Lo cierto es que si no sabemos cómo nace una estrella, más ignoramos cómo nace en golf una pareja de éxito. Es una magia que ilumina el firmamento. Ya lo hemos visto tantas veces y lo hemos repetido con tal frecuencia que podemos llegara a ser hartibles, en lenguaje de Carlos Herrera: jugar muy bien al golf requiere de pocas cosas, pero todas ellas difíciles de reunir.
Algo imprescindible en el golf es el ánimo de vencedor desde el minuto 0. Ese ánimo vencedor no se compra en la tienda del Club. Al tee de hoyo 1 se llega, como a las reuniones de un antiguo presidente de mi empresa en otra vida, llorado y meado.
Pero eso es en versión física. En golf de competición el ánimo de vencedor ya está presente desde que el jugador sale del hotel. No es sólo una convicción pero se ha de estar convencido. No es algo que te eleve sobre el normal de los mortales pero sitúa las propias sensaciones de capacidad muy por encima de quien las tenga más altas. No es jactancia – pues el golf, como la vida, pone a los sobrados en su sitio – pero no permite la autocompasión.
Entonces, ¿el ánimo de vencedor es un sentimiento? No, es una superemoción que regula las virtudes cardinales (¿se acuerdan? prudencia, justicia, fortaleza y templanza) en una acción de coordinación eficiente y eficaz.
lntríngulis es que no se puede forzar: a nadie se le puede dar lo que su recipiente espiritual es incapaz de recibir. No es magia, pero el ánimo vencedor actúa mágicamente.
Si no, es impensable que dos seres tan dispares como Fleetwood y Molinari hilasen el fino tapiz de cuatro victorias sin fisuras en la Ryder Cup 2018 en París.
Es la misma emoción eficiente que convirtió en pasadas ediciones a los americanos Reed y Spieth en imbatibles.
Puede argumentarse que estamos hablando de jugadores de tan alto nivel que no hace falta ni emoción, ni magia, ni otra cosa que no sea el que hagan lo que saben hacer. Esa manera de razonar puede valer para hacer calceta, hornear magdalenas o andar en bicicleta.
El golf no es así. Y el golf por parejas menos todavía. Miren la clasificación y estarán respondidos. Puedes ser el mejor del mundo que si no vives para el equipo con la emoción de cierta transcendencia (solo cierta, no exageremos) de nada valdrán la habilidad técnica o la posición en el ranking mundial.
¿Habrá que recordar que de los 12 profesionales del equipo perdedor había 11 entre los 20 mejores del mundo?
Esos razonamientos valen para lo que valen. Principalmente para que se forren las casas de apuestas.
Si algo tiene de bello la vida – y tiene muchísimo – es que es un don gratuito de valor infinito pero con fecha de caducidad. Lo mismo que el golf. Y ese valor no cabe en un guarismo precisamente porque infinito es un número irracional.
Cuántas veces hemos jugado bien y no somos capaces de expresar por qué eso no sucedió ayer si no hemos cambiado tanto. Cuántas veces hacemos migas con una persona a la que no nos parecemos en nada. Y qué de esos momentos en que el trabajo que la semana pasada era insufrible se convierte hoy en manantial de inspirador que nos reconcilia con Dios, con nosotros y con la vida.
La verdad acerca de la sincronía del juego de Francesco Molinari y Tommy Fleetwood responde al enigma de un ánimo vencedor compartido.
A la vista de los partidos de la Ryder Cup 2018 podríamos ir pensando nosotros en celebrar hasta el detalle más minúsculo de la jornada y no hacer mucho caso a las agendas de los que imponen miradas de odio o indiferencia. Si miramos la intrahistoria de lo ocurrido en París tendremos recursos para salir a la calle, a la amistad y al amor con ánimo vencedor.
La magia se construye queriendo ser alguien de alma grande que sorprenda con un bien inesperado a otro. O a muchos, como el Equipo Europeo de la Ryder Cup. No es broma que el golf, como la vida que imita al golf, está en tus manos. Y “lo sabes”, como dicen ahora.