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Ocurre con Sergio García algunas veces algo que también nos sucedía en los días jóvenes en casa de mis primos. Era durante aquellos fines de semana de la templada primavera. Dulce placidez irresponsable, aroma de azahar de los naranjos llenando el aire de toda la finca. Trepar a un árbol, merendar pan con chocolate junto a la sombra de un membrillo o simplemente, bajo la parra del porche, reírse uno con las ocurrencias del primo Gonzalo y las bromas de mi prima Margarita. Todo parecía que sólo podía ir a mejor, porque esa era la naturaleza de las cosas, ese el alma el día, esos los sentimientos de todos nosotros.
Y de pronto, un rictus de tensión en alguien del servicio, o un mohín de mayor seriedad en la miss de compañía de los pequeños -”quite, please” -, presagiaba lo que los economistas denominan “súbito cambio de tendencia”. Luego todo podíamos escuchar el motor del Mercedes y se hacía ineluctable que tía Alicia acababa de entrar en lo que los ecologistas llamarían “microclima” juvenil.
Es un misterio porqué hay personas con mala sombra, porqué hay magníficas jornadas de golf que se truncan en el lago del hoyo 16, y porqué algunos jugadores que entregaron el viernes un tarjeta de 67 golpes, con cuatro birdies en los seis últimos hoyos, pueden venirse abajo durante el fin de semana.
No digo que siempre suceda, ni menos que vaticine al de Castellón un tal descalabro en este campo de Lake Malaren Golf Club de Shanghai, pero cuántas veces ha sucedido algo semejante.
Tengo amigos, no sé si les pasará a ustedes, que no quieren ver el golf de los españoles el domingo. Tienen la sensación de que alguien les amargará la tarde o la noche, pasando de ir primero – o casi – a ir por debajo del décimo puesto. ¿Es que no quieren a nuestros golfistas?
Al contrario: lo que detestan es la propia frustración. Si un jugador escocés o francés se descalabra en la última jornada seguro que no dicen ni un taco. Pero como sea un compatriota lo forran a improperios. He visto en la Casa Club perder el flemático carácter a algún conspicuo señor socio, cuando en el hoyo 17, por ejemplo, Sergio García o Rafael Cabrera Bello con un horrible driver de salida mandaban la bola a alguna zona boscosa y no lograban salvar el par del hoyo.
Pues si usted es de este modelo de espectador de golf, le recomiendo quedarse en la cama el domingo. Cuando se levante, ya estará publicado este post y, lo que a usted le interesa, dada la diferencia horaria lo que haya sido de Sergio García ya será el pasado. Para desayunar con caviar y champán si ha triunfado. Para abrir el Marca, por ejemplo, por la sección de esgrima si no ha superado ese segundo puesto que compartía en la salida del último día con el coreano Byeong Hun An.
Pero pase lo que pase nadie negará la categoría del juego desplegado por el español en estos comienzos de temporada.
En el otro continente, en México, Jon Rham (-10), un joven amateur invitado al OHL Classic en Mayacoba, ha dado un espectáculo subiendo, antes de la jornada final, al puesto 14º, a sólo seis golpes del líder, Derek Fathauer. Este es un buen recodo del camino del golf para celebrar, para sentir que el golf de habla hispana tiene brillo propio.
A veces, en las tardes juveniles, hasta la más hosca tía Alicia, o lo que en los distintos ámbitos personales represente la oscuridad, puede mostrar un gesto para un final feliz. No sé si me entienden, pero los finales felices existen. Quizás baste algo sencillo como aquel ramo de flores silvestres que el inocente primo Gonzalo compuso y entregó a tía Alicia. Yo lo vi. Ella podría negarlo, pero yo lo vi: tras las gafas oscuras, una lágrima de emoción empezó su rodadura por aquel rostro de duro aspecto. Ella misma, en un rápido, casi imperceptible ademán la secó.
Así que el domingo estaba abierto de costa a costa.