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ME LLAMA CUANDO QUIERE

Ni siquiera sé su apellido, ni por supuesto su teléfono

Cuando entro al bar donde nos hemos citado, la sorprendo tomando notas. Quizás esté escribiendo sobre mí. Sería gracioso: ella escribiendo sobre el escritor, el escritor sobre ella.

Hechosdehoy / Enrique Mochales
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Cuando entro al bar donde nos hemos citado, la sorprendo tomando notas. Quizás esté escribiendo sobre mí. Sería gracioso: ella escribiendo sobre el escritor, el escritor sobre ella, y así un círculo vicioso, el yin y el yan, la pescadilla que se muerde la cola, el signo del infinito, la cinta de Moebius. Cuando se encuentran nuestras miradas parece sorprendida y oculta el cuaderno de notas en su bolso.

Durante estos días de verano, ella me llama cuando quiere. Yo no puedo localizarla. Cuando me telefonea al móvil, que llevo siempre encima, lo hace usando un número anónimo –se consigue marcando el 067 antes del número-, o bien desde una cabina, o desde un bar. Nuestras citas son muchas veces imprevistas. Siempre según sus deseos. A mí no me importa, casi lo prefiero así. En realidad, tengo miedo de que cuando por fin sepa su teléfono, algo cambie de una forma irreversible.

Por supuesto, tampoco conozco su dirección.

Le gusta la música de “El último tango en París”, sobre todo el “Je t´aime…”, interpretado por Serge Gainsbourgh y Jane Birkin. Le gusta caminar descalza. Su animal preferido es el ornitorrinco. Le gustan los postres y el café. Le gusta el viento, la lluvia y las tormentas. Bebe cerveza o guayabita. Le gusta hacer recortables de papel. Le gusta hacer el amor conmigo. Con eso es suficiente.

-Ayer llamé al 666 666 666. Quería ver quién me cogía –me confiesa, en la cama.

-¿Y qué pasó? –le pregunto, mientras enciendo el inevitable cigarrillo que une siempre en estos casos el amor y la muerte.

-Salió la voz grabada de una telefonista. Era un teléfono de atención al cliente…

-Atención al cliente. Nunca mejor dicho. ¿Y no sonaba una carcajada cavernosa después?

-Pues no.

-Bien, llamemos otra vez.

Cojo el auricular de mi teléfono inalámbrico y marco el 666 666 666.

La voz de una operadora me contesta:

“El teléfono al que usted llama está desconectado, o fuera de servicio”.

-Coño, a mí no me sale que sea un teléfono de atención al cliente, a mí me sale un particular… Qué raro.

-No lo sé… tal vez me confundiese al marcar.

Yo tampoco lo sé. Yo no estoy seguro de nada. Ella ha dejado el trabajo después de su vuelta de unas cortas vacaciones, tras una extraña crisis cuyas razones no me ha explicado, pero que ha estado a punto de arrastrar también nuestra frágil relación. Nunca he sabido qué ocurrió. Ella no revela nada. A veces yo pienso que es por una dificultad expresiva, y otras veces me da la sensación de que le cuesta explicarme las cosas, como quien tiene que contar algo incómodo. Tal vez son pensamientos demasiado personales, demasiado íntimos.

-Yo no he hablado nunca de mis cosas con nadie. Con nadie, ¿entiendes? –me dijo una vez.

Así que trato de adivinar lo que le ocurre, casi como un interrogador o un psicoanalista. A menudo me siento ridículo intentando aclarar sus pensamientos. Como si yo pudiese saber mejor que ella misma lo que le pasa por la cabeza. De todas formas, nunca me ha gustado preguntar. Sólo lo hago cuando supongo que tiene un problema. Y no siempre logro averiguar la razón.

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