La siega de la cuchilla del corte se llevó por delante a gente de arriba en prestigio y posición en rankings; ahí rodaron, deportivamente hablando, las cabezas de Lee Westwood (+7); Matt Kuchar (+6); Rafa Cabrera Bello (5); Henri Stenson (+5); JB Holmes (+3); Patrick Reed (+2); Jordan Spieth (+2) y Adam Scott (+1). Una escabechina. Si juntásemos sus trofeos acumulados no cabrían en el Santiago Bernabéu; no en las vitrinas, en el césped. Y el domingo ni siquiera jugarán.
Para ellos esto tiene la ventaja de que pueden irse ante a Augusta a hacer vueltas de entrenamiento; y los que quedan, por su parte, encuentran más sitio para triunfar ahí en Texas.
Uno que ya vio hueco enseguida fue Sung Kang; fue el segundo su mejor día; a su -6 del primero, sumó un -9 que le dio el liderato. Así salió el sábado, en cabeza, con un margen sobrado de seis golpes frente a Russell Henley y Hudson Swafford, y de siete sobre Rickie Fowler.
La organización, en previsión – qué raro – de tormenta, había agrupado a los participantes en partidos de tres jugadores. Y el viento, con rachas ocasionales de hasta 40 kilómetros por hora, quería estar cerca para ver los golpes. Apartaba la puntiaguda copa de los cipreses, daba manotazos a las ramas de los amplio robles o agitaba sin compasión las pinochas de los pinos.
El viento, espectador y enemigo, quería ser también competidor. El recorrido era para luchadores de vendavales. Y ahí destacaron dos navegantes, el coreano y Rickie Fowler. Éste último era el mejor en estos mares de bermuda rápida y distancias incalculables porque el viento jugaba al engaño. Es tramposo y quiere vencer al golfista dándole señales equívocas.
Pero el americano, que parece un niño con gorra de beisbol, es sin embargo un fuerte caballero que se ajusta con inteligencia, con estrategia y determinación a las condiciones del campo y el ambiente. Y esto le llevó a enjugar la diferencia que le separaba de Sung Kang allá por el hoyo 13. Rickie en una trayectoria sin errores había hecho 8 birdies por uno sólo del asiático.
Pero si su talento deportivo es indudable, lo que suscita más admiración es su modo de comportarse en el campo. No hace grandes cosas, se limita a ser grande él mismo. Y uno de los signos de esa grandeza es su silencio y quietud ante el fallo.
Hubo un hoyo, era uno de los primeros nueve, en el que la bola se salió prácticamente del hoyo; fue lo que en golf se llama una corbata: la bola que se asoma al agujero, pero al tocar el borde la inercia lo impulsa fuera, la expulsa. ¿Qué hizo Rickie Fowler? Nada. Exactamente nada. Sólo frunció de modo inapreciable el labio superior, apretándolo contra el inferior. Empujó la bola dentro y… a otra cosa, mariposa.
En el resto del recorrido le vemos avanzar concentrado, intenso pero tranquilo: profesional. Humilde, si humildad es atenerse a la verdad de lo que hay, a la verdad de lo que uno es capaz, y a la verdad de la misión que tiene por delante.
Todos los golfistas – menos mi tía Alicia – decimos que el golf es el deporte de la humildad, porque te pone en tu sitio cuando te vienes arriba, más arriba de lo que la realidad nos está diciendo.
Se lo he contado a la más bella de mi prima que me llama para que deje de escribir y me vaya con ella a tomar un gin-tonic en la terraza del Alfonso XIII.
.- Sí prima, este Rickie con pinta de ir a por todas, es humilde y lo vemos aquí en el Shell Houston Open.
.- Pura coherencia, querido, pura coherencia esa humildad. Están jugando en Humble, Texas y “humble” en inglés significa humilde.
Y yo me pregunto cómo esta chica tan guapa sabe tanto de tantas cosas.
Será que es humilde y estudia, digo yo.
El domingo, Sung Kang y Rickie Fowler saldrán en el último partido el estelar y coronarse en este torneo texano en vísperas del Masters de Augusta.