Una estratégica jugada de caramboleo de alta política internacional acaba de hacer el presidente Donald J. Trump al concertar un multibillonario negocio valorado en 380.000 millones de dólares con Arabia Saudí en la conflictiva zona del Oriente Medio. De esta partida, 110.000 millones de dólares (98.000 millones de euros) irán a la industria armamentista norteamericana la cual debe sentirse muy contenta con esta operación.
Trump demuestra en su primer viaje de largo alcance fuera de Estados Unidos, de sus precisas habilidades de ser un estadista de estratégicos negocios, lo cual el mismo no niega ni oculta. Porque decimos que es una jugada de carambola como se conoce en el juego de billar. Simplemente, Trump da un respaldo significativo a Riad en su rol importante de productor de petróleo, y también en defensa como ente de contención de sus archienemigos el también productor petrolero iraní, aliado éste de Siria y por consiguiente de Rusia.
En esa misma semana, se produjo un acontecimiento igual de relevante y fue la reelección del presidente Hasan Rohani, un moderado político iraní que ha prometido una nueva política de apertura a lo interno y externo del régimen islámico a los 80 millones de sus conciudadanos. El día de su triunfo, Rohani con una amplia votación de un 57% del electorado, venciendo al conservador dirigente Ebrahim Raisi, reafirmó su política de reformas y apertura internacional en el campo comercial, económico y político.
Irán sufre desde hace unos años un embargo económico de Occidente que ha ocasionado fuertes pérdidas a su economía petrolera y una baja de alrededor un 25% de su Producto Bruto Interno. Teherán firmó en julio del 2015 un acuerdo con 6 potencias 5+1 (Gran Bretaña, Francia, Rusia, China y Alemania) encabezadas por Estados Unidos para limitar el uso de su desarrollo nuclear, que los iraníes ha dicho es para fines pacifico.
El acuerdo nuclear, sin embargo, fue objetado por Israel y en cierta medida por la propia Arabia Saudí, adversarios ambos del régimen de Teherán. Las relaciones Teherán-Washington colapsaron desde la toma de la embajada norteamericana en la capital iraní en 1979 por parte de miles de estudiantes que celebraban el fin del régimen pro-occidental del Sha de Irán y la instalación de un gobierno revolucionario de creencias islámicas.
Por su lado, el jefe de la Casa Blanca festejaba junto al rey Salman los jugosos contratos con los saudíes y lo que esto representaba -cientos de miles de millones de dólares- para la economía, además de miles de empleos para los estadounidenses.
El caramboleo de Trump se produce en medio de una crisis política que incluye denuncias de investigaciones encubiertas, como la presunta intromisión rusa en esferas políticas de Washington y cuyo epicentro de turbulencia se emancipó a raíz de la abrupta destitución del director del FBI, James B. Comey.