Vuelvo a recordar la película 55 días en Pekín y aquella deliciosa conversación entre Lady Sarah y Sir Arthur Robertson.
Lady Sarah.- ¿Recuerdas lo que dijo Napoleón sobre China?
Sir Arthur.- Nunca lo olvido: "Deje que China duerma. Para cuando ella despierte, el mundo temblará".
Y lo rememoro en clave de golf – ¿cuál otra si no? – al ver la pizarra del China Open donde un total del 47 chinos lograron inscribirse, de los que 10 pasaron el corte y uno, Ashun Wu, lidera el torneo.
China no es ya el gigante dormido de la rebelión bóxer. No estamos en 1900, época en la que Noel Bertram Gerson, sitúa la acción de la película protagonizada deliciosamente, si me lo permiten, por Charlton Heston, Ava Gadner y David Niven.
Ha transcurrido un siglo y ya nadie duerme en Oriente. Es en Occidente donde parece que andamos en ensoñaciones. No en China. Ni en política, ni en golf. Por eso, y porque la vida se abre paso frente a culturas sedadas, el golf del sol naciente y del sol creciente está preparándose para llegar a las orillas de Europa – China Open es una prueba del Circuito Europeo – y conquistar puestos de relieve. Esa es la cabeza de playa: la frontera es ya el PGA Tour.
No es el fin del mundo. Es el mundo más allá del fin del arcoíris. La tierra es abierta. Todas la esferas lo son. Es inútil y perverso cerrarse. Ellos son otros nosotros. Nosotros somos otros ellos. Todos somos “nosotros”. Eso lo sabemos desde que conocimos la Cruz. Y ese “Nosotros” puede escribirse con mayúscula desde que G. K. Chesterton nos describió la futilidad de oponer esfera contra cruz. La vida sabe, cuando la miramos desde el padecimiento, que sólo un Nosotros nos lleva más allá del yo quieto de infelicidad.
O sea, que hasta un gran jugador – Héroe del Silencio – puede vencer en Shenzhen. Después de alzarse con la Daga Dorada en el Hassan II Trophèe, Jorge Campillo está tercero a sólo tres golpes del líder chino.
Es muy curioso esto de las rachas. Algunos niegan que existan. Estos escépticos no creen que en esa particular inercia que acompaña al jugador exitoso que durante unas semanas o gana o se encuentra entre los primeros. Eppur si muove, que diría Galileo, una vez descorchada la primera botella, las que le siguen se resisten menos al campeón.
Es efectivamente una particular inercia. Si admitimos que “inercia” es en Física una cierta resistencia al cambio, una vez lograda la primera victoria se descorren los cerrojos de las siguientes. La suerte se fabrica torciendo la mano en el tenso pulso que mantenemos contra nuestra individual negatividad.
Jorge Campillo puede ganar en China. O no. Eso importa menos. Lo vital para el español es no dejarse vencer ahora por ningún desaliento. Desaliento es el apellido materno de Fracaso. Pero si uno sabe que no fracasa sino que adquiere experiencia la conclusión es un horizonte – mejor, camino – de esperanza.
Sí, esperanza es la clave, una vez traspuesta la puerta de la paciencia. Jorge hizo en la primera jornada del China Open cinco birdies y un eagle. Un espectacular recorrido sin errores. En la segunda cometió un bogey en el hoyo 13, pero cuatro birdies, tres de ellos después de ese bache, le habrán llenado de esperanza el ánimo para el fin de semana.
¿Ganará? Nadie lo sabe. Pero a lo mejor ya podemos pensar en esa ganancia de figurar a un sólo golpe de la segunda plaza y a tres de la primera. Y quizás, más bien sobre todo, es un placer ver al golfista – a él y a usted – inmerso en esta locura que calificamos como aventura. Siempre que admitamos con G. K. Chesterton que “una aventura es, por naturaleza, algo que nos sucede. Es algo que nos escoge a nosotros, no algo que nosotros escogemos”.