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Escribo el día en el que la diócesis de Sevilla celebra san Geroncio de Itálica, obispo y mártir (siglo I) que murió tal día como hoy en la cárcel después de padecer calamidades a causa de su fe. No consta, pero no es del todo descartable, que a su óbito contribuyeran también las altas temperaturas del mes de agosto en la Bética, ya que por entonces las cárceles del Imperio Romano carecían de aire acondicionado.
Tampoco consta, que sus males fueran agravados por tener que compartir sus cuitas con un psicólogo o psicóloga del lugar. En la Casa – como llamamos a la sede de la estirpe –, y por indicación de tía Alicia que tiene su reservas sobre los médicos, pero que odia con especial predilección a los psicólogos, más de uno hemos hecho ante notario una profiláctica declaración vital frente al riesgo de ensañamiento psicológico.
Además, en el Registro de Voluntades Vitales Anticipadas – les doy mi palabra: esta entidad existe, gracias a la Junta de Andalucía – ha quedado inscrita esa declaración personal estableciendo que nunca, repito nunca y bajo ningún concepto, se someta a ningún familiar al suplicio de un psicólogo, ni en consulta “in situ” ni ambulatoria, ya sea como consecuencia de siniestro colectivo o individual.
Esta campaña emprendida hace unos años por tía Alicia entre sus familiares, herederos y deudos, tuvo su origen en unos de esos telediarios en los que el locutor, tras dar los datos de una catástrofe – terremoto, accidente de ferrocarril, asesinato masivo e indiscriminado – suele terminar informando, como queriendo poner un bálsamo sobre la lacerante noticia, que las víctimas y sus familias fueron asistidos por equipos de psicólogos.
.- ¿Equipos de psicólogos? – se preguntó en alta voz mi vieja pariente -. ¿Pero esto qué es una desgracia o la Champions League de la salud? ¡Nada más y nada menos que un “equipo de psicólogos”! En nuestra estirpe nunca hemos compartido nuestro dolor con extraños. A lo más, el consuelo espiritual del párroco. ¿Qué es esto de ir contando chismes personales a una colección de batas blancas? Bastante tiene uno con confortar a los demás mostrando entereza, sin tener que contar a nadie las propias heridas o, peor aún, teniendo que sacar del estado de shock al propio psicólogo …que casos se han dado ¿verdad sobrino?
.- Sin duda, querida tía, sin duda – le corroboré yo -. Pero acabo de leer que en el golf son muy útiles para superar traumas personales, como rupturas sentimentales del tipo McIlroy o Woods…
.- ¡Qué necedad! – me interrumpió tía Alicia, mirándome con displicencia y levantando una despectiva ceja derecha -. Si uno rompe con la pareja lo que tiene que hacer es centrarse en otras cosas útiles… no sé… ir de rebajas, dar bolas o mejorar las rutinas del swing.
.- Pues precisamente la psicóloga que he leído subraya lo que acabas de decir como terapia complementaria. – me entusiasmé yo.
.- ¡Hum! No sabía que dedicaras tus horas muertas a leer tomos de “psicólogas” – me reprochó mi pariente, levantando ahora la ceja izquierda.
.- No es un tomo, querida tía, sólo un artículo – protesté casi en un susurro.
.- ¡Ah! bueno: ya me parecía que un libro iba a ser demasiado para ti.
Iba a seguir protestando, pero preferí callar y redactar una de esas declaraciones de defensa vital contra los ataques institucionales, en un intento de preservar el dolor personal de oídos ajenos y en defensa de la intimidad del duelo. Cuando se la presenté a mi tía me miró positivamente impresionada por la iniciativa y llamó a sus abogados para que procedieran a redactar en su nombre una idéntica e inscribirla en ese Registro de Voluntades Vitales Anticipadas, que confirmo que existe. Pongo la mano en el fuego, por la integridad de mi nuevo driver.
Lo cierto es que más de una vez, y ante resultados verdaderamente frustrantes, hemos comentado entre los socios que junto al green del Hoyo 18 – en ese hermoso kiosco casi siempre cerrado – podría abrir una consulta un sofrólogo o un doctorado en Psicología para que corrigiera nuestra averiada mente.
Pues constituye un hecho incontestable que esto del golf es un juego de locos que plantea cataratas de preguntas de naturaleza mental o psicológica: ¿cómo hay gente que juega cuando el calor es de 38º a la sombra? ¿Cómo es que padres de familia, aparentemente normales, se muestran incapaces de sacar la basura porque “es que ahora llueve”, y luego se hacen inmutables 9 hoyos bajo una torrencial tormenta? ¿Por qué siempre hago mal resultado en el fácil hoyo 12, par 4, hándicap 15 de mi Club? ¿Qué trastorno insuperable causa los “yips”? ¿Tienen curación? ¿Cómo es que sólo me sale un shank en los golpes cortos y cómo lo evito?
¿Por qué siempre me toca jugar con el más lento? ¿Existe el gafe en el golf o es una fantasía de mi mente? ¿Cómo es posible que el día que emboco putts de 40 pies fallo los de 1 pie y 20 pulgadas? ¿Cómo es posible que ni me dé cuenta de que mi esposa ha ido a la peluquería y, sin embargo, sea capaz de distinguir el swing de cualquier socio a 400 yardas?
Y, la última, ésta para psiquiatra: ¿por qué no me ama el lago del hoyo 3?