“Houston hemos tenido un problema” es la frase exacta que en la película Apolo 13, pronunció el astronauta Jack Swigert para alerta de fallos en al nave que tripulaba. La frase se ha popularizado erróneamente como “Houston, tenemos un problema”.
Es un matiz, pero en el espacio exterior como en la vida interior lo sutil es importante. Importante no es un adjetivo más para resaltar algo, sino que es aquello que tiene una significación determinante para el fin propuesto. “Uh Houston, we've had a problem here" Confirmó el otro astronauta, Jim Lovell en respuesta a la base CAPCOM.
He rememorado la escena por el escenario: el Shell Houston Open que se celebra en el campo de golf de esa ciudad. Y también por uno de los protagonistas de esta semana en prensa escrita, radio y televisión: Jon Rahm. El vasco está en Houston para participar en el torneo y preparar su asalto al Masters la semana siguiente.
Pero ha sido escuchando unas declaraciones suyas y siguiendo el programa On The Tee de Movistar Golf Plus cómo la frase “Houston tenemos un problema” ha cristalizado en las siguientes ideas.
Vayamos por partes. Los hechos son que, como escribí el domingo, Jon Rahm casi completa una remontada histórica en golf: de ir perdiendo de 5 golpes en el hoyo 8 de la final del Dell Technologies Match Play, logró obligar a su oponente, el nº 1 del mundo, Dustin Johnson, a tener que jugarse en un putt del hoyo 18 la confirmación de la victoria. Un machada sin paliativos y digna de admiración hacia el español. Casi consigue llegar al desempate. Un gran esfuerzo.
Sin embargo si llegó a perder de 5 golpes en el hoyo 8 es porque algo sucedió. Y acompañó esta pésima situación con gestos de desesperación, de frustración expresada con aspavientos; con gestos de las manos en queja insistente y modales exorbitados: hasta tiró al suelo el driver y le propinó una patada tras fallar un golpe.
Y, ¿qué dice Jon de eso?
“Soy muy emocional en el campo de golf y no me importa que todos lo vean porque es como soy. Siempre me he vuelto loco y me he frustrado cuando no me han salido las cosas. No creo que ese fuera el problema. Ya me ha pasado otras veces y no influyó en el partido. De todos modos, cuando acabe Augusta tendré tiempo de ver con tranquilidad todo lo que pasó, repasar bien las imágenes y entonces podré analizar bien lo que ocurrió en esos nueve primeros hoyos”.
Totalmente de acuerdo con el final de esa declaración (“tendré tiempo de ver con tranquilidad todo lo que pasó”), pero lo primero que tiene que hacerse ver es posición mental que le arrastra a valorar sólo que eso “no influyó en el partido”.
O sea que si rompo un palo, pegó una patada al caddie, arrojo una docena de bolas con gesto airado al lago pero gano el partido, ¡pelillos a la mar! Pues de eso nada, chicarrón. El partido importa algo; pero lo que importa absolutamente es que usted sea una buena persona.
Admito que haya que tener comprensión con el golfista y entender sus nervios, ansiedad y su juventud. Pero esto no permite poner paños calientes o silencios ominosos sobre la conducta: salvemos a la persona – ¡claro que sí! – pero dejemos claro como el día que hay comportamientos inadecuados que hay que corregir.
Y eso no lo hizo el programa On The Tee que con el ahogo de incienso al ídolo del Norte perdió el ídem. Salvo error u omisión ni uno de los cuatro comentaristas del plató condenó sin paliativos la falta de etiqueta y la pérdida del autodominio del vasco.
El asunto se trató al final y como de paso. Sí hubo en alguno de ellos silencio; otros eligieron la adulación y la justificación por la edad y otros argumentos que el tiempo solucionará.
Pienso que hicieron un flaco favor a la audiencia, sobre todo a la más joven, al adornar con flores o silencio algo que es perniciosamente influyente en los más vulnerables, pero también en los adultos. Si persisten en el alago irrestricto terminarán destruyendo lo que veneran.
Se está imponiendo una vulgarización que disculpa el mal cuando ha producido resultados apetecidos. Pasaba en el fútbol. Contagió al tenis. Está pasando con algunos diputados parlamentarios. Ahora, lo temo en mis tuétanos, va a pasar al periodismo solvente y, lo que es peor, al golf.
La vida imita al golf. Los chicos y chicas imitan a sus lideres deportivos y musicales. La televisión, la prensa, los comentaristas de prestigio podrían, pues, ayudar a que la educación – la buena educación- no sea para los padres una hazaña al filo de lo imposible.
Si no, como una llamada por grave crisis sobrevenida, todos, incluido Jon Rahm, tendremos en nuestra boca esas palabras: “Houston, tenemos un problema”.
Y en Houston, a Jon Rahm (-1) le acompaña un compatriota: Rafa Cabrera Bello (+3). Quedan tres días y hay margen para la mejora. Ojalá gane uno de ellos y lo haga como un caballero.