Llegando a casa encontré un extraño papelito frente a la puerta que decía: “Vidente-médium-africano. Maestro Mohamed Lamine. Don de nacimiento. 25 años de experiencia. Con alta experiencia en todos los campos de alta magia. Especialista en todos los problemas. Ayuda rápida y descubre todos vuestros problemas, los más difíciles y vuestra desesperación, como: Amor, salud, negocios, trabajo, unión de parejas, impotencia sexual, deportes, depresión, vicios, suerte y previsión de futuro. Recuperación rápida y separación de parejas, entre otros: protección, fidelidad entre parejas, desacuerdos, exámenes. Enfermedades crónicas, enfermedades no conocidas, problemas judiciales, mantener puestos de trabajo. Tengo los espíritus mágicos más rápidos y poderosos. Suerte en el juego, ser famoso. Con resultados inmediatos al 100%. Trabajos a distancia o a domicilio”.
El papelito tenía una marca de suela de zapato, que curiosamente, coincidía con mi número de pie, así que debí de llevármelo pegado, seguramente desde el Metro, donde se suele repartir este tipo de propaganda. No puedo negar que pensé desde el primer momento que se trataba del reclamo de un vendepeines. Pero, por otro lado, que yo hubiese traído este papel pegado a mi zapato desde la boca del metro, ese preciso papel, me parecía, cuando menos, extraño. Sin duda, era el mejor papel publicitario que me hubiese agenciado nunca, y he de confesar que los cojo todos: los periódicos que reparten gratis, los panfletos de gimnasios nuevos, los restaurantes hindús, incluso una muestra de puré de patata con queso que me regalaron el otro día y que sirvió para acompañar un filete. Pero jamás una nota de este tipo había llegado a mis manos, o, mejor dicho, a mis pies.
Sin duda, la oferta cultural de las bocas de Metro, verdaderos portales a otra dimensión donde se reparten hechizos para escapar a la rutina diaria, no dejaba de diversificarse, y siempre eran bienvenidas las alternativas a los periódicos gratuitos, que los pasajeros leen con fruición a falta de otras fuentes, por su cuenta y riesgo.
Así pues, no estaba mal la iniciativa del tal Mohamed Lamine -farsante de subterráneo, charlatán de fotocopia- de distribuir una lectura fantástica haciendo soñar al pasajero con la curación de todos los males –incluso los desconocidos- y la solución de todos los problemas: “deportes”, “ser famoso”. En el Metro no hay distancias como para mucho, pero si se trata de curar el aburrimiento, Lamine se llevaba la palma, por delante de los periódicos pulp, los restaurantes hindús, y los gimnasios recién inaugurados.
No sé si tiene algo que ver, pero al día siguiente, me echaron de mi trabajo en un famoso periódico.