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Pintura Nabi, una delicia para los sentidos y el espíritu

Como el Simbolismo, el Impresionismo y el Art Nouveau, la pintura Nabi es un arte representativo de finales de siglo XIX, sin carga dramática o contenido problemático.

Hechosdehoy / Ana María Preckler
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Igual que sucede con el Simbolismo, el Impresionismo y el Art Nouveau, la Pintura Nabi es un arte representativo de finales de siglo. La mayoría de estos movimientos tienen una característica común, la de hacer una pintura sin trascendencia, carga dramática o contenido problemático. En suma, son estilos que ejecutan un “arte por el arte”.

Si el Simbolismo se expresa a través del signo y la metáfora, el Impresionismo por medio de la desmaterialización y desintegración del color y de la luz, y el Modernismo por el dibujo curvilíneo y la sinuosidad de la línea y de la imagen, la pintura Nabi se basa en el color y la luz, pero con una significación distinta a la del Impresionismo que resulta en los Nabis intimista y delicada.

En efecto, la pintura Nabi está muy cercana al Impresionismo y es, de alguna manera, su continuación. Pero si el Impresionismo se vuelca hacia el exterior, en una plasmación de sus impresiones, captadas de la naturaleza y mostradas, fundamentalmente, en paisajes, la pintura Nabi se inclinará hacia el interior, dando como consecuencia una ejecución íntima, recogida, volcada puertas adentro.

En sus representaciones predomina la figura femenina, con escenas que reflejan la intimidad, la vida cotidiana, las casas y los hogares, al modo que lo hicieron los maestros holandeses del siglo XVII, Vermeer, Hooch, etc., o en el pasado inmediato, Manet, Degas, Morisot y Renoir. La superficie del cuadro y la materia pictórica adquieren, como en el Impresionismo, valor en sí mismas. La pintura Nabi es un canto, emocionado, gozoso, sensible y delicado, a la vida, sin exaltaciones, sereno y equilibrado, expresado en la tela con gran riqueza de colorido y elegancia, armonías lineales y simplificación de formas, y por una bella luz tamizada.

Una Belle Epoque sobre falsos pilares

La segunda mitad del siglo XIX, especialmente a partir de la fecha crucial de 1870, supuso en toda Europa un periodo de gran desarrollo, estabilidad y prosperidad, en todos los ámbitos. Las naciones occidentales estaban pletóricas de poder y fortaleza, y disfrutaban de una magnífica situación económica. Era el momento triunfante de la burguesía, que se apoyaba en la Segunda Revolución Industrial, y ello se reflejó en una sociedad feliz y despreocupada, alegre, optimista y vital, la “Belle Epoque”, que se prolongará hasta la Primera Guerra Mundial.

Sin embargo, esta euforia general contagiosa, y la frivolidad de esa vida, superficial y vacía, era irreal y se asentaba en unos pilares falsos. En lo profundo, graves problemas se iban gestando, minando los cimientos de una Europa, que al final caería desplomada, como un castillo de naipes, en 1914. En Francia, este fenómeno social estaba muy acentuado. A partir de la III República (1870), Francia se había estabilizado y asentado interiormente, apaciguando sus impulsos revolucionarios y cediendo, en sus relaciones exteriores, parte de aquella dirección internacional y primacía moral que había ostentado desde hacía largo tiempo.

No obstante, Francia proseguirá su auge económico y expansión colonial, y sobre todo, el imparable avance artístico. París era, a finales del siglo XIX y principios del XX, la capital del mundo. El arte tenía allí su sede y desde el barrio de Montmartre o el de Montparnasse se creaba lo más original y fecundo del momento artístico. En este ambiente exultante, de alguna manera sofisticado y diletante, de riqueza y plenitud cultural, surgiría la pintura Nabi, en 1888.

El grupo de los Profetas

El grupo de los Nabis reúne a una serie de artistas que se denominan a sí mismos “Profetas” – significado hebreo de la palabra nabi -, formando un grupo de pintores y escultores, con notas extravagantes y excéntricas en su modo de vivir y actuar, en cierto modo esnobs, que adoptan una pose social afectada que no corresponde al resultado de su producción artística lleno de auténtica belleza y naturalidad.

Algunos de ellos proceden de la Escuela de Pont-Aven, que había tenido como miembro durante un tiempo a Gauguin, cuando Sérusier pinta, en Le Bois d´Amour, bajo las directrices del maestro, el célebre Talismán, en la base de una caja de puros, con colores no convencionales y tintas planas, que llegaría a ser, efectivamente, el talismán de los jóvenes artistas.

En los primeros años, la técnica Nabi será muy parecida a la sintetista o “cloisonista” de Pont-Aven, es decir compuesta con colores intensos y superficies planas, que luego se torna más luminosa y vibrante, dividiendo la pincelada y produciendo unas gradaciones y variaciones de color de rico cromatismo. El teórico del movimiento es Maurice Denis, al mismo tiempo pintor, que escribe con el seudónimo de Pierre Louys, el manifiesto “Art et Critique”, en el que se puede leer la famosa frase “un cuadro es, esencialmente, una superficie plana recubierta de colores reunidos con cierto orden”.

Además de las influencias impresionistas y sintetistas de Pont-Aven, los pintores nabis poseen el influjo de los pintores simbolistas, especialmente de Puvis de Chavannes y Odilon Redon, y de los grabados japoneses, de los siglos XVI, XVII y XVIII, que pudieron contemplar, en 1890, en la Exposición de la Escuela Bellas Artes, en París.

Estos grabados y pinturas japoneses, muchos de ellos realizados en biombos, ya habían entusiasmado a los impresionistas, con su esquematización y síntesis del paisaje. Los artistas japoneses extraían elementos muy concretos, entresacaban un detalle principal de la perspectiva, estilizando la imagen y cortando a veces osadamente, sus laterales, como los árboles seccionados en su tronco o en sus ramas, situándolos en fondos neutros o dorados, lo que supuso una avanzada visión de las composiciones, al modo fotográfico.

Plasmaban, así, vistas del Monte Fuji o de sus bellos jardines, así como escenas figurativas de labores del campo, representaciones teatrales o interiores costumbristas, interpretando todo ello con enorme lirismo y delicadeza de color, como puede observarse en las pinturas de Utamaro y del Ukiyo-e.

El "templo" de los Nabis

Alrededor de 1888, el grupo Nabi toma entidad y se instala en la sede del Boulevard Montparnasse, 25, que ellos califican como el “Templo”. Se llaman entre sí con nombres que hacen relación a la palabra nabi; como “Nabi a la barbe rutilante”, a Sérusier; “Nabi aux belles teories”, a Denis; “Nabi Japonard”, a Bonnard; y “Nabi zouave”, a Vuillard.

Otros artistas relacionados con el movimiento fueron Emile Bernard, – sintetista de Pont-Aven -, Paul Ranson, Xavier Roussell, Gabriel Ibels, etc.. La mayoría se conocen en la Academia Julian y en la Escuela de Bellas Artes de París, colaborando algunos de ellos en la “Revue Blanche”.

Como ocurrió con el Simbolismo y, en menor medida, con el Impresionismo, los artistas Nabis están en comunicación con los músicos y literatos franceses de finales de siglo, trabajando a veces en colaboración con estos últimos en la ilustración de libros. Literatura, pintura, escultura y música, siguen de este modo, muy entrelazados, existiendo una gran sintonía entre artistas y autores. Así se establece una relación y amistad, rica y fecunda, entre poetas simbolistas, como Mallarmé, Verlaine y Baudelaire, novelistas como Marcel Proust y Gustave Geffroy, compositores como Fauré, Massenet, Ravel, Gounod, Bizet, Saint-Säens o Debussy, escultores como Rodin, Bourdelle o Maillol, arquitectos y decoradores Modernistas, y los pintores impresionistas, simbolistas y nabis.

El movimiento Nabi nace en la última década del siglo XIX y muere con la centuria, aunque sus componentes prosiguen luego su propio camino individual, adentrándose en el primer tercio del XX, sin experimentar grandes evoluciones. La pintura Nabi no supone un avance ni una revolución en la historia del arte, pero su contemplación es una delicia para los sentidos y el espíritu.

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