Lo descubrí hace más de treinta años. Era verano y paseaba por el rico y colorista Valle del Salnés, en Pontevedra. Una maravilla de tonalidades verdes, toda una escala, se apoderaban de mi. Allí los viñedos se mezclan con la palmera, el limonero, los inevitables eucaliptos, el boj y el naranjo.
Un letrero anunciaba O Tío Benito. En la puerta, recibiendo al cliente, un mazo desmadrado de hortensias azules. Dentro, una barra larga de madera barnizada se animaba con la conversaciones de parroquianos que apuraban en su tazones de loza blanca el oscuro vino de Barrantes. Ese era el nombre del pueblo en el que me encontraba. A orillas del Umia y parroquia por tanto de Ribadumia.
Pedí si podía comer algo. Me dijeron que era un bar, pero que si me apañaba con dos huevos fritos con patatas y un choricito en un momento me los hacían. Acepté. Desde aquel día cada verano he vuelto a este amable lugar de la familia Lojo.
Tanto que he visto la transformación de aquel bar de mesas de madera corridas, en una amigable casa de comidas con más comedores y cambios que, sin afectar sustancialmente a la decoración, han supuesto ampliación y mejoras. La más radical de ellas la cocina hoy amplia, y moderna. La consecuencia ha sido una oferta sencilla, breve pero muy suculenta de cocina tradicional.
Camilo Lojo había emigrado de jovencito para Venezuela donde logró con el tiempo ser un excelente barman, de aquellos de chaquetilla corta que servía cócteles a personajes de la vida social de Caracas en el prestigioso hotel Aventino. Preparaba un magnífico martini dray con Nolilly Prat, como debe ser.
A la vuelta con sus dineros bien ganados compró fincas en Barrantes y montó O tío Benito. Su mujer, excelente guisandera, fue añadiendo prestigio y platos a una clientela que cada vez pedía más. Comenzaron con aperitivos, siguieron con meriendas y al final vinieron las comidas, que hacen que hoy sea un lugar donde, al menos en verano, es preciso reservar.
Hace unos años su nombre salió en los papeles porque el presidente Rajoy, que veraneaba allí cerca, se aproximaba algún que otro día a comer los callos con garbanzos o la tortilla de patatas de la casa.
El tercer domingo del pasado mes de agosto la familia Lojo y especialmente Irene, la hija que es ahora la que lleva las riendas del negocio, descubrieron que quién pedía mesa era Juan Maria Arzak, que venía de presidir un certamen gastronómico en la costa. A sus oídos había llegado la fama de la casa.
El éxito ha consistido en no claudicar. Fue y sigue siendo una casa de comidas con buena cocina familiar muy pegada a la tierra, sencilla, rústica, servida en raciones generosas y bien cocinada.
Del campo próximo son las verduras con las que preparan unas aromáticas y sazonadas sopas y caldos de verduras.
El pulpo le ha dado fama. Dicen que escasea. El de la casa marca pauta; magnífico punto. A su sabor se une el de los cachelos. Esta patata gallega que parece secante por la absorción que tiene. Uno, al final de degustar el plato aliñado convenientemente con aceite, pimentón y sal gorda, se pregunta que estaba mejor el pulpo o las papas.
No busquen más marisco aquí que unas hermosas navajas hechas a la plancha con un cuidado especial para que estén tiernas y no arrebatadas. Bien limpias de arena, que llegan así de la depuradora, se doblegan al fuego exprimiendo su delicioso jugo marino.
Si toca y entran hay chocos de la ría. Recién llegados van a un inmenso perol donde se cuecen con su tinta. Aquí existe la costumbre de no limpiar esa valva que llevan en su interior. Lo cual no impide que este guiso esté para chuparse los dedos, más teniendo a mano un excelente pan de la tierra, poroso, de recia corteza y potente miga, ideal para el "mojete" de la salsa.
Una joya marinera son los jureles guisados. Limpios, enharinados y fritos en un buen aceite, algo peculiar de esta casa. Con el tiempo de cocción justa la carne blanca hecha al punto tiene una aspecto de frescura que certifica el paladar. Alcanza la categoría de la excelencia de algo que aparentemente parece de lo más prosaico, pero ahí reside la belleza de la buena cocina.
Un plato estrella de la casa son los callos con garbanzo, muy gallegos. Un guiso que Irene prepara con buena legumbre de Fuentesauco y callo de buena ternera gallega. Suaves muy contundentes de entrada, pero mucho más digestivos de lo que debería ser.
La buena ternera o un hermoso ejemplar de lenguado pueden ser otras ofertas. Lo miércoles cocinan gallo de corral. Es una de mis debilidades culinarias. Una buena carne de gallo cuyas zancas aparecen, después de pasadas por el horno, con ese color casi rojizo que demuestran su casta. Carne melosiña que se acompaña por sus propio jugo que se mezcla con unas patatas que las sirven de guarnición con prodigalidad. Todo un monumento a la cocina tradicional.
El secreto una buena pieza de pollo bien alimentada. La carne se adoba con un compuesto de aceite, sal, pimienta y perejil. Una vez dorada se acompaña de verduras, especialmente de pimiento rojo flambeándose casi al final con unas gotas de brandy jerezano.
Hay varios postres todos hechos en la propia cocina. No faltan las inevitables cañas rellenas de crema. Irene, que tiene un bien ganado título de repostera, prepara dos versiones de la tarta de queso, una fría y otra al horno.
No podemos olvidarnos de otro de los hijos de Camilo. Marcos es enólogo con un albariño que produce y que bautizó con un bello nombre Chan de rosas, cuya elegante etiqueta es obra de otra hermana Marta, diseñadora gráfica. Un vino que nos acompañó en la comida y que se codea con los mejores albariños.
Un chupito de buen aguardiente de hierbas que tomamos en la terraza de la calle. Vemos pasar como con cuenta gotas vehículos cuyos ocupantes apenas tienen tiempo, en su loca andadura, de contemplar el colorista panorama de Barrantes en el Valle del Salnés. Allí el río Umia, al atardecer, reserva al paseante tranquilo los felices saltos de las truchas que lo habitan. Estamos en Galicia.
FICHA
O Tío Benito
Buoza Martín, 4.
Barrantes (Pontevedra)
Tel: 986710287.
Abierto todos los días.
Precio aprox: 25 euros.