Como si tuviera cita para tomar el té en Casa Club, Alex Noren, terminó a las 3 de la tarde, hora de Greenwich su recorrido en el Wentworth Golf Club. Había hecho su trabajo de sólo 62 golpes – récord del remodelado campo – y esperaba que fuesen completando sus vueltas el resto de campeones. De momento él tenía el mejor resultado total: -11.
Habían pasado sólo 20 minutos y del cielo le llovió literalmente al sueco la ayuda de un intenso diluvio. Intenso, pero corto. Las dudas se asomaron a la punta del putter de sus perseguidores: era un acertijo saber cuánto y en qué medida el agua había ralentizado los greens.
Estas lluvias sobre Surrey poblaban de recuerdos y leyendas los días felices de la feliz primera juventud. Recuerdo haber salido con mis primos en bicicleta y tener que refugiarnos en un cobertizo a las orillas de Virginia Water, cerca de Totem Pole.
Totem Pole era un regalo que el pueblo de Canadá entregó a Gran Bretaña al cumplirse en 1958 el centenario de la colonización de aquellas tierras. Mide 100 pies, uno por cada año transcurrido desde aquel 1858. El tótem no tiene significación religiosa, sino de sentimientos de pertenencia tribal expresados en su multicolor tallado en kwakiutl.
Allí estuvimos esperando que escampase contando historias de miedo y cuento antiguos a la sombra mítica de las tribus que poblaron la isla de Vancouver. Del mismo modo, algo de miedo daba ver que pasaban los hoyos y nadie parecía asomarse a las fronteras del mejor resultado en casa Club.
Los líderes en el campo, Branden Grace y Andrew Dodt hacían aguas, el primero en el prístino sentido del término al caer en un riachuelo del hazard y fallar el intento de sacar del agua con el golpe; era el hoyo 12 y salió de allí con triple bogey.
Por su parte, el australiano Dodt, entre el hoyo 5 y el 13 no consiguió ninguno birdie y sí cometió un bogey. Otro líder perseguidor, Shane Lowry, envío out la bola en el hoyo 15 y con esa penalización y el consiguiente doble bogey se alejó de las cumbres de la victoria.
Y cómo en el caso del irlandés la desgracia tomó forma de hoyo 15 para otros candidatos: Graeme Storm, Henrik Stenson o Hideto Tanihara; fallar tan cerca del final sólo significa una cosa esencial: quedan menos hoyos para recuperar. Ese hoyo 15 se había levantado como un tótem, el sí, de malos presagios: de los once del Top 10, seis le hicieron bogey o peor.
El sol salió de nuevo sobre Wentworth cuando sabiendo ya que nadie podía alcanzar a Alex Noren. El sol y él lo celebraban. También nosotros, aquel día de excursión recibimos con alegría a mi prima Margarita y sus bollitos de jengibre cerca del Totem Pole. Sabedora de nuestra situación, había hecho que el mecánico de tío Guillermo le acercase hasta nuestra ubicación. Por cierto, ya se a quién me recuerda la inexpresiva cara de pez de Alex Noren: al chófer inglés de mi tío.
Al otro lado del Atlántico otra cara. Otras caras. En el Dean & DeLuca Invitational seguíamos atentos a Sergio García y a Jon Rahm. Pero otros rostros asomaban por la ventana mágica. Un sénior como Steve Stricker dejaba el mejor resultado en Casa Club del Colonial: 63 golpes para un total de -6 en el torneo; realmente daba alegría verle tan recuperado. Estaba feliz pero sabía que detrás venían jugadores muy completos.
Un redivivo Jordan Spieth nos hacía evocar aquellos putts largos que le dieron varios majors y una chaqueta verde. Un también recuperado Webb Simpson anunciaba con un juego firme y ordenado que había vuelto al PGA Tour para ganar.
Y, sobre todo, veíamos la cara de Kevin Kisner diciendo sin decir que tiene mucho que decir.
Nos podía contar que ya en 2015 ganó el CIBM Classic; que en 2016 tenía además tres Top 10, uno de ellos un tercer puesto; que en lo que va de temporada ya ha cosechado un 4º puesto en el Sony Open Hawaii, un 2º puesto en Zurich Classic de Nueva Orleans y otro 2º en el Arnold Palmer Invitational.
Pero la faz más expresiva, en ocasiones excesivamente expresiva, era la de Jon Rahm. El vasco mostraba a las claras cuándo las cosas iban mal: en esto hay margen de mejora personal; pero fuera de eso, era un buen indicador de su motivación y de lo metido que estaba en el partido.
Ello era importante porque, cuando en los hoyos finales dio golpes extraordinarios y entraron putts decisivos, alimentó con ellos un ánimo y determinación de victoria. Y ésta pudo haber llegado, pero al final no llegó el triunfo.
Quien se vistió el tartán – cuadros rojos y verdes – del Colonial Country Club en Fort Worth fue Kevin Kisner (-10), que aguantó la presión de un apretado final. Porque Fortworth es valor, es aguantar presión y estar preciso. Esas tres condiciones describen el fin de semana de este americano de Akin, Carolina del Sur.