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EL SENDERISTA SUICIDA

Patología veraniega del golf: los fairways convertidos en polideportivos

En un conocido club de la costa onubense vi salir de unos apartamentos vecinos al campo de golf una tribu de turistas y atravesar como si tal cosa el recorrido: ¿senderismo de riesgo?

Hechosdehoy / José Ángel Domínguez Calatayud
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Salvado por la campana. He de reconocer que en mi corta vida no pocas veces he sido socorrido de algún desastre en el último minuto. ¿No les ha pasado a ustedes cosas de este tipo? Por llegar tarde al aeropuerto pierden un avión y, mientras se lamentan de su suerte, no saben que la aeronave se estrellará unas millas después. O, un poco menos trágico, quizás les haya sucedido que un beneficio que venía otorgándose a los que se encuentran en similar situación que ustedes se suprime justo el mes siguiente de haberlo percibido ustedes. Incluso, más de andar por casa, ¿no les ha pasado que a la puerta de la céntrica tienda a la que se dirigen se libera para ustedes la única plaza de aparcamiento en varios kilómetros a la redonda?
 
He de reconocer que estas cosas me ocurren constantemente. Mi adorada prima Margarita dice que tengo una suerte que no merezco o un inmejorable ángel de la guarda. Yo sólo protesto de la primera de las proposiciones, porque lo del ángel de la guarda les aseguro que es cien por cien verdad.
 
Por ejemplo, cuando este verano nos la prometíamos felices gracias a la ausencia lejos de nosotros de “El Terror”, también conocida como tía Alicia, resulta que anuncia su precipitado regreso a la ciudad aprovechando la benignidad de las temperaturas de este primaveral estío.
 
Reconozco que cada vez que siento cerca el espectro de mi tía Alicia, siento un ligero retortijón de estómago, si se me permite esta imagen. Así, que hice lo que hago siempre que se cierne sobre mí “El Terror”: mirar mi agenda para ver si por ventura voy a verme obligado a estar fuera por alguno de esos ineludibles compromisos que siempre tenemos las personas ocupadas del universo del golf.
 
¡Albricias!, cantó mi jovial espíritu: nuevamente la suerte, aliada con mi ángel de la guarda y con el Club de Sancti Petri habían dejado rastro en mi agenda en forma de Premio de Golf para parejas indistintas, modalidad scramble. Si un caballero debe hacer honor, sin excusa alguna, a los torneos en los que se inscribe, con mayor razón cuando es por parejas, ya que una segunda persona, en este caso mi amigo José Luis R. de la F. “Oro Negro”, hubiera quedado compuesto y sin compañero. Aclaro que una de las condiciones de un torneo por parejas es que por cada equipo se necesitan dos personas. Bendije pues a la Federación, a la Royal & Ancient, a Sancti Petri, a todos los santos y a mi agenda por liberarme de un día de horror infernal en pleno verano.
 
Cuando llamé para excusar mi ausencia a la más bella de mis primas, mi adorada Margarita, he de reconocer que no se lo tomó con el tipo de alegría que experimenta un picador-minero el día que le toca el cupón de la ONCE. De hecho mi joven prima, sabiendo que tendría que acompañar ella sola a jugar al golf a tía Alicia se refirió a mí con expresiones como ”jeta”, “caradura”, “frívolo”, “irresponsable”, “marrano”. Sin duda conceptos correctos, aunque injustos.

Pero lo que más me dolió fue cuando, en su intento de que yo desistiera de acudir a mi compromiso de Sancti Petri, empezó a juzgar mi modo de jugar el golf como “frustrante”, “penoso”, “swing de aizcolari”, “perdida de tiempo”, “inutilidad creciente”. Se ve que hace tiempo que no ve cómo ha mejorado mi distancia con el driver.
 

En fin, disculpé a mi prima Margarita – la amenaza de cuatro horas de golf en vivo con tía Alicia, bloquea hasta el espíritu más sereno – y le deseé suerte.
 
Por la noche, después de haber paseado de modo frustrante por la costa y entre los pinos mi swing de aizcolari y mi penoso juego, que en nada habían contribuido al resultado, telefoneé de nuevo a mi amada prima, mitad para consolarle, mitad para asegurarme de que tía Alicia ya se había marchado.
 
Para mi júbilo confirmó este último extremo y luego, muerta de la risa, me contó el incidente sufrido por mi anciana pariente y la reacción que suscitó.
 
Estaban terminando ya el recorrido, y se hallaban en el tee de salida del Hoyo 17 – ya saben ese par 3 largo con la zona residencial a la izquierda  y un extenso bunker frontal – y en el momento en que la tía Alicia dejaba fija la vista en el suelo y movía su madera hasta la finish position, la bola pasó a dos centímetros de la oreja derecha de un señor que cruzaba por el camino asfaltado, justo delante de donde se encontraban ambas damas.
 
El sujeto, no escuchó el silbido de la bola como el de un misil. Tampoco el reglamentario, aunque ya tardío, grito de alarma – “fore!” – usual para advertir del inminente peligro.

Simplemente, el sujeto, al sentir la velocidad del paso del proyectil cerca su cabeza cubierta con un chocante panamá, volvió su sofocado y sudoroso rostro y, con gesto de extrañeza, abrió sus brazos con las palmas de las manos extendidas hasta el cielo como un Inmaculada de Murillo y, sin disculparse en absoluto, siguió su deportiva caminata por en medio del campo de golf.
 

Dice Margarita que en ese momento mi tía Alicia se dirigió muy tranquila a su bolsa de palos, tomó el móvil, marcó el teléfono del Club y habló con alguien de ese modo pausado y extremadamente educado que, para quienes los conocemos, revela un estado de ira en el umbral de una erupción volcánica o del pistoletazo de salida de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis.
 
.- Oiga joven, póngame con quien hace cabeza (… ). Sí: Eso, “el que manda”. (Unos segundos después). Buenos días. ¿Está usted al frente? Pues tome nota (…). Haga el favor de no interrumpirme. Tienen ustedes por los caminos del campo de golf un sujeto que intenta suicidarse (…) ¿Qué parte de “no interrumpirme” no ha comprendido? Le repito: hay un caballero, vestido con una camiseta sin mangas color berenjena, pantalón corto zanahoria, con unos cascos adheridos a sus pabellones auriculares, una riñonera – creo que la llaman así – violeta y su cabezota cubierta con un chocante panamá, que parece desear quitarse la vida. Lo distinguirá enseguida pues es el único viandante de estos pagos que camina errante y con desprendimiento de tórax (…). No de retina, no: al individuo lo que se la ha caído hasta el ombligo no son los ojos, sino el contorno que debería circundar su pecho (…) Eso es_ lo ha entendido perfectamente: gordo y sudoroso. Y suicida, pues cruza por en medio del campo poniéndose a tiro de las bolas de golf, esfera dura y blanca que, como usted debería saber, puede alcanzar los 80 metros por segundo y abrirle en el occipital un orificio mortal como una bala de fusil. Así que o lo quitan de en medio o llamo a la policía y me encargo de que mis abogados presenten una querella contra ustedes por negligencia o, mejor aún, cooperación necesaria al suicidio. Muchas gracias.
 
Mi prima Margarita que conoce la credibilidad de las amenazas de tía Alicia, se aguantó entonces la risa y me contó que enseguida aparecieron docenas de buggies con legiones de empleados a la busca, captura y retirada del senderista suicida.
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