solo queda una pose para turistas. China tiene muchas cosas buenas, estoy seguro, pero en esta novela no es fácil encontrarlas. Tampoco el protagonista europeo del relato es un dechado de virtudes; la diferencia es que él no obliga a nada a nadie.

El libro nos avisa de la tremenda suerte del occidental, de lo difícil que fue conseguir lo que tenemos, de lo fácil que resulta perderlo y de la ardua o imposible tarea de recuperar lo perdido.
 
Siempre queda la esperanza y sin duda la libertad acabará entrando por alguna grieta, pero la luz todavía no se ve: el túnel es muy largo.
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