Después de un descanso estival esperado y disfrutado intensamente aquí estoy, de nuevo, retomando el ritmo normal de los días y el encuentro periódico con los lectores de Hechos de Hoy.
Una de las delicias de los días vacacionales es disponer de mayor tiempo libre para disfrutar de uno de mis mayores placeres: la lectura. Pues bien, recientemente cayó en mis manos un artículo de Alba Muñoz que me impresionó vivamente, tanto por su relación con el Alzheimer como por estar protagonizado por un artista.
William Utermohlen, un pintor estadounidense de origen alemán y residente en Reino Unido, fue diagnosticado de Alzheimer en 1995. Durante doce años bregó con su enfermedad mientras continuaba pintando en un intento de comprender el proceso que estaba viviendo. “En estas imágenes vemos con intensidad desgarradora los esfuerzos de William en explicar su ser alterado, sus temores y su tristeza. A veces era consciente de sus fallos técnicos, pero no podía encontrar la manera de corregirlos”, fueron las palabras de su esposa tras el fallecimiento del artista en 2007.
Es algo conocido por todos, y especialmente por los que tienen una relación directa con el mundo del arte, que las mayores cotas de inspiración y de genio creativo suelen ir unidas a momentos de crisis internas del artista, del sufrimiento suelen salir las obras más significativas.
Como tantas veces ha sucedido a lo largo de la Historia, la desaparición del pintor tuvo el efecto de confirmar su éxito artístico. Su legado fue la serie de autorretratos en los que narra y refleja su desaparición como individuo. La serie, realizada desde que recibió el diagnóstico hasta poco antes de su muerte, ha sido y sigue siendo objeto de estudio y análisis por parte de médicos y psiquiatras.
Uno de los efectos del Alzheimer se pone de manifiesto, especialmente, en el funcionamiento del lóbulo parietal derecho: el área del cerebro donde podemos visualizar internamente aquello que queremos plasmar sobre el papel o el lienzo, en este caso.
Si bien no hubo acuerdo entre los médicos acerca de si los evidentes cambios en la técnica pictórica de Utermohlen se debían a la pérdida de habilidades motrices o a las alteraciones que iba sufriendo su psique, en lo que sí estuvieron de acuerdo fue en que con los cambios de color y de trazo, con sus perspectivas alteradas y con la progresiva pérdida de detalle lo que el artista logró reflejar fue su confusión emocional durante el proceso.
De este modo viendo la serie completa de autorretratos podemos ver, a través del rostro de Utermohlen, el angustioso recorrido que el Alzheimer trazó en su cerebro, y como luchó hasta el final por aferrarse a la memoria de si mismo. Creo que es esa resistencia opuesta al autoolvido uno de los factores que hacen que el público siga aplaudiendo su obra y emocionándose con ella.
Sus obras se cuelgan en paredes de museos y salas por todo el mundo, y hay una exposición permanente de sus retratos en la Academia de Medicina de Nueva York.
Reproduzco aquí una frase del artículo que me parece especialmente significativa y conmovedora: “El mundo aún se sobrecoge al comprender que el cerebro es la retina del alma, y que los ojos, por si mismos, son esferas vacías y los representantes de la ceguera”.
Utermohlen, con su obra, nos ha mostrado el modo en que el Alzheimer nos hace perdernos a nosotros mismos, y también como afrontar ese olvido desde el coraje de seguir siendo quienes somos.