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INICIO DE UN NUEVO PERIODO

El Neoclasicismo se sitúa como la gran puerta al Arte Contemporáneo

Será el último movimiento del s. XVIII y primero del XIX, pudiéndose afirmar que con el Neoclasicismo, el Romanticismo y el Realismo, concluyen los grandes estilos tradicionales de la historia del arte.

Hechosdehoy / Ana María Preckler
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El Neoclasicismo se inicia en los últimos años del siglo XVIII y perdura hasta la primera mitad del siglo XIX, produciéndose en algunos países prolongaciones que duran todo el siglo y se mezclan con el Romanticismo y el Eclecticismo de la segunda mitad de siglo. El Neoclasicismo es el primer gran movimiento de la época moderna, lo cual puede resultar paradójico al ser un estilo que fundamentalmente se sustenta en el pasado. No obstante, marca el inicio de un nuevo período y en sí mismo posee los gérmenes que le sitúan como la gran puerta del arte Contemporáneo.

El siglo XVIII había sido el "Siglo de las Luces". En él habían surgido las ansias reformistas, el fenómeno de la Ilustración y el culto a la Razón. Las filosofías racionalista y empirista, que habían nacido en el siglo XVII con Descartes y Locke, inspiraron las ideas de los principales autores de la Enciclopedia, Diderot, D´Alembert, Condillac, Turgot, Voltaire, Rousseau y Montesquieu.

Ellos van a enarbolar la bandera ideológica y filosófica que dará pie a la Revolución Francesa, que en nombre de la igualdad y la libertad rompe dramáticamente todas las pautas anteriores. Esta primera revolución, de 1789, junto con el posterior Imperio Napoleónico, 1804-15, marcan tradicionalmente el comienzo de la llamada Edad Contemporánea.

El dominio de la razón, vigente desde el siglo XVII, continuado y exacerbado en el siglo XVIII, persistirá con distintas manifestaciones hasta finales del siglo XIX, cuando los esquemas cerrados y sin salida del racionalismo y el materialismo lleguen a un punto sin retorno. Como reacción, en ese final del siglo XIX, surgirá una nueva revolución liberadora, que se efectuará en el mundo de la ciencia, el arte, la literatura y el pensamiento, y dará entrada a uno de los períodos más creativos, interesantes, fecundos, y paradójicamente también más controvertido y cruento de la historia, el siglo XX.

La burguesía comienza a despertar

La centuria del XVIII había venido marcada, en la mayoría de los países europeos, por el fenómeno político del Despotismo Ilustrado, que ostentaban las viejas monarquías del Continente, en el cual, según la célebre frase, se intentaba ayudar al pueblo pero sin contar con él. Sin embargo, la gran masa de ese pueblo y sobre todo, la parte más cultivada y adinerada del mismo, la burguesía, empezaba a despertar de un largo letargo de sumisión a los grandes poderes y estamentos que habían sido hasta ahora la monarquía, la aristocracia y la iglesia, únicas instituciones que tenían derecho de regir la política y la economía de las naciones de Europa.

Las reformas del Despotismo Ilustrado, no van a ser suficientes, en las postrimerías del siglo XVIII, para calmar las inquietudes de esa gran masa de la población que demandaba más igualdad, más libertad y mayor desahogo económico, que en algunos casos su escasez se hacía tan crítica que no llegaba a cubrir las necesidades más elementales de los ciudadanos. Ese mundo dieciochesco, ya caduco en lo político, en lo económico y lo social, va a denominarse certeramente con el término de "Antiguo Régimen", en oposición al Nuevo que viene lleno de ideales que prometen un porvenir optimista y esperanzador en todos los órdenes de la vida. Aunque luego la cruda realidad se encargará de demostrar cuán difícil es la consecución de los mismos y cuán complejo hallar la perfección absoluta y el progreso continuo e indefinido, por muy hermosos y nobles que sean los ideales humanos.

Ideas para el gran cambio

Hacia mediados del siglo XVIII, en las mentes de los pensadores ilustrados van a ir surgiendo las ideas que preparaban el gran cambio, que tuvo su inicio en Francia con la Revolución de 1789. Es preciso, sin embargo, hacer el hincapié de que, anteriormente a la Revolución Francesa tuvo lugar la Revolución Norteamericana, 1775-83, basada en los mismos ideales e ideas que la francesa, pero con unos resultados mucho menos cruentos que la de Francia.

La Revolución Francesa llevó inherente – como acontece en todo lo humano -, grandes dosis de contradicción y ambivalencia, ya que para conseguir los arquetipos de libertad, igualdad y democracia, no se dudó en utilizar la más dura represión y el terror, llegando al final a volverse, los que en un principio se habían unido ilusionadamente – Danton, Marat, Robespierre, etc. – en un todos contra todos en el que se cometieron los más terribles sufrimientos, asesinatos y torturas.

Y cuando Napoleón al fin implanta el orden y la autoridad interior y promete defender los ideales revolucionarios y extenderlos universalmente, lo hace también, de forma sorprendente, por medio de la expansión territorial, la conquista, y la dominación de otros países que hasta ese momento eran libres.

Paradójica convulsión

El Neoclasicismo fue el arte de ese tiempo y de esa paradójica convulsión. De igual manera que aconteció en lo político y lo social, en el arte del siglo XVIII se había llegado a un abuso del barroquismo y su apéndice final el rococó, símbolos del arte del "Antiguo Régimen". La saturación de este estilo y el deseo de hacer algo distinto al antiguo y denostado arte monárquico, junto con el descubrimiento de las ruinas de Pompeya y Herculano, y el culto a la razón existente, vuelven la vista, una vez más, hacia el arte clásico, pero, esta vez, sin la frescura y originalidad del Renacimiento.

No es extraño que, en este mundo de la "idea", el modelo sea el "ideal" del arte griego y su "logos" filosófico. Surge así el arte Neoclásico, frío, cerebral y drásticamente opuesto al arte anterior. La perfección del arte clásico griego y romano, trasladado en el tiempo a la época del Imperio Napoleónico, plasmado en un monumentalismo impresionante, logró encauzar y aunar la gloria y el poder de los ideales revolucionarios.

Es decir, el Neoclasicismo logró sintetizar todo aquello que se presentaba contradictorio en la realidad, en un arte tan grandioso como distante, tan soberbio como frío e inexpugnable. Solo la pétrea dureza de las arquitecturas marmóreas podían expresar realmente la frialdad de aquella ideología que en teoría se presentaba perfecta pero que en su práctica había hecho correr ríos de sangre.

Un alto coste humano

Es indudable que en la historia son necesarios los cambios y que estos a veces conllevan grandes dosis de dolor. El abandono del "Antiguo Régimen", y la Revolución que lo ocasionó, fue uno de los cambios más importantes que ha vivido la humanidad occidental, y sin duda fue necesario, ya que introdujo a ese mundo en la Era Contemporánea, pero el historiador se pregunta si no resultó exagerado el altísimo coste humano que acarreó consigo.

El arte que acompañó esa mutación trascendental y que tuvo el privilegio de ser su expresión plástica y el drama de darle la gloria eterna consistió en el Neoclasicismo. Y resulta sorprendente observar que para asentar un movimiento revolucionario liberal se instituyera un arte historicista que tenía más de veinte siglos en su haber. Pero acaso esa época de la razón y de la racionalidad estricta, solo podía ser interpretada por el arte neoclásico, frío, monumental, rígidamente académico. La libertad, en verdad, estaba todavía lejana.

De Madrid a Washington

El orden de la razón había necesitado de los cánones clásicos. Ya no había lugar para la fantasía barroca. De esta manera, el arte se unía a la ideología y encontraba en ella un firme apoyo. Quizá por eso el Neoclasicismo siempre ha sido un arte minoritario y poco popular, promovido fundamentalmente por las clases dirigentes. Sin embargo, arraiga con fuerza inusitada en el mundo occidental y gran parte de las ciudades europeas y americanas, como Madrid, París, Munich, Edimburgo, Londres, Berlín o Washington, se verán adornadas por impresionantes edificios neoclásicos que forjan definitivamente, con su monumentalidad, su personalidad de grandes urbes. Así como se encuentran, en sus museos y galerías de arte, numerosos cuadros y esculturas clásicas que ejercen un gran poder de atracción.

Y realmente, prescindiendo del hecho claro de que era un segundo movimiento clásico sin la originalidad del primero, no se le puede negar a este estilo una belleza que asombra por su grandiosidad, equilibrio, simplicidad y ese extraño poder de fascinación que todo lo racional lleva consigo. Sin olvidar la contradicción que supone el que, aunque aparentemente fuera un movimiento basado en una total imitación al pasado, contuviera novedades que le acercan al arte Contemporáneo más de lo que algunos de sus detractores han proclamado.

El Neoclasicismo va a ser el último movimiento del siglo XVIII y el primero del XIX, pudiéndose afirmar que con el Neoclasicismo, el Romanticismo y el Realismo, concluyen los grandes estilos tradicionales de la historia del arte y comienza la independencia de los géneros artísticos, hecho que se intensifica a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Con el Neoclasicismo empiezan las corrientes a terminarse lingüísticamente con el sufijo "ismo", apareciendo ya en el siglo XIX el fenómeno que culmina en el siglo siguiente, en el que acontece la auténtica eclosión de los "ismos".

Pureza estilística y grandeza

Se caracteriza por las ansias de novedad, de investigación y de originalidad, lo cual fomenta la creación de nuevos estilos haciendo que éstos se multipliquen en progresión geométrica. Aunque parece exento de originalidad, por su continua vuelta al pasado histórico y su excesiva fidelidad al arte antiguo, el mérito fundamental del Neoclasicismo consistirá en la pureza estilística y en la grandeza y magnitud inherente a sus obras de arte, en las que resalta la perfección de la línea, y el volumen y la masa cúbicos, con peso específico, así como su abundancia y profusión en la mayoría de los países occidentales.

No obstante, como un hecho más de esa constante contradicción que se viene observando, a pesar del aparente triunfo del ideal clásico y de la fría intelectualidad que aflora en la superficie, el arte barroco permanece subyacente, soterrado y latente, surgiendo con posterioridad en la manifestación artística imparable y exaltada del movimiento romántico. El eterno antagonismo y dialéctica, que existe en todo lo humano, entre la perfección y la imperfección, lo bello y lo feo, la serenidad y la alteración, la armonía y el desequilibrio, representado en el mito de lo Apolíneo y lo Dionisiaco, – que proviene de las antiguas divinidades griegas de Apolo y Dionysos -, retomado posteriormente por el filósofo alemán Nietzsche, parece desarrollarse de forma clara en la historia en la alternancia de estilos.

A un arte Clásico antiguo le suceden un Románico y un Gótico, a éstos les sigue el Renacimiento, al que se contrapone el Barroco, para continuar con el Neoclásico, oponiéndose a él, el Romanticismo, al cual se enfrenta finalmente el Realismo.

París, capital del mundo

Francia, que había llevado los hilos conductores de la política de finales del dieciocho, y que sigue con esa preeminencia durante todo el diecinueve, será igualmente en el arte la gran privilegiada de la historia, reuniendo obras y artistas en calidades y cantidades extraordinarias.

Durante el período Neoclásico y con el liderazgo del Primer Imperio, Francia levanta singulares y monumentales construcciones que harán de París la capital del mundo. Reúne a escultores, franceses y foráneos, que crean preciosas estatuas en magníficas réplicas del pasado. Y llega en la pintura, con el genio de David y de sus seguidores, entre los que se encuentra Ingres, al comienzo de su edad dorada que perdura todo el siglo. España, Inglaterra, Alemania, Austria y la lejana Norteamérica, competirán y disputarán con Francia, ésta vez en un terreno incruento y pacífico, por la supremacía del arte.

Otro hecho a destacar en el resurgir del Neoclasicismo es que comienzan los teóricos intelectuales a acompañar con sus teorías a los movimientos artísticos, fenómeno que seguirá durante los siglos XIX y XX. Estos ideólogos apoyan y explican, con sus escritos, la naturaleza intelectual del movimiento al que se adscriben.

Winckelmann con su "Historia del Arte de la Antigüedad", Lessing con su "Laoconte", Stuart con "Antigüedades de Atenas" y Mengs con "Pensamientos sobre la belleza", – muchos de ellos afincados en Roma donde estudian in situ el arte clásico -, serán los más importantes divulgadores y difusores del estilo Neoclásico. El grabador Piranesi tuvo también un puesto destacado en la extensión del Neoclasicismo.

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