Jesús Hermida, que era un comunicador, representaba su papel con cierto histrionismo, adolecía de una época cincuenta años adelantada a la nuestra, vivía para contar, ya no está entre nosotros. Su flequillo americano ya no adornará los aparatos de televisión, su mano ya no bailará sevillanas con las palabras.
Se dice, se cuenta, se rumorea, que Jesús Hermida ha muerto, pero otros contradicen esta información, como él contrastaba las suyas en la tele, y repiten que no que no es posible, que anda bebiendo cañas por ahí.
Pero la voz de EE. UU. ha muerto. Durante un tiempo nos deleitó con sus vistas de América, desde la Quinta Avenida. Luego dedicó su vida a programas más banales, pero no por ello menos importantes, de entretenimiento.
La suya fue una crítica elegante, una voz de gentleman, que nos mostró las riquezas y miserias de Estados Unidos, mientras nosotros sufríamos aquí de una supina ignorancia sobre los americanos, y, en particular, la democracia estadounidense: “In God we trust”.
Se dice, se comenta, se afirma, que la suya fue una vida intensa y brillante, y que soñó el sueño americano sin dejar lugar a dudas de que él estaba despierto.
Se comenta, se dice, se afirma, que nuca faltó -ni un solo día- a su encuentro con los telespectadores. Pero eso, claro, ya no interesa a las nuevas generaciones, que andan más ocupadas con Justin Bieber que con la actualidad mundial y el lento progreso de la Democracia.
