Takumi Kanaya tiene un nombre poco favorecedor en fonética castellana. Ya se sabe que lo del naming puede originar problemas según el mapa idiomática en el que se pronuncie. No sabemos si nuestro nombre en Corea, es un poner, suena a taco y de los gordos. Cosas de la herencia de Babel.
El sector del automóviles es uno de los que más lo ha sufrido la experiencia. Ahí quedan para la historia – y perdón por recordarlo – el Nissan Moco, el Mazda Laputa, el Lamborghini Reventón o el Mitsubishi Pajero, mutado a Mitsubishi Montero en naciones hispanohablantes. Lo del Volkswagen Jetta, es muy anterior al fiasco de los motores diesel de Estados Unidos, pero en nuestra lengua parece una profecía.
Y sin embargo nuestro Kanaya del golf parece un muchacho cabal y nada canalla.
Aunque a lo de canalla se le ha dado la vuelta y llamárselo a alguien es alabar alguna de sus facetas más atractiva. ¡Anda canalla, que tienes una geta que te la pisas! Son modos lingüísticos para convertir la perversión en algo trivial. Algo así encontramos en el término “complicidad”; su significado original nos habla de cooperación necesaria para un acto malicioso. Pero en un programa del corazón puede oírse que Fulano y Mengana fueron vistos en Pachá haciéndose arrumacos y gestos de complicidad,
Lo que decía: Takumi Kanaya tiene todas las trazas de ser un buen muchacho. Nacido en Japón hace 20 años, se ganó el derecho a jugar el Masters de Augusta como amateur, después de convertirse el año pasado en Singapur en el primer jugador japonés en ganar la corona de Asia-Pacífico.
Es uno de los seis amateurs de todo el mundo que se clasificaron para jugar. Y lo está haciendo mejor que un montón de profesionales. Pasó el corte. En el penúltimo día hizo -4 seis birdies y dos bogeys. Al final de esta tercera jornada terminó con un acumulado -1. Todo un tipo. Otra gran promesa del golf japonés.
Y de promesas a astros consagrados. Lideraba con doble dígito Tony Finau con doble dígito en su marcador. Con él, haciendo exhibición de buen juego es hombre del silencio que es Xander Schauffele. Y por ahí andaban glorias que ya tienen la chaqueta verde. Por ejemplo Adam Scott, ese australiano que ganó en 2013 cantando bajo la lluvia en un dramático playoff con Angel Cabrera.
No obstante, las cámaras casi sólo parecían tener ojos para el que posee no una, sino cuatro chaquetas: Tiger Woods. Un Tiger confiado, fluido y pletórico. Era un espejo de la fe en uno mismo. Si hay algo necesario para ganar en un campeonato de golf es querer ganarlo. Y por las venas de ese querer está la fe en que se logrará. Voluntad y confianza son los motores determinantes cuando se posee la técnica. Y técnica le sobra a este jugador excepcional.
Ahora, sin las importantes molestias que lo apartaron dos años de los torneo; recuperado el swing; descartado el temor, todo se había unido el año pasado para volver a la alta competición, quedar segundo en el PGA Championship y ganar el último torneo de la temporada regular. Tiger está encendido y tiene claves de Augusta National que nadie, sólo él, conoce.
De este modo, en el hoyo 16, par 3, un último esfuerzo con hierro 9 le permitió facilitarse un birdie con el que empataba en cabeza con Francesco Molinari y Tony Finau. Es la leyenda que vuelve. Estremece al público que llena las orillas de cada calle. Provoca truenos con los gritos de su público.
Pero él iba concentrado; disfrutaba al volver a verse a sí mismo en lo más alto para acabar con un acumulado de -11.
Quedaban los últimos partidos para saber cómo quedaría la cabeza del Masters de Augusta 2109 para el último día. Y desde luego el que se escapó del pelotón fue Francesco Molinari (-13) que se despegó dos golpes de Finau y Woods.
La ronda final, ya había avisado la organización, sería con horario adelantado y en partidos de tres jugadores a causa de las tormentas que se esperan para la tarde dominical. O sea, el que acaba por ser un canalla no es un japonés, sino es el loco tiempo primaveral de Georgia.