Al día siguiente de la ronda final, aquí mismo, en Springfield donde se ubica el Baltusrol Golf Club, dará un concierto Lyle Lovett. Será en el Mayo Performing Arts Center.
.- ¿Te quedarás al concierto? – le pregunto a mi bella prima Margarita cuando me llama por teléfono – Podrás escucharle su You’ve a got friend in me.
.- Para nada, primo. Tengo vuelo desde el JFK a las 7:30. Y para ese título, me quedo con el You’ve Got a friend de Carol King.
Y empieza a cantármela por el auricular:
“When you’re down and troubled
And you need some love and care
And nothing is going right
Close your eyes and think of me…”
No le dejo terminar, porque una lágrima Gran Reserva, cosecha del ’71, se asoma al párpado.
.- Pues nada, nada: buen viaje: nos vemos en Sevilla – quiero cortar.
.- Sí, primo romántico – (¿cómo la habrá adivinado?) – , nos vemos en Sevilla con la fresquita y a la playa. Venme a buscar, ¡eh!
You’ve got a friend no es canción para el campo de golf cuando se disputa el PGA Championship. Caballeros, sí; compañeros, también, pero mientras se resuelven los 18 hoyos no son amigas ni las ardillas del boscoso Baltusrol.
Eso lo saben todos. Los que no pasaron el corte (Rory McIlroy, Sergio García, etc.) y los que el sábado se enfrentaron a la jornada turbulenta.
Para los que salieron a primeras horas lo importante era no quedar demasiado descolgados y luchar con las difíciles banderas, algunas pegadas a las trampas de arena. Y enfrentarse a los propios fantasmas porque no hay amigos.
Pero así es muchas veces la vida, sobre todo la de la competencia leal. También la de la cooperación desleal o torpe, que ya lo decía aquel cardenal de Sevilla que lo había oído de boca de un enfermo: “sí, fulanito ha venido a verme; me ha quitado la soledad, pero no me ha traído compañía”.
Se ha escrito y filmado sobre la soledad del corredor de fondo, pero está por escribir la soledad de jugador profesional de golf. Podría empezarse contando cómo estando con miles de personas tan cerca, hay veces que sólo el cálido sol te dice algo consolador.
En la tercera jornada hubo silencios en el interior; las cerveza habían ahogado, sumergido en lo profundo cualquier silencio exterior.
Y en ese silencio interior de volcán durmiente casi nadie se mueve mejor que Rafael Cabrera Bello (+2), que salvado por la campana pasó el corte y repitió el par del campo para seguir adelante el domingo. A esa hora la mejor tarjeta del día, 65 golpes, era la de Kevin Kisner.
Pero todo eso había sucedido por la mañana. Por la tarde la turbulencia fue cósmica en forma de alerta por tormenta. Eso llevó a la suspensión de la tercera jornada cuando sólo tenían terminada su ronda 37 de los 86 jugadores que habían pasado el corte. Seis partidos ni habían tomado la salida. Y una buena tribu de honrados jugadores de golf se refugiaba en la señorial Casa Club.
Pero…permítanme que insista ¿Quién hace el calendario de partidos de la PGA? Y ese sujeto o esa comisión ¿no lee las históricas estadísticas climatológicas de su propio país? Repasen, repasen. Verán que la suma de torneos suspendidos, alterados o mal terminados por inclemencias meteorológicas es superior a los que tienen una conclusión ordenada y sin sustos.
Y para que no digan que en mi crítica estoy especialmente negativo, ofrezco soluciones A y B. Solución A): Trasladar a España el PGA Tour: este lindo país es como la canción de Albert Hammond: “It never rains in Southern California”.
Solución B): Contraten al Delegado Senior de mi Club. Sus credenciales son intachables: en cuatro años de ejemplar dirección de los asuntos de los socios más veteranos ha organizado otras tantas Ligas Sénior; docenas de partidos en encuentros MatchPlay, varias citas Interclubs e innumerables pachangas, y en todo ese tiempo no recuerdo una sola suspensión por tormenta, heladas, granizos ni maremotos. Sí señores: una ejemplar hoja de servicios.
Probablemente haría gratis el calendario de torneos. A lo sumo, y si le aprietan para que pida algo a cambio de tan valioso servicio, quizás solicite un fin de semana en el hoyo 17 del TPC Sawgrass y un par de horas para vaciar con su caña de bolas el más famoso lago del golf mundial.
Al menos tendría un nuevo sentido la canción de Lyle Lovett, titulada If I Had a Boat:
Traduzco y me despido hasta mañana, cuando dicen que se reanudará la jornada. Será si escampa.
Si tuviera un barco
Me gustaría salir al océano
Y si tuviera un poni
Lo montaría en mi barco
Y podríamos todos juntos
Ir hasta el fin del océano