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Ayer me la contaba mi amigo
Daniel a quien se la había revelado un irlandés: resulta que
Gerry confiaba tanto en la capacidad de su hijo que junto a otros tres amigos juntó 400 libras, se presentaron en una casa de apuestas de Hollywood (Irlanda del Norte), de donde es la familia, y apostaron a que el chico ganaba el
Open Championship antes de cumplir 26 años.
Rory McIlroy cumplirá esa edad el próximo 4 de mayo, por lo que la victoria de hoy, última oportunidad, ha dado unas libras extras –equivalentes a 220.000 euros– a su feliz papá y sus tres arriesgados amigos: en aquel entonces, semejante reto cotizaba 500 a 1. Visión y confianza.
Hoy el farmacéutico que veía conmigo el match en la muda pantalla de “El Café de Inma”, lamentaba no haber hecho similar apuesta a que su hijo aprobaba bioquímica. A mi lado, un matrimonio de Hamburgo se dolía de la oportunidad perdida de haber apadrinado al futbolista Toni Kross. Y yo podía haber ganado algo apostando porque nunca tendría hándicap 4.
Para este chico nacido en Hollywood los acontecimientos han sido como de película esta 143ª edición del Open Championship. Realizó una primera jornada sin errores (66 golpes), otra segunda con igual resultado, aunque con un bogey, la tercera con dos eagles al final del recorrido y la final partía con una ventaja inicial de 6 golpes sobre Rickie Fowler y 7 sobre Sergio García y Dustin Johnson. La pronta desaparición de éste de la lucha por la victoria – +1 en la primera vuelta y -1 en la segunda –, dejó la hipótesis de remontada entre el joven americano de Murrieta (California) – sigue pareciendo un Pin y Pon pero ahora con bigote – y el de Castellón.
Aunque la mayor parte de las felicitaciones tienen que ir en justicia para Rory McIlroy, el partido de Sergio García es de lo mejores de los últimos años. Todo el torneo se ha mostrado con una gran madurez profesional, pero hoy ha cogido el toro por los cuernos y sin descomponer figura ha trabajado cada hoyo para ganar, independientemente de que lo lograra o no. Decía Arnold Toynbee que las civilizaciones se definen por los objetivos que se propongan alcanzar, abstracción hecha de que los alcanzaran o no. Y Sergio cogió su bolsa para vencer.
El horizonte de nubes marengo sobre el cerúleo mar contrastaba en dorados con la seca yerba junto a los links. El wild rough, silvestre planta que cubre hasta las rodillas, ponía fronteras a la audacia con tallos y espigas que amenazaban con tragarse cualquier bola atrevida. El español, sin embargo no temió, ni tampoco fue temerario. Sus golpes de salida los hacía en función de una táctica de espíritu de victoria. Sabía que era imposible o quizás no, y por eso lo intentó acercándose al campeón todo lo que pudo y éste le permitió.
La diferencia se redujo de 7 a 2 golpes cuando Sergio García bordaba un eagle en el hoyo 10. Luego se mantuvo –esperanzas arriba, esperanzas abajo – entre 3 y 2. El castellonense no escondía sus intenciones, pero no llegaron los anhelados eagles del hoyo 16 y del 18 que hubieran puesto presión al líder. Sólo en el último hoyo fue el propio norirlandés quien se presionó el sólo, al dar un golpe defectuoso y caer el bunker. Salir de él de un golpe era asegurarse la victoria y no falló.
En ese partido estelar iba Rickie Fowler sin brindar ninguna emoción, cumpliendo y haciendo algunos birdies. Parecía que no pintaba nada en esta película de favoritos, pero consiguió con su -5 del día y sin errores empatar en segunda posición.
.- Entonces aplausos para los tres ¿no te parece compañero? – preguntó Amateur 2 a Amateur 1, mientras buscaban restaurante para cenar brócoli y algo de buey.
.- Si, el trabajo bien hecho merece el reconocimiento y el aplauso es buena fórmula – contestó Amateur 1 -, pero si ha de haber aplauso, que sean con redoble para la nobleza de la entrega en el juego de Sergio García, que cumple con ésta y sin arrugarse, su sexagésimo cuarta aparición en un major sin ganarlo.
.- Es de Castellón y de una patria con honra: no se rinde – remató eufórico Amateur 2, señalando el restaurante Lino’s, que ya se sabe que los españoles vamos al Reino Unido para comer comida italiana y beber cerveza irlandesa.
Termino de escribir. El matrimonio de Hamburgo se despide con simpatía cantando “Qué viva España” y el farmacéutico abandona el local diciendo no se qué de un emplasto de coraje. Yo apuro un gin-tonic, mientras la propietaria deja que siga sonando la música de su café – “El Café de Inma” – con una canción que pellizca el alma de los leales de Liverpool que tenemos los de Bilbao… “Shines around me like a million suns,/ It calls me on and on Across the Univers /… Nothing’s gonna change my world”.