La Medalla de Oro de Inbee Park nunca peligró. El último día salía con (-11) y dos golpes de diferencia sobre sus perseguidoras, Lydia Ko y Gerina Piller. Enseguida, hizo tres birdies seguidos en los hoyos 3, 4 y 5; sumó otro más en el hoyo 8 para terminar los primeros nueve hoyos con un -15 en su casilla. A partir de ahí con un abismo de siete golpes sobre la neozelandesa y ocho sobre la norteamericana la segunda vuelta (tres birdies y dos bogeys) fue un paseo. O mejor una procesión.
Podría ser una procesión budista. Ella misma, Inbee Park, era una ceremonia andante mientras se desplazaba beatífica sobre la yerba de Barra da Tijuca.
Nacida en Corea, Inbee comenzó a jugar a golf a los 10 años. A los 12 años se trasladó a Estados Unidos para enfocar su carrera personal en el golf. Allí, la disciplina de su primera educación se completó con la formación y entrenamiento recibidos en su paso por la escuela cristiana de Florida.
Declaró alguna vez que “tener fe me ha dado un sentimiento de confianza, tranquilidad, serenidad y consuelo”. Es poco conocido pero la cristiana es la religión mayoritaria en Corea.
Esa firme creencia no le ha borrado la pátina casi budista de su transcurrir por el campo de juego. Hecha una sola cosa con el entorno se movía con el campo con una solemnidad procesional, sin gesto agrio ante la bola que cae en la trampa ni espasmos de alegría cuando metía un putt de diez metros para birdie.
Lo destaco porque apenas quedan personas – ninguna en el campo de golf de Río – que muestren tal autodominio natural, lo que parece evocar algún tipo de transcendencia, nada estridente.
Y, estando en esas, no le importa tener ambición – ¿por qué habría de importarle? – para optar a la mejor der la situaciones. Hablando de estas miras altas, hace tres años declaraba “wanting more is wanting too much”.
En la última jornada luchó por ese “too much”, y por eso, aun sin necesitarlo hizo un resultado de 65 golpes, -5 del campo, porque estar arriba es querer estar más arriba. Y en ello empleó un juego superior sin jactancia. Es una dama y así lo reconocen quienes estuvieron con ella en el “college” y quienes comparten sus días de golf y gloria.
El otro aspecto a subrayar es que en la prueba olímpica femenina de golf, como en el golf profesional femenino en general, hay una creciente hegemonía del Este.
Veamos el Top 10 del campeonato olímpico. En él vemos a dos coreanas, la propia Inbee Park y a Hee Young Yang; una coreo-neozelandesa, Lydia Ko; una china, Shanshan Feng; una japonesa, Harukyo Nomura, y una austro-coreana, Lee Menjee. En total, 6 de 10. Las otras cuatro son de diversa procedencia: un estadounidense, Stacy Lewis; una canadiense, Brooke Henderson; una inglesa, Charly Hull, y una noruega, Suzann Pettersen.
No son sólo datos de cuatro días brasileños. Es una realidad que se corresponde con los números del Top 10 del Ranking Rolex, donde son siete las orientales, frente a tres occidentales.
En el deporte femenino se extiende el dominio del Imperio del Golf Creciente, en el que Corea tiene el cetro. Sería cosa de investigar si ese apabullante dominio tiene claves genéticas, familiares, educativas o transcendentes. Me temo que de todo eso hay algo. Y si es así, parece que hay algo que aprender de aquí a los Juegos Olímpico de Tokio 2020.
Porque, sin acritud, sólo mostrando la clasificación, nos entristece ver los lugares ocupados por las dos representantes de España: Azahara Muñoz, 21ª y Carlota Ciganda 39ª. Y se nos antojan insuficientes sus explicaciones tras esos resultados: “ha sido una pena, así es el golf y hay que seguir luchando", dijo la malagueña. “Con la falta de motivación es difícil hacer cosas", proclamó la navarra.
Para ellas, para ustedes, para mí y para RTVE – cuyas cadenas no han dado menos imágenes de golf porque no se han entrenado – les dejo este pensamiento oriental: “la máxima victoria es la que se gana sobre uno mismo”.