Desde que el Alzheimer entró en mi familia como un elefante en una cacharrería, arrasando a su paso, han sido muchas las historias que he conocido. Unas tristes, otras divertidas, pero ninguna tan enternecedora como la que os voy a contar.
Hace unos días me contaba una buena amiga que tenía a unos familiares, pareja de muchos años y sin hijos, pasando un mal momento de salud.
Ella estaba luchando contra un cáncer y a él le habían diagnosticado Alzheimer hacía tiempo. Él había entrado ya en la fase de no reconocer a sus allegados cuando una complicación le llevó a estar ingresado en el hospital. Su mujer iba a diario a acompañarle, le llevaba pequeñas sorpresas y le brindaba todo su cariño. Así iban pasando los días hasta que una mañana, cuando llegó a su lado, él, muy serio, le dijo que tenían que hablar.
– Muy bien, dime…
– ¡Esto no puede seguir así!
– ¿A que te refieres?
– Pues a esto, a que vengas todos los días a verme.
– ¿No quieres que venga más?
– Sí, yo sí quiero que vengas.
Luego, un poco cabizbajo, añadió…
– No te he dicho nada hasta ahora pero me estoy enamorando de ti…¡y eso no puede ser!
– ¡Vaya! Eso si es una sorpresa agradable. Pero ¿por qué no puede ser?
– Porque yo ya estoy casado y quiero mucho a mi mujer.
Mi amiga y yo, llegada a este punto la narración, nos preguntamos por el extraño mecanismo que hace que no puedas reconocer a tu mujer pero si recuerdes que ella existe y que tú la quieres.
Elucubramos, incluso, con la posibilidad de que él la recordara con la imagen de sus años jóvenes y que por eso no la reconociera ahora.
El Alzheimer es una enfermedad artera. Piensas que las cosas están de una manera, lo asumes… y siempre acaba sorprendiéndote con brincos y piruetas que te vuelven a dejar descolocado.
Pero como a grandes males, grandes remedios, siempre podemos dar un nuevo giro, buscando el equilibrio y decir, como ella en este caso:
– ¡Pues vamos a tener que ser amantes! Porque yo voy a segur viniendo