Que me estoy haciendo viejo es evidente pero sobre todo, tranquilizador. Cada vez idealizo más el pasado aunque en realidad creo que se debe a que cuantos más años cumplimos, más momentos agradables asociamos a los recuerdos. Como siempre, todo es cuestión de tiempo.
Cuántos buenos ratos pasé con las películas de acción de finales de los 70, 80 y principios de los 90: Harry el sucio, Depredador, La jungla de cristal, Arma letal… Vale, no eran la culminación del séptimo arte, podían ser moralistas, infantiles, violentas y simples, pero también entretenidas, auténticas y con algo que las diferencia de las actuales del mismo género: una distinción clara entre el bien y el mal.
Luego todo se empezó a torcerse y ahora no sabemos dónde está la verdad, nadie es bueno o malo y todo es opinable. La mayoría de los héroes de nuestro tiempo son un reflejo de lo que somos o pretendemos ser y tenemos tal nivel de confusión, que nuestros atormentados ídolos de ficción llegan a situaciones ridículas.
No digo que sea malo dudar, lo que es poco tranquilizador es no discernir, porque así lo que se consigue es que acabemos tragando con todo.
Con la música ocurre un poco como con esas, ¡oh Dios!, ya viejas películas de las últimas décadas del siglo pasado. Desde entonces ha perdido frescura y parece que todo está inventado. Desde el fin del “grunge” casi nada ni casi nadie es realmente original (si realmente éste lo fue). Siempre hay excepciones: cada cuál que elija las suyas.
Menos mal que nos queda el eterno Rock & Roll; por esta música siempre fluirá algo de autenticidad, de rebeldía (a veces sin sentido), de ese rabioso desajuste hormonal adolescente que cada uno encauza como puede y que podría cambiar el mundo o acabar con él. Escuchando un buen tema siempre tienes la sensación de que te quedan cosas por hacer o por romper…
Y de punk rock va el libro que voy recomendar, nada menos que la autobiografía de Johnny Ramone: Commando: Memorias de Johnny Ramone, de editorial Malpaso Ediciones.
Muy divertida, breve, directa y, ante todo, sincera. Johnny, ya retirado y enfermo de cáncer, hace un recorrido por su vida, su banda y por una época musical única, que aún hoy sigue teniendo gran influencia. Las páginas se pasan solas, sin descanso, como sus conciertos. Con gran naturalidad desmitifica mitos y clichés.
El rock, el punk, es algo muy serio. Las drogas y el alcohol no sólo no mejoran la creatividad o reducen la calidad, sino que acortan la duración de una banda. Para que un grupo haga historia hace falta trabajar mucho y de forma constante y se necesitan uno o varios "mente fría" con los pies en la tierra. Si dedicaran su vida a las drogas y las fiestas no sacarían más de un disco en condiciones. Es curioso cómo se planifican al milímetro hasta los movimientos más salvajes en el escenario.
Siempre desde el punto de vista del autor, el libro también refleja las relaciones del grupo con otros personajes míticos de la época: cuenta la historia de amor que estuvo a punto de acabar con los Ramones y no tiene inconveniente en criticar o aplaudir a nada ni a nadie.
Los Ramones fueron tan punk y tan libres que no dudaron en hacer un concierto a favor de la policía para recaudar fondos y comprar chalecos antibalas. Johnny Ramone fue tan radical que muchas de las noches de hotel entre actuaciones las pasaba viendo la tele y tomando leche con galletas. Tenía una fortísima personalidad y sus sentencias son geniales, como prueba el análisis final que hace de toda su discografía; nunca he leído una autocritica tan cruel. Muy exigente consigo mismo tampoco ahorraba en elogios cuando creía merecerlos.
El libro tiene muchas fotos curiosas que harán aullar a los fans de la banda. Para los interesados por un tipo de música y una época concreta es un pequeño tesoro, como también lo será para los que quieran aprender y disfrutar leyendo sobre un pedacito de la historia de la cultura popular global.
Hey Ho let’s go!!!!