Dentro de los numerosos museos que en los últimos años se han abierto en Málaga, haciendo de esta ciudad una capital del arte por excelencia, figura El Museo de Arte Estatal Ruso que comienza mostrando el arte del largo período de los zares, hasta llegar al siglo XX, con la Revolución Rusa de 1917 y la instauración del Realismo Socialista.
Ubicado en el antiguo edificio de La Tabacalera que ya por sí mismo destaca como muestra arquitectónica artística especial, tanto en su fachada, que permanece intacta, con sus ladrillos rojos y sus azulejos de gran elegancia formal, como en su interior. Éste ha sido restaurado en un estilo moderno con mucho gusto y sobriedad, sobresaliendo sus planos y cortes en grandes zonas con paredes inmensas blancas y espacios limpios y desornamentados, entre los que se encuentran los huecos de puertas y ventanas.
El Museo se ha instalado con una duración aproximada de un año, periodo en el que se renovará anualmente con nuevas obras dando lugar así a un recorrido temporal y artístico de lo que fue el arte ruso desde el siglo XVI hasta llegar al siglo XX. Las obras provienen del Museo Estatal Ruso de San Petersburgo, inaugurado en 1895 por el último zar Nicolás II, que contiene unas 400.000 obras de arte, localizadas en cuatro sedes, el Palacio Mijáilovski, el Palacio Stroganov, el Palacio de Mármol y el Castillo de San Miguel.
El arte ruso de finales del XIX a principios del XX
La ciudad de Málaga ha sido elegida como la primera sede para albergar este arte Ruso itinerante. Pero antes de describir brevemente el museo y sus obras consideramos apropiado hacer un resumen del arte y la historia rusa de finales del XIX a principios del XX y su ubicación en el contexto internacional, por su enorme interés artístico e histórico.
En la encrucijada de dichos siglos XIX y XX, tres antiguos grandes imperios, juntamente con otro de corta creación, el Alemán – fundado en 1870 -, inician la recta final que les llevará a su total extinción después de la I Guerra Mundial, aunque su decadencia y ocaso habían comenzado en los años finales del siglo XIX: el Imperio Austro-Húngaro, el Imperio Ruso y el Imperio Turco – asentado éste último en extensas zonas del sudeste de Europa desde la invasión de Bizancio por los otomanos, en 1453 -. Los años postreros de la Rusia zarista fueron enormemente trágicos, en lo político y lo social, reinando el caos y el descontento general debido a las extremas desigualdades sociales existentes.
A comienzos del siglo XX se estaba gestando el gran cambio que iba a ocurrir irremediablemente en la Revolución de Octubre de 1917, con el asesinato del zar Nicolás II y su familia, último miembro de la dinastía Romanov, y la implantación de la URSS, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y el comunismo por Lenin. A pesar del drama social que se iba fraguando, el arte ruso de principios del siglo fue extraordinario y siguió sus propios caminos creadores, existiendo un ambiente artístico y cultural de impresionante riqueza en todos los órdenes.
Entre otras manifestaciones, hubo un fuerte desarrollo de las artes escénicas, siendo dignos de mencionar Diághilev y sus Ballets Rusos, cuya fama se extendió por toda Europa, así como el teatro Bolshoi. Grandes literatos como Tolstoi y Chejov mueren en 1908 y en 1904, y otros se hallan en la plenitud de su creación o la inician entonces, como son los poetas Blok, Klichkov, Shiriávets, Ivanov-Razúmnik, Nikolai Kliúiev, Ivan Bunin, y, sobre todo, el soberbio Sergéi Esenin, los cuales cantan, en sus hermosos y tristes versos, la inmensas estepas y llanuras de Rusia, tan ligadas a la melancolía del alma eslava.
Nueva concepción musical del siglo XX
La música rusa, tan notable en el siglo XIX, ocupa en la nueva concepción musical del siglo XX una situación de privilegio. Igor Stravinsky, Prokofiev y más tarde Shostakovich, nacido en 1906, forman la triada musical rusa del siglo XX, primordial por las innovaciones que introdujeron en las secuencias de la armonía tradicional, al igual que sucedió con la Escuela de Viena, aunque sin alcanzar los extremos de ruptura y asintonía a la que ésta llegó. Otros compositores de ese momento serían Liadov, Rimski Korsakov, Glazunov, Khachaturian y Rachmaninov, quien fue heredero del romanticismo de Tchaikovsky.
La figura del músico Shostakovich puede ser representativa de la ambivalencia interna del pueblo ruso, que se hace dramática en las primeras décadas del período novecentista, con la Revolución de 1917. Pueblo que de una parte es eminentemente idealista, lo que le lleva a la búsqueda de la excelencia y de lo superior, que le conduce a un gran florecimiento artístico y cultural, y de otra resulta excesivamente sumiso y dócil a la autoridad, con resolución de los problemas sin el sentido pragmático occidental. Todo ello produce energías y fuerzas encontradas, en donde se pueden enmarcar la pobreza secular de enormes masas de la población y la pasividad y sometimiento de las mismas, primero al gobierno de los zares, y posteriormente al del régimen comunista.
La Sinfonía Leningrado, compuesta por Shostakovich durante el asedio alemán a Leningrado, la antigua San Petersburgo, en la II Guerra Mundial, puede suponer una preciosa muestra musical de esa contradicción interior rusa. Contradicción que de hecho separa a esta nación de Occidente durante décadas, a raíz de la Revolución de 1917, y que no finaliza hasta los años noventa con la caída del comunismo y de la Unión Soviética y de sus apéndices del Telón de Acero.
– Ana María Preckler es escritora y licenciada en Geografía e Historia. Nacida en Santa Cruz de Tenerife reside actualmente en Madrid. Es autora de Historia del arte universal de los siglos XIX y XX, una obra en dos volúmenes publicada por Editorial Complutense. Colabora en Hechos de Hoy.