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EL ESTILO MOCHALES

Microrrelatos, ilustraciones casi perfectas que encajan como muebles de IKEA

Si es bueno, el relato corto está más cercano a la perfección literaria que la novela. Y la poesía sería la culminación. Debería ser la meta final en la evolución natural del lector.

Hechosdehoy / Guillermo García Jiménez
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Me encantan los cuentos cortos, los relatos breves o los microrrelatos. Se pueden leer en cualquier lugar en poco tiempo: en la cama antes de dormir, en el autobús, en el metro, en la sala de espera del médico, mientras haces algo de ejercicio en esa percha gigante llamada bicicleta estática y también en el mejor sitio para dedicar un rato al placer de la lectura: en el baño.

Por su extensión son perfectos para ser empezados y acabados en este lugar. Si todo va bien y sin prisas logramos un estado de relajación e intimidad que incluso nos permite meditar, si es necesario, sobre lo que acabamos de leer. Yo mismo he comenzado o finalizado grandes obras, como el Quijote o Moby Dick en esta telúrica ubicación. Quevedo, hombre sabio y gran poeta, no lo dudaba:

"No hay contento en esta vida
que se pueda comparar
al contento que es cagar."

"No hay gusto más descansado
que después de haber cagado."

En mi opinión, si es bueno, el relato corto está más cercano a la perfección literaria que la novela. Y la poesía sería la culminación. Debería ser la meta final en la evolución natural del lector (ya lo decía mi entrañable profesor de lengua en el instituto y con los años me he dado cuenta de la razón que tenía; él ya solo disfrutaba con la lírica, otros nos hemos quedado atascados en la etapa de los comics).

A mis manos ha llegado el libro La improbable vida de Bernard Laofurcade y otros relatos de Enrique Mochales, editado por Blur ediciones. Se divide en cuatro partes con distintas musas: la realidad, el amor, la muerte y la vida, plagadas de cuentos cortísimos y microrrelatos. Tiene influencias claras e inevitables de Kafka y Borges, pero el autor dota de la suficiente personalidad a sus escritos como para asegurar que tiene su propio estilo: el estilo mochales.

Sorprendentes, extraños, surrealistas, rebeldes, incómodos, de amor y desamor, de terror. En pocas líneas te descolocan; antes de un punto ocurre algo que no esperabas, después de una coma aguantas la respiración, el final te hace sonreír o temblar. Así son los relatos que nos encontraremos. Todos tienen un toque del humor peculiar, aunque siempre inteligente, del autor.

Yo, aficionado a los relatos tétricos disfruté especialmente con los del capítulo “la improbable muerte”, más corta en cantidad pero con una calidad que más quisieran tener muchos de los supuestos especialistas en hacer pasar miedo.

El problema es no poder parar: acabas uno y empiezas otro y eso tiene sus consecuencias. Al igual que la niña de Poltergeist delante de la tele, quedaremos hipnotizados, incapaces de dejar de leer. Eso sí, al día siguiente, como si sufrieras los efectos de una resaca, no estarás seguro si sólo estuviste leyendo o fue todo real, si fue un sueño o una pesadilla.

Un buen libro con unas ilustraciones estupendas de Oriol Malet, que encajan con los textos como las piezas de los muebles IKEA. Aunque ya lleve publicado unos años, merece la pena buscarlo y tenerlo en casa.

No pueden quejarse de mala suerte; desde hace poco Enrique Mochales forma parte de Hechos de Hoy con su blog Como sujetar a un cocodrilo, así que no hay excusa: a comprar sus libros y leer los posts donde y cuando quieran.

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