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INVERTIR EN LA MENTE

El campo de prácticas no es para tirar bolas, es escuela de juego y personalidad

Cuánta ruina afectiva, financiera, anímica e incluso de golf hay porque vamos tirando, sin un poco de dirección experta de análisis y de deportiva corrección.

Hechosdehoy / José Ángel Domínguez Calatayud
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Sólo tirando bolas no hay progreso y puede haber retrocesos.

Al final de la tarde, asistía a uno de esos encuentros financieros donde se mima a los invitados: un conocido banco español reunía a un gran grupo de clientes, ciertos o potenciales, para presentar productos de inversión y otras soluciones crediticias para captar la atención -y los euros si fuese posible- de su adinerada audiencia.

Estuvo francamente bien el acto: vamos a salir de la crisis antes de lo pensado y más fuertes. La primera sorpresa la tuve en el mismo hecho de que se celebrase el evento. La última vez que mi tía Alicia me arrastró a una presentación de este tipo fue en la primavera de 2007; el anfitrión era entonces un banco europeo de nombre tan solemne que por sí solo evocaba solvencia, seriedad y profesionalidad y era difícil resistir la tentación de prestarle unos ahorrillos para que debidamente invertidos por la entidad devolviesen al bolsillo del ya afortunado ciudadano unos cuantos miles de euros más, pasados unos meses.

Recuerdo bien aquella tarde templada en Sevilla: la ciudadana tía Alicia no es cliente fácil; con ella nada es fácil, díganmelo a mí. Tan pronto como vio el nudo de la corbata del ejecutivo que ocupaba el atril me miró de soslayo. “un horror, querido”. Cuando antes de tomar la palabra emitió unas tosecillas y sonrió con un gesto a lo Draghi, mi pariente me dio suavemente con el codo haciendo un significativo gesto de desconfianza hacia el esforzado bancario.

Finalmente no dejaba tía Alicia de darse golpecillos en la pierna con el abanico cerrado mientras en la tercera diapositiva el sujeto afirmaba entusiasta que aquel producto que él sugería era “un fondo de composición diversificada de perfil conservador, asociado a acreditadas titulizaciones en estructurados muy bien referenciados que, incorporaba subyacentes atractivos”, y “que han resultado con rentabilidades 10 puntos superiores a la media ponderada de nuestros competidores en el último ejercicio, por lo que nuestra recomendación apoya este fondo de amplia parrilla y mix selectivo en mercado exterior avalado, nada más y nada menos, que por la banca americana de inversión Lehman Brothers, que cuenta con el aval calificación “A” de las agencias de rating…”

– Sobrino  -susurró tía Alicia en mi oído- ya sé a quien me recuerda este tipo: al primer ministro Eden, aquel que timó a tío Borja con lo de las acciones de Canal de Suez. Ni un euro…ni un euro en este “estructurado” o como se llame -concluyó mi pariente.

Las palabras de esta Casandra de las inversiones resultaron proféticas; en octubre de ese año el fondo hizo crack; el banco promotor del fondo anunciaba desde su sede centro europea un cientos de millones de euros en pérdidas por cosa de CDs, y otros envoltorios financieros y removía de sillón a sus principales directivos; en el otoño del año siguiente, como ya es sabido, Lehman Brothers quiebra y, eso sí, quienes hasta la víspera le calificaban de “fuerte” hoy siguen repartiendo notitas como si tal cosa.

– ¿Te has enterado, sobrino? -me llamó la tía Alicia cuando supo lo de las hipotecas subprime– a las sesiones de información bancaria, querido, hay que ir con criterio y para aprender, no a tirar dinero.

– Si, tía, siempre aplaudo tu buen criterio -le dije en tono festivo.

Ayer en el campo de prácticas, con mi swing estructurado y francamente sub prime, me vino a la mente aquella aventura bancaria y cómo quedó a salvo mi herencia en manos de su actual propietaria. Todo ocurrió mientras recibía del paciente Pablo Menjíbar mi clase de los jueves. Tenía yo el hierro 9 en la mano y mi movimiento era precipitado como el de una compradora un 1 de julio en los grandes almacenes ante el suéter morado de su vida avistado al mismo tiempo por la rubia señora que lo mira ansiosa desde la otra esquina del expositor.

La mano corría bastante más rápida que el pensamiento; no era una coordinación armónica, sino un defensivo espasmo como para quitarme de encima la presión… y eso quizás valga para adquirir la propiedad de un suéter morado e incluso de un pantalón frambuesa con motas pistacho, pero nunca para un golpe de golf.

– ¿Qué haces? – me preguntó sonriendo el coach Pablo.

A mí me parecía obvio lo que hacía.

– ¡Dar bolas! – le respondí orgulloso de mi sabia respuesta.

– Aparte de que no es lo mismo “dar bolas” que “tirar bolas”, tú no estás aquí para “dar bolas”, sino para “pensar” -me aleccionó el Míster.

A continuación tomó el palo de mis manos, ocupó mi lugar en la cabina del driver range y, paso a paso, descompuso en sus partes el movimiento del swing, explicando, cuando era preciso, los fundamentos de tal o cual parte. Luego lo repitió despacio y sin hablar terminó dando el algunos golpes.

– Si tienes que subir el palo primero horizontal y luego vertical, para a continuación deshacer el camino primero vertical y luego horizontal, para terminar delante, tú ejecuta así y observa el resultado. En función de él analiza las causas del desvío que se produzca, pero no des bolas por dar bolas: esto es como una inversión y tienes que ver si te da la rentabilidad esperada -finalizó el gran maestro.

– Como una inversión… -me quedé pensativo- no dar bolas, sino pensar bolas.

Cuánta ruina afectiva, financiera, anímica e incluso de golf hay por ahí por ir tirando.

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