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UN PARAGUAS ROJO Y NEGRO

El enigma de las adelfas y la víctima del hoyo 12, el móvil y la botella de agua

El día venía metido en agua. Toda la semana había llovido. Ahora, las tormentas del fin de semana dulcificaron su torrente hasta este sirimiri que lloraba sobre el campo de golf.

Hechosdehoy / José Ángel Domínguez Calatayud
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Las palmeras goteaban enteleridas. Las ramas de los pinos se perlaban de minúsculos, infinitos brillos a la luz ocre de la mañana. Un grupo de adelfas se acurrucaba en la linde derecha del Hoyo 1… un jardinero cortaba un ramo sin flores. Y la soledad era la dueña del silencio.
 
Yo, huyendo de las labores domésticas de mi apartamento, me había refugiado en la Sala de Juego buscando sosiego en un café cortado e inspiración en la lectura de Manuel Machado (“Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron/-soy de la raza mora, vieja amiga del sol-, /que todo lo ganaron y todo lo perdieron. /Tengo el alma de nardo del árabe español./…” Adelfo).
 
De pronto el vértigo se apoderó del escenario. Voces y carreras en el salón contiguo que da a la escaleras. Algún grito contenido y, enseguida el vibrar de mi móvil llamando en lo que a mi pareció una alarma histérica:
 
.- ¿Dónde estás? – reconocí de inmediato la voz de Luis O., que es como se llama el coronel retirado del CNI que resolvió aquel asesinato del hoyo 7.
.- Hola Luis – que gusto volver a saludarte…
.- Déjate de saludos, ¿dónde andas? – la voz serena pero firme parecía del teléfono sin manos de su coche.
.- Pues en la Sala de Juegos del Club, leyendo….
.- Perfecto: corre a la salida del hoyo 12. Ha ocurrido algo. Te veo allí.
Clip. Se cortó la comunicación.
 
Yo abandoné mi libro y la sala y, cruzando la zona social, salí por la puerta de cristal que da a la terraza del Ala Oeste. Bajé la rampa que termina en el Cuarto de Palos. La lluvia había cesado dejando tras de sí una atmósfera húmeda y una ligera neblina que iluminaba sospechas.
 
Con paso decidido y rápido –los caballeros no corren– crucé al Hoyo 18 por el puentecillo peatonal y luego doblé por el hoyo 11 hasta el tee del 12. Allí había una docena de personas: la responsable de Relaciones Públicas, algún empleado de campo, un jugador y una jugadora, servicio de seguridad y un par de sanitarios que con su cuerpo me impedían ver el cuerpo sobre el que trabajaban. Era una mujer vestida con ropa de golf en tonos marrones. Me acerqué y me permitieron observarla más de cerca.
 
No, no es mi prima.- les justifique al retirarme.
Fran, el starter me dió los detalles:
.- Es una señora invitada de Dª Teresa A. Iban jugando las dos con ese caballero –; lo señaló.
Éste iba vestido con el pantalón azul de un traje de agua y un cortavientos del mismo color encima del suéter rojo. Se protegía con un gorro impermeable cuyas cortas de alas le llegaban hasta las gafas oscuras: unas Oakley polarizadas de algún color indefinido. Junto a él reconocí a Teresa A. que hablaba por su móvil entre escalofríos de sollozos.
 
Llegaban unos policías uniformados al lugar. Los dos jugadores se apartaron unos metros. Al mismo tiempo el coronel apareció por detrás y me dio una palmada en la espalda y después de identificarse a la policía y de ver el estado de aquella mujer, se volvió hacia mí.
 
.- ¿Lo tienes? – me susurró.
.- Toma –. Le di sin que nadie lo viera el teléfono móvil de la víctima que él me había pedido mientras yo iba hacia el hoyo 12 y que había recuperado de debajo del banco donde yacía la víctima junto a su paraguas arlequinado rojo y negro.
Enredó por la bolsa de golf de aquella mujer y se vino con la botella de agua. Y, después de trastear con el móvil que yo le había dado me dijo:
.- Lo que me temía, es ella; luego te cuento.
.- Vale.
.- ¿Tienes algún amigo médico en algún Hospital… necesito un confirmación de diagnóstico.
.- Mi vecina es una jefa del Centro de Medicina Forense – le informé.
-. Perfecto. Llámale y dale mi teléfono: es urgente que hable con ella.- me pidió. Se giró y habló no se qué con los expertos sanitarios. Ellos, inmediatamente y con sumo cuidado, metieron a la víctima en la ambulancia que sin más dilación partió de allí a toda velocidad.
 
Luego nuestro coronel dio la botella de agua que había sacado de la bolsa de palos de la mujer a uno de los policías y nada más hacerlo sonó su teléfono.
 
.- Hola, soy Luis O., oficial del CNI, le envío con la policía una botella de agua. Le ruego analice su contenido… Sí, claro, le firmaré esos papeles. Vea si en el agua hay algún contenido del tipo de la oleandrina – le dijo mientras, mirando por el rabillo del ojo iba subiéndose, al tee de salida donde reposaba una bola junto a la bolsa.
 
En un instante, cogió un hierro y haciendo un perfecto swing golpeó a la bola que como un disparo impactó entre los omóplatos de aquel caballero que había ido en la partida de las dos damas y que había emprendido la huida por el fairway.
.-¡¿Qué hace?! – gritaron algunos aterrorizados al ver caer al golfista a cosa de 110 yardas -; podría haberle matado si le da en la cabeza.
.- Imposible, amigos – sentenció él sonriendo sin despeinarse – es un hierro 6 y he cerrado la cara del palo para que saliera baja. Pero no se habría perdido mucho. Tras esos modales se esconde un criminal coordinador para Europa de células terroristas de Al Qaeda. Ha intentado asesinar a la dama que ya está camino de la UCI y se salvará.
 
La policía detuvo al sujeto y se lo llevó.
En el bar del club mi coronel nos explicaba a mi prima Margarita y a mí las truculentas entrañas de aquel intento de homicidio.
.- Vamos por partes: el sujeto es uno de los peores seres del mundo y uno de los más escurridizos personajes del terrorismo internacional. La víctima, amiga del College de Teresa A. es una experta informática del Mossad y su nombre verdadero es Raquel Cohen. Nacida en Argentina, estudió en Cambridge donde fue reclutada por el servicio secreto israelí. Es muy hábil en el desencriptado cibernético. Estaba en una misión conjunta con nosotros cuando se ha topado con el criminal.
 
-. Pero ¿cómo ha acabado con ellas y por qué no las ha matado de sendos disparos?- preguntó Margarita.
.- Las abordó en el bar antes de salir. Previamente se había apuntado en reservas para salir y pidió ir en su partida. Una vez en el bar, en un momento de distracción de ellas dos, tuvo la oportunidad de verter gotas del líquido de las adelfas en el té de Raquel.
 
.- ¡Ah! Claro… yo le vi esta mañana cogiendo las hojas ahí abajo, pero pensé que era un jardinero – salté yo.
.- Sí, es de los que sabe pasar inadvertido.
.- Y ¿por qué adelfa? –intervino Margarita
.- Para empezar, Raquel sufre del corazón. La adelfa tiene componentes venenosos como digitalina, digotoxina y oleandrina. Cursa primero con nauseas, vómitos y arritmias ventriculares y al cabo de unas horas puede terminar en parada cardiorrespiratoria. El criminal sí conocía muy bien a Raquel y su debilidad. No necesitaba disparar, sino ir con ella y asegurarse de que hacía ejercicio, el golf, para acelerar los efectos. Parecería una muerte natural y él estaría lejos.

Todavía hizo más: le puso más líquido de adelfas en la botella de agua.

.- Pobrecita – musito compasiva mi prima.
.- Sí, pero el error de cálculo del terrorista fue intensificar la dosis. Como me contó Teresa – continuó nuestro coronel – Raquel se sintió mal en el hoyo 11. Comenzó a vomitar y fueron ambas a los aseos que hay justo allí. Desde ese lugar me puso un whatsapp. Sólo tres letras que son un clave: “qaz”.
.- ¿Es hebreo? ¿Qué significa?
.- No, que va. Son las tres letras que van seguidas de arriba abajo en el lado izquierdo de un teclado universal. Es muy practico si tienes inutilizada la mano derecha. Ellos lo practican mucho y significa “socorro”. Fue fácil geolocalizarla y llamarte, amigo.
.- Y ¿por qué querías tener el móvil?
.- Primero para que no lo tuviese el terrorista y, segundo, para ver si ella había dado alerta a su residente. Y sí la había dado desde el mismo aseo y entre estertores. Fue muy valiente. Luego perdió el conocimiento y Teresa llamo al 112.
 
.- Así – completé yo – que te plantaste aquí y resolviste otro caso.
.- Nunca lo habría hecho sin tu ayuda. Raquel se recupera y a ti te mandará un regalo.
.- Pero por una temporada – rió Margarita – que no le mande flores; mejor un swing nuevo.
Ciertamente hay frases de mi prima de lo más enigmáticas. ¿No?
 
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