Pudo ganar casi cualquiera de ellos –Álvaro Quirós, Pablo Larrazábal, Nacho Elvira, Jorge Campillo o Adrián Otaegui-, desde las primeras rondas, pero el fin de semana fue haciendo la criba en el magnífico Topwin Golf & Country Club de Pekín. Ahora, cuando escribo, es noche cerrada allí al Norte de la capital China. Un momento para estar centrado en las cosas que nos ocupan y analizar sin interrupciones lo sucedido.
Pero entra Margarita para preguntarme si estoy ocupado. Dejo de teclear. Y la miro y la admiro, no sin acordarme precisamente de aquella escena, de la película 55 días en Pekín entre Mr. and Mrs. Robertson:
“Lady Sarah Robertson: (entrando de improviso en el estudio de su marido). Perdona, Arthur. ¿Estas ocupado?
Sir Arthur Robertson: Por supuesto que lo estoy. Yo ‘siempre’ lo estoy.
Lady Sarah Robertson: ¿Tan ocupado como siempre o simplemente ocupado?
Sir Arthur Robertson: De ambas formas”.
Pekín, mi estudio y estos textos me mantienen ocupado, pero como Sir Arthur a Lady Sarah atiendo y con gusto a mi Lady.
.- Hola, Margarita, ¿qué te trae por este rincón del mundo?
.- Yo creo… – comienza entrando a saco, si me permiten la expresión- yo creo, primo que deberías escribir hoy sobre el origen, el desarrollo y las consecuencias de un putt de un metro en el hoyo 17 que ha fallado Adrián Otaegui, paisano tuyo.
.- Perdón que te corrija – le corto; me mosquea eso de que me digan lo que tengo que escribir y salgo por peteneras -: El Sr. Otaegui no es paisano mío…
.- ¡Cómo que no! Es vasco, ¿no?
.- El Sr. Otaegui es vasco, efectivamente, pero de San Sebastián, no de Bilbao.
.- Ya estás con las tonterías – y sabiamente desvía la conversación para devolverla a su curso inicial -. Voy a decirte lo que pienso de ese putt…
Enseguida les diré lo que piensa la más hermosa de las criaturas que guarda su bolsa en el Cuarto de Palos de la Casa Club, pero describamos antes los hechos.
El danés Alexander Björk metía su putt de par en el hoyo 18 y ya era en líder en Casa Club; no de mi Club sino del Topwin. Resultado -18. Mientras eso pasaba, Adrián Otaegui ya había alcanzado con un gran golpe el green del hoyo 17 y se dejaba una distancia de unos tres metros cuesta abajo para hacer birdie y empatar con el sueco.
Lo tiró con tacto, pero la bola pasó el hoyo por la derecha y se distanció cosa de un metro. El par era asequible, un metro y cuesta arriba; sin embargo Adrián ciñó demasiado a la derecha el toque y la bola pasó rozando el hoyo: bogey. Era su primer bogey después de 38 hoyos sin errores.
.- Mira, primo, eso fue cosa de la presión – resumió mi prima Margarita.
Su tesis es que los putts cortos, de un metro o de metro y medio, tienen una carga emocional que no tienen los putts dados (los que están casi dentro), ni los largos. Estos últimos si los metes eres muy bueno; más bueno cuánto más lejos esté la bola del hoyo y mayor sea la caída a izquierda o derecha de la pendiente. Uno puede quedar hasta como un héroe convirtiendo en birdie un putt que parecía imposible.
Pero es que además, como nadie, – ni siquiera el mismo jugador – tiene expectativas fundadas de que aquello vaya a resultar exitoso, la serenidad se apodera del ánimo y la fluidez de los músculos que, armónicos y elásticos, ejecutan el golpe hasta convertirlo en ganador.
Si embargo, Adrián Otaegui no podía (no “debía”) fallar ese putt corto si no quería ver asfixiadas en desasosiegos su esperanzas de empatar al líder en el único hoyo que quedaba.
Uno puede tener por fuera el semblante sereno, pero hasta el flemático donostiarra sentiría el pellizco de lo que vale un error en cosa pequeña, cuando ya no hay apenas margen para corregir.
Eso es lo que piensa Margarita. Que la vida imita al golf. Que hay pequeñas puertas a cuyo vano se asoma una luz, un bien que no pasará por segunda vez ante ese umbral. Hay instantes mínimos cargados de respuestas máximas que dan un tajo a un amor, a un proyecto, a una amistad. A veces se pueden recoser con recuerdos retazos de minutos y no pasa nada más. Pero otras, bien lo vio Adrián en el hoyo 18, el asunto no tiene vuelta de hoja.
Acabado así este Volvo China Open cabe recordar otro corte de 55 días en Pekín; el Mayor Lewis y Sir Arthur Robertson hablan de un soldado y sus capacidades.
Mayor Matt Lewis: Es un buen soldado cuando sabe por lo que lucha.
Sir Arthur Robertson: Es fácil cuando se trata de algo que puede verse: un muro, una colina, un río, pero ¿cómo puedes explicarlo cuando se trata un principio?
Mayor Matt Lewis: No puedes. No aquí en China, está muy lejos de casa.
Digo yo, pues será cosa de volver a casa, a las rutinas, a lo que sabemos hacer y es valioso.