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LA VIOLENCIA DE NORDEGREN

Los palos de Golf son para la paz, salvo para la mujer de Tiger Woods

"Familia golpea con palos de golf a un joven por supuesta deuda". Así el titulaba Diario de Mallorca una noticia tan inquietante como sintomática de una deriva violenta del noble deporte.

Hechosdehoy / José Ángel Domínguez Calatayud
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El otro día, en el Match Play por equipos de mi Club se llegó, según me contó uno de los testigos, al summum de violencia tolerable en este noble deporte.
.- En el partido – me dijo – hubo un momento de mucha tensión entre “tal” y “cual”.

Mientras me daba detalles del incidente, el rostro de este testigo cuya identidad mantendré bajo reserva, así como la de los contendientes, mostraba la consternación que le había producido la desavenencia. Es terrible ciertamente ver que dos jugadores se miran de modo retador y, con muestras de poco aprecio, uno le conmina a otro:
.- Estate quieto. No te toca jugar a ti sino a mí, que estoy más lejos del hoyo.

En golf nadie llama la atención a nadie de ninguna manera, sino que educada y atentamente puede exponer el caso con una expresión parecida a ésta.
.- ¿No considera usted que debería jugar yo antes, a causa de que mi bola reposa en la calle a una distancia mayor respecto de la bandera que la de usted?
Eso es todo: nada de tono elevado y modales bruscos. Todo lo más, el otro jugador podría responder:
.- Sin duda; disculpe que mi despiste.
.- Ni lo mencione, por favor. Gracias –. Y aquí concluiría el incidente que se sumergiría a toda prisa en las aguas del olvido.

No fue eso lo que ocurrió en mi Club y lo lamento. Las voces, los desprecios y el lenguaje de palafrenero o de vasallo irritado no tienen sitio en el golf. Pero, en un mundo donde las palabras “por favor”, “perdone” o “gracias” están abolidas de facto, seguro que mis apreciados lectores – ustedes mismos – se habrán percatado de la progresiva introducción en el lenguaje y en la conducta deportiva de maneras inmisericordes, lejos del fairplay y, en algún caso, propia de villanos.

Por ejemplo, los más veteranos espectadores de tenis recordarán no sólo que se jugaba de riguroso blanco, sino que hasta el comportamiento del público rezumaba respeto por los contrincantes; entre otras cosas, jamás se aplaudía el tanto obtenido por fallo del otro. No hay dignidad alguna en el punto ganado porque el contrario se equivoque o sea menos hábil que uno y, por tanto, un caballero o una dama no tienen nada que aplaudir.

Ahora, sin embargo, la gente que asiste a un partido de tenis pierde el oremus y se comporta con parecida magnitud de vulgaridad que la exhibida en el circo romano por los desaforados habitantes de cualquier insula pidiendo sangre. En su desatada pasión la palabra más educada que se escucha es “machácale”.

Pues si esto es en el tenis, nada tengo que agregar acerca de la grosería patente en otros deportes donde escupir al césped se considera una destreza, y se disculpa como travesura de niño el engaño al arbitro simulando que a uno le han sacado el bazo por la oreja de una patada, cuando realmente apenas ha sufrido un roce.

Al escuchar con tristeza la tensión evocada más arriba, he recordado la noticia que la pasada Navidad colgaba en su muro de Facebook ese, en todos los sentidos, gran profesional de golf en Mallorca, el amable Rubén Fuentes. (Por cierto la foto de Facebook no le hace justicia).

Pues este entusiasta del golf, colgó un recorte del periódico donde se narraba que los miembros de una familia habían perseguido con unos palos de golf a otro ciudadano y le habían golpeado con dicho palos causándole heridas de distinta consideración que precisaron asistencia médica cualificada. Al parecer en el origen de la ira así desatada estaba un deuda económica que la víctima no había liquidado a sus agresores, por lo que estos optaron por liquidar al deudor.

Esto, además de inmoral, denota poca inteligencia, pues no hay noticias de que ningún muerto haya hecho frente a sus deudas. Desde el estricto punto de vista deportivo, también deberíamos dejar clara nuestra opinión: la familia agresora ostentaba una muy limitada calidad de juego. Con toda probabilidad se trataba de gente con un pobre nivel de swing, pues si fueran de hándicap bajo, dependiendo del tipo de palo – iron o wood –, el pobre diablo habría sufrido lesiones letales o, en el mejor de los casos ocuparía cama en una UVI.

Esta escasamente digna utilización de las herramientas del golf tiene antecedentes. Cuando la pasión afectiva se alía con una profunda e insanable ofensa a la sacra fidelidad debida en el matrimonio, la persona que sufrió el engaño puede ser arrebatada en su juicio hasta querer partir la carrocería del Chevrolet del infiel.

Tal sucedió, como se recordará, entre la traicionada esposa del entonces número uno del golf mundial y su cónyuge, a quién su legítima esposa quiso cortar el repliegue estratégico blandiendo lo primero que encontró a mano que, naturalmente, en casa de Tiger Woods, no podía ser otra cosa que un palo de golf. Se ve que le ha tomado cariño a lo de romper cosas y, según informaba The Palm Beach Post, Elin Nordegren, que así se llama la esposa de Tiger, ha decidido demoler la que fue casa común y que está valorada en 12 millones de dólares.

Estas situaciones límites son, por ventura, excepción. Pero llamo la atención sobre las autoridades federativas y sobre el atento pueblo que pulula por esos campos de golf para que no bajen la guardia. Téngase en cuenta que existen políticos a los que les entusiasma hacer leyes prohibitivas y cualquier día de estos nos prohíben llevar la bolsa de palos no vayamos saldar las cuentas de modo poco convencional.

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