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Los inigualables barrancos canarios. (Foto de Luca N en Unsplash)

DE CANARIAS A PARÍS Y VUELTA

Los perfumes de los barrancos de Moya

Tenía 10 años cuando, aprovechando mis vacaciones en el colegio, mis padres me traían a casa de mi abuela para pasar tiempo con ella. Recuerdo los paseos que nos dábamos por los humedales del bosque de los Tilos y, sobre todo, por el Barranco del Laurel. Un olor que impregnó mi vida.

Hechosdehoy / Luis Alberto Serrano
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Tenía 10 años cuando, aprovechando mis vacaciones en el colegio, mis padres me traían a casa de mi abuela para pasar tiempo con ella. Recuerdo los paseos que nos dábamos por los humedales del bosque de los Tilos y, sobre todo, por el Barranco del Laurel. Me contaba historias de mi abuelo, que había sido guardián durante muchos años. Le echábamos mucho de menos y yo, paseando con la yaya y buscando algún sitio donde merendar, recordaba pequeños trozos de cosas que él me contaba. Siendo yo tan niño no entendía lo que me contaba con emoción, pero sí que sirvió para que esa pasión que intentaba transmitirme, calara en mis pensamientos y acciones futuras.

A mis 20 años, mi trabajo fin de carrera sobre la Laurisilva me abrió puertas de algunas empresas. La vida me sonreía, en casi todo. Sabía que era cuestión de meses que tuviera que irme de la isla. Ya no podría visitar a mi abuela una semana sí y otra no. Pero, antes de irme y con un dinero que me llegó de una beca de una multinacional de cosméticos con la que había firmado un contrato, le puse su primer teléfono en casa, para poder hablar con ella cuando quisiera, sin tener que molestar a la vecina, como habíamos hecho siempre. Y llegó el día, mis jefes, a los que nunca conocí porque vivían en París, me enviaron a formarme a la Universidad de Cambridge. Desde allí, todas las semanas hablaba con la yaya. Fue pasando el tiempo y me tuve que trasladar a los Estados Unidos a terminar mi formación académica en química. Echaba de menos, cada vez más, esos paseos por el campo y esa vida encantadoramente pausada de la Moya de mi madre.

Cumplidos los 30 años, prometí celebrarlo en la vieja casita con toda la familia. Se empezaban a notar los años a todos y no quería estar lejos. Es más, tenía una sorpresa que comunicarles. Iba a ser uno de los empleados más jóvenes de la empresa en tener un lanzamiento a nivel mundial de un perfume. En la empresa no me pusieron ninguna objeción al nombre: “Agua de Azuaje”, o, como ellos lo llamaban “Eau de Azuage” (O’dazuash). Pero me fui triste. Ya no pude caminar por el barranco. La yaya ya no podía llegar a nada que no estuviera más cerca de 100 metros de la casa.

Al cumplir los 40 ya no había vuelto a la isla desde la muerte de la abuela. Ahora me salía más cómodo traer a mis padres a París, donde ya estaba afincado lanzando líneas de perfume y cosmética. De hecho, habíamos hablado de que se vinieran a vivir conmigo. Pero no, ellos no querían oír hablar de dejar la Isla a la que ellos llamaban, siempre: el paraíso. Es más, para mi 50 aniversario se organizó una fiesta en mi honor. Se alquiló un hotel. Todo lo organizó mi secretaria, en oculta complicidad con mi madre. Un salón en el Hotel Zenao de Monteuil, cerquita del chalet donde vivo a las afueras de París, fue el sitio que me eligieron y donde me llevaron engañado. Ya, montados en el ascensor, empecé a llorar al recibir los olores de mi niñez. Ese olor a laurisilva me traslado a mi niñez, a los paseos con mi abuelo, a las historias de mi yaya, al Moya de mi madre. Todo el salón estaba decorado con plantas autóctonas del barranco de los Tilos: impresionante los olores a Salviblanca o a la Cresta de Gallo de Doramas.

Ahora acabo de cumplir 60. Es hora, según han decidido mis jefes, del relevo generacional. Los jóvenes de hoy demandan otras fragancias en los perfumes. Es ley de vida. Hay que dar paso a las nuevas ideas. La multinacional me hizo una despedida a lo grande. Durante 30 años le había hecho ganar mucho dinero. Se comprometieron a rehabilitar la casa de mi abuela, abandonada durante mucho tiempo. Y aquí, con mis padres muy ancianitos, he querido terminar mis días. Seguiré trabajando como asesor desde una sala preparada para video conferencias. Pero soy feliz de saber que podré trasmitir la pasión de mi abuela a todos los nietos de mis amigos de la infancia. Desde estas lineras que les escribo ahora, me comprometo a ello.

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