Había cambiado el viento. El sopor levantino del largo verano, mudó en Poniente, en viento fresco. Fresco al menos para los lechuguinos hartibles del golf de la Terraza Oeste de la Casa Club. Es Sevilla, y un viento de Poniente en el septiembre hispalense sabe a gazpacho frío, a sangría helada en garganta seca, a polvo mojado por lluvia – zumo de ozono y germinar de yerba – sobre caminos polvorientos de la dehesa.
Y cuando calla el Levante, canta la alegría. “Si se calla el cantor, calla la vida,/porque la vida, la vida misma es un canto”, entonaba la tucumana Mercedes Sosa. Pero aquí, en la tarde de Sevilla, el silencio del viento del desierto que entra por el Este, es puerta para que silbe la brisa del Oeste. Y, entonces, desde lo eucaliptos del hoyo 14, al palo borracho del Hoyo 18 o las palmeras todas del gran espacio del recorrido de los deportistas, todo se viste de paz inmensa.
Había cambiado el viento y en aquellas terraza entre cervezas, claritas y refrescos se resumían veranos y se dibujaban proyectos. Un gorrión – nunca sé si es el mismo de otras tardes –cogió al vuelo una miga de pan que caída de la mesa de enfrente. Más allá, dos sénior presumían como pescadores: aquellos de sus presas, ellos de los buenos golpes dados a la bola.
.- Pues en ese hoyo, ayer hice birdie – decía un Cruzcampo.
.- Sí, pero hoy has hecho bogey y yo par – respondía un Gin-tonic.
Cada una cogió una aceituna.
.- Bueno, pero ¿qué me dices de mi approach por encima del lago del hoyo 16? – se preguntaba el Cruzcampo y se respondía el mismo -: a un metro, la he dejado a un metro…
.- ¡Ya!, pero fallaste el putt – incidió el Gin-tonic – con lo que parecía un mal gesto de perdedor a quien le toca pagar Cruzcampo, gin-tonic y aceitunas.
.- Sí, una pena: la bola no cogió la caída – admitió Cruzcampo.
Esa conversación de terraza de Club me hizo caer en la cuenta de algo, que seguro ustedes ya habrán observado: las bolas son a cada jugador como los hijos a los padres. Dependiendo del resultado hacemos nuestro, o no, su comportamiento.
Si un jugador falla un putt que lo metería hasta un niño con el sonajero, es la bola la que no supo coger la caída. Si el niño saca sobresaliente en Matemáticas, le decimos a la parienta: “nuestro niño es un genio”, pero si rompe la cristalería de Bohemia de un balonazo, entonces – ¡ay!-, entonces le decimos “el salvaje de tu hijo la ha pifiado”.
En fin: un golpe de madera 3 de más de 200 metros hace que la bola vaya como una vela hasta el green y por eso “he dado un golpazo”; pero si con un golpe similar, la trayectoria de la bola es una parábola de izquierda a derecha como la de un caza emprendiendo un ataque, entonces “la bola – sí, ella sola – ha hecho un slice”.
Un amigo mío me contaba riendo el comentario de otro compañero competidor que tras dejar su bola con el putter corta del hoyo, profirió quejumbroso, “es que a mí las Maxflii no me andan”, haciendo un pintoresco un traslado de responsabilidad del jugador a la marca de la bola.
Lo más probable es que si las tocamos deficientemente las bolas no anden, anden mal o saquemos resultados desastrosos. Y, por el contrario si persistimos en hacer lo que hay que hacer lo buenos resultados acaben llegando.
Esto ha ocurrido este fin de semana en el Parco Reale di Monza donde se jugaba el Italia Open.
En este campo milanés lo primero a destacar ha sido la victoria de Francesco Molinari (-22). Claro que era jugador local. Pero tan cierto como que no ganaba en el Circuito Europeo desde 2012 y como que en esta temporada sólo ha jugado cinco torneos en este circuito. Su preferencia por el PGA Tour, donde ha jugado un total de 18 torneos, tampoco le ha reportado ni victorias, ni segundos puestos ni terceros; a lo más tres Top 10.
Esta estrategia, por otra parte, no le ha servido para entrar por Ranking en el Equipo Europeo de la Ryder Cup, ni, posteriormente, para ser elegido por el capitán. El italiano, a quien todo un Tiger Woods no fue capaz de ganar en el último partido individual en Medinah, está fuera.
Y en estas, gana en un mano a mano emocionante a Danny Willett (-21) el Open de Italia. Francesco sonríe como las adelfas del Hoyo 1 mecidas por el frescor del Poniente.
Pero para alegría la del golf español. Esa parte del golf español que persiste en competir y de la que hablamos bien poco. Tres ases se han colado en el Top 10 del Italia Open: Nacho Elvira (-18), tercero; Jorge Campillo (-16), quinto, y Alejandro Cañizares (-15), séptimo empatado. Y a las puertas, en el undécimo puesto Rafa Cabrera Bello (-14). Adrián Otaegui (-12), en vigésimo puesto, Top 20, nos daría el repóquer.
Son realidades y promesas para una temporada que acabará en unas semanas en el Tour Europeo con la Race to Dubai. Muchas esperanzas para decir qué bien jugamos al golf.